Una madre llora desconsolada, sosteniendo en sus brazos el cuerpo inerte de su pequeña hija, víctima de un accidente de tránsito. La mujer mira al cielo y pregunta angustiada: “¿Por qué, Señor? Dime, ¿por qué?”
Quizá no sea perceptible a simple vista, pero el Apocalipsis revela la razón del sufrimiento. Este mundo es el escenario de un conflicto cósmico entre Jesús y el enemigo de las almas, y el sufrimiento es apenas una de las consecuencias. La lucha comenzó en el cielo, con la rebelión de Lucifer, y se ha extendido a la tierra (Isaías 14:12-15).
Las armas de Jesús son el amor y la verdad (1 Juan 4:16), mientras que el enemigo utiliza el engaño y la mentira (S. Juan 8:44). Las consecuencias de este conflicto son el dolor y la muerte, dos realidades trágicas de las cuales nadie puede escapar.
El Apocalipsis advierte que “el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo” (Apocalipsis 12:12). Todos los días, desde que te levantas hasta que te acuestas, el enemigo lanza ataques contra tu corazón y tu mente a fin de conducirte a la rebelión, como lo hizo en el cielo con la tercera parte de los ángeles.
Desde que Lucifer se rebeló en el cielo, intentó comprobar al universo que sus acusaciones contra Jesús eran justas, pero aunque logró engañar a la tercera parte de los ángeles (vers. 4) y peleó contra Jesús, fue derrotado y finalmente expulsado del cielo (vers. 7-9).
El conflicto se trasladó entonces a la tierra. Adán y Eva fueron víctimas del engaño. Lucifer se disfrazó de serpiente y sugirió a Eva que si desobedecía a Dios y comía del fruto, sus ojos se abrirían y sería como Dios. La idea le pareció fascinante, y ella cayó en la trampa de Satanás (Génesis 3:1-10).
El Apocalipsis detalla en lenguaje profético los ataques del enemigo contra Jesús y sus seguidores (Apocalipsis 13:7). Muestra cómo el enemigo ha usado el engaño y la seducción para llevar a los hijos de Dios a la desobediencia, y cuando esas armas no le dan resultado, los persigue, maltrata y humilla.
Sin embargo, el libro también proclama la victoria final de Cristo y de su Iglesia. Aunque la lucha sea una realidad cotidiana, la victoria está asegurada para los que confían en Jesús. El apóstol Juan vio “un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató” (Apocalipsis 20:1, 2).
Cada día decides hacer el bien o el mal. Constantemente escuchas la voz de Jesús y la del enemigo. Jesús te invita: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo”. Si oyes su voz y abres la puerta, el Señor entrará a tu corazón, y cenarás con él, y él contigo (Apocalipsis 3:20). La decisión solo puede ser tuya. ¿Qué elegirás? ¿Permitirás que Jesús entre en tu vida, o lo dejarás esperando?
Un conflicto invisible
El conflicto entre el bien y el mal es invisible a los ojos humanos. Puedes ver la pobreza, la miseria, las tragedias, el dolor, la tristeza y la muerte, pero no la verdadera lucha interior que se realiza detrás de las cortinas de la visión humana. No es un conflicto con tanques, cañones o fusiles. Nada tiene que ver con los misiles teledirigidos de nuestros días. Es una batalla de ideas y valores. Pablo describe esta lucha como una confrontación no contra carne y sangre, sino contra las huestes espirituales malignas (Efesios 6:12).