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En un mundo en el que religiosos, ateos, agnósticos y posmodernistas se han mezclado en disimulada promiscuidad para negar los valores morales y la existencia misma de Dios, la noticia de Cristo y su resurrección infunde esperanza y arranca de lo más profundo de nuestro corazón una nota de consuelo y optimismo: “¡Ha resucitado!” (S. Mateo 28:6; S. Marcos 16:6; S. Lucas 24:6).

"Ha resucitado" podrían ser las dos palabras más poderosas que alguna vez se hayan pronunciado. Seres celestiales proclamaron una tumba vacía, un Señor resucitado, y la victoria de Dios en el conflicto universal entre el bien y el mal. Sin la resurrección no hay evangelio; pues el evangelio es “que Cristo murió por nuestros pecados. . . que fue sepultado, y que resucitó al tercer día” (1 Corintios 15:3, 4). El apóstol Pablo destaca que el verdadero cristianismo depende de la autenticidad de la resurrección de Cristo: “Si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también vuestra fe. . . aún estáis en vuestros pecados” (1 Corintios 15:14-17).

La tumba vacía

Un musulmán y un cristiano charlaban durante un viaje. Al rato la conversación se transformó en una discusión sobre la creencia religiosa de cada uno de ellos. El islámico argumentaba en favor de la superioridad del profeta Mahoma y, por lo tanto, de su religión. Para probar su aserto, dijo al cristiano:

—En Jerusalén podrá encontrar la tumba de Jesús, pero está vacía. Allí no está Cristo. Pero si va a la Meca podrá hallar la tumba de Mahoma, y usted bien sabe que el profeta está ahí, en la tumba. Esto habla de la realidad y la solidez de la fe musulmana. Por esto es superior.

El cristiano replicó:

—Es verdad que la tumba de Jesús está vacía —luego, mirándolo con una sonrisa de gozo, le dijo—: Precisamente esto es lo más admirable con respecto a la fe cristiana. ¡él no está allí porque resucitó, pues dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (S. Juan 11:25)!

La resurrección de Cristo inaugura la nueva creación, para resarcir los daños del pecado. Podemos decir que la muerte de Cristo es el pasaporte, y que la visa de ingreso directo al cielo es la resurrección. Cristo anhela llevar a sus hijos a su reino de gloria.

La resurrección de Cristo es la médula del plan redentor. Solo en la resurrección de Cristo encuentra seguridad y alivio nuestra vida carente de esperanza y colmada de llanto, tristeza y soledad. Sin esa seguridad, todo acabaría para siempre. La vida de Cristo no terminó en una tumba, y la gran promesa es que la nuestra tampoco terminará así, pues él prometió: “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (S. Juan 14:19). “Jesús vive, y porque vive, viviremos también. Brote de los corazones agradecidos y de los labios tocados por el fuego santo, el alegre canto: ¡Cristo ha resucitado!”*

Con la noticia de que Jesús de Nazaret había resucitado, el mundo fue trastornado (ver Hechos 17:6). Pero la resurrección de Jesús no fue una ilusión inventada por sus seguidores. Los relatos de testigos directos, como los escritores evangélicos, no son meros deseos ni anhelos hechos historias. ¡él ha resucitado! “Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él” (1 Tesalonicenses 4:14).

* Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 737.

El autor tiene una maestría en Ministerio Personal por la Universidad Andrews, y escribe desde la ciudad de Fayetteville, Carolina del Norte.

Jesús y la resurrección

por Elías Sandoval-Mantilla
  
Tomado de El Centinela®
de Abril 2022