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Nuestro mundo está lleno de lugares atractivos, con bellos paisajes y pueblos cargados de tradiciones. Una de esas regiones, cuya belleza natural se mezcla con historia, extravagancia y misticismo, es la tierra de Israel y el territorio de Palestina. Estuve allí hace pocos meses. Su geografía ofrece montañas impresionantes, lagos y aguas únicas en el mundo, como las del mar Muerto, desiertos áridos y calurosos, cuevas insólitas como las de Qumrán. Pero, más allá de su belleza natural, la historia que parecen rezumar esas tierras nos transporta en un incomparable viaje en el tiempo y el misterio. El territorio de Palestina e Israel fue escenario de la visita más importante que este mundo ha recibido: la del Hijo de Dios encarnado. Ahí nació, creció, vivió, murió y resucitó Jesús.

Jesús de Nazaret, Jesús el hijo de María, Jesús el Maestro, Jesús el Profeta, “el Deseado de todas las naciones” (Hageo 2:7). De todos los títulos que ganó y que merece, el que más resalta es el de Jesús, el Mesías Salvador, el Ungido, el Enviado de Dios, la esperanza de este mundo. Él era Emanuel, “Dios con nosotros” (S. Mateo 1:23). Su venida a la tierra respondía a un plan divino. Este plan convertía a la tierra en el centro del universo, la tornaba en el lugar más exaltado, pues sería escenario del desarrollo del plan más asombroso de todos los tiempos: el rescate del hombre.

Las Sagradas Escrituras nos hablan de un Dios Creador, que luego de haber formado el mundo y sus habitantes, puso en el huerto del Edén a una pareja perfecta, formada a su imagen y semejanza. Dotados con el don de la libertad, ellos decidieron apartarse de Dios y unirse al enemigo. Al traicionar a su Hacedor, detonaron la insurrección de este mundo, que desde entonces se halla en estado de guerra espiritual.

Como representantes de toda la humanidad, Adán y Eva dejaron a sus descendientes y a la tierra a merced del perverso enemigo de Dios, quien tomó control de todo y desarrolló un plan perverso: la degradación del hombre y la destrucción gradual del planeta. Por esta razón se necesitaba un Salvador, un Héroe que nos librara de esa servidumbre y nos devolviera al plan original del Creador. Por eso Jesús es tan importante, por eso estas tierras cobran un valor y una belleza única, incomparable.

Esta tierra fue entregada por Dios a un pueblo elegido para ser portador de la buena noticia de que Dios estaba a favor de la humanidad: el pueblo de Israel. Pero ese pueblo se desvió en el camino, se consideró superior a los otros a causa de esa elección, y se aisló. Terminó rechazando al Mesías Salvador. ¡Pero no todos fallaron! Un pequeño grupo de esa nación privilegiada lo aceptó y lo proclamó al mundo, y así cumplió el propósito del Altísimo.

Esas buenas nuevas comenzaron a escucharse en las colinas de Belén, cuando un grupo de ángeles enviados por el Creador anunciaron el nacimiento del Mesías Salvador. San Lucas lo registró así: “El ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (S. Lucas 2:10, 11).

La Navidad, que viene del vocablo “natividad”, está relacionada íntimamente con este suceso histórico-espiritual. Sin Jesús y su nacimiento, no hay Navidad. Es cierto que, así como todo cambia con el paso del tiempo, también esta celebración; sin embargo, la Navidad puede ser una temporada de fiesta y de regalos. De regalos, porque el mayor obsequio provino de Dios en la persona de su único Hijo; de fiesta, porque hay razón para celebrar las buenas nuevas de que Dios nos ama y está de nuestro lado.

La Navidad puede ser un tiempo de recogimiento espiritual para recordar la sublime historia del nacimiento del Hijo de Dios encarnado. Es también una buena temporada para viajar y encontrarnos con seres amados, así como el Dios del universo recorrió distancias incalculables para venir a nuestro encuentro. La Navidad puede ser un tiempo para dar y servir, porque Dios mismo vino a servirnos con amor. También nos ofrece un sinnúmero de posibilidades de celebrar. Nunca olvidemos el motivo principal, el nacimiento de Cristo, porque sin Jesús no hay Navidad.

Jesús tiene la virtud de hacer que un día común se convierta en el mejor de todo el año. Es capaz de hacer que un año se convierta en el mejor de la historia: el año en que nos encontramos con el Niño Dios. Lo mismo hizo con cada vida que tocó en su encarnación, y con cada lugar que visitó. De esta manera, aquel Niño del pesebre, convertido en el Hombre del Calvario, transformó vidas y dio sentido a cada lugar, transformándolo en monumento de devoción y recordatorio del poder y el amor divino. Así convirtió el establo de Belén en la iglesia más concurrida de Oriente Medio.

Belén era conocida porque cerca de allí ocurrió la muerte de Raquel y el nacimiento de Benjamín, que significa, “hijo de la diestra”; por la vida de Noemí y la redención de Rut, la moabita que fuera la bisabuela de David; y por el nacimiento y la infancia de David, el rey poeta. Sin embargo, era considerada una ciudad pequeña, pues el profeta Miqueas escribió de ella: “Belén. . . pequeña” (Miqueas 5:2).

De todos los lugares de Belén, el peor era el establo. Nadie visitaba Belén, a pesar de su historia, mucho menos el establo. Hoy, más de dos mil años después del nacimiento del Mesías Salvador, millones de personas han visitado, no solo Belén, sino el que fuera el establo del nacimiento. Centenares de personas cada día reconocen que ese establo feo y frío es uno de los mejores lugares del mundo, tanto por su historia como por lo que representa.

El pesebre de Belén nos debe recordar y señalar lo que Dios es capaz de hacer en la vida de las personas, recordarnos que él puede tomar una vida simple y convertirla en piadosa y ejemplar. Puede tocar la peor debilidad y en su lugar forjar la más poderosa de las fortalezas.

Algunos dicen que sus vidas están acabadas, otros creen que ya no tienen oportunidad de cambiar su vida de pecado, pero el pesebre de Belén nos enseña que para Dios nada es imposible. En Belén Dios se hizo carne, la humanidad se incorporó en la Divinidad y la Divinidad se humanizó. Belén, aquel pequeño pueblo de Judea, se convirtió en el más amado y visitado, gracias a que un día, ¡alguien abrió las puertas de un establo para que naciera el Rey!

En esta Navidad hagamos lo mismo. Permitamos que el Señor llegue al peor lugar de nuestra vida, el más vergonzoso e indeseable, y veremos cómo ese tenebroso rincón de nuestra alma llega a ser el lugar más luminoso. ¡Solo así estaremos celebrando la auténtica Navidad!

Curiosidades de Belén

  • Belén está a casi diez kilómetros al suroeste de Jerusalén. Hoy es territorio asignado a la Autoridad Palestina.
  • La ciudad de Belén también es importante para los judíos, pues allí nació y se coronó el rey David, segundo monarca de Israel y padre del rey Salomón.
  • En las lenguas locales de la ciudad, el hebreo y el árabe, Belén significa “casa de la carne” y “casa del pan”, respectivamente.
  • La Natividad suele ambientarse en un pesebre, establo, granero o cueva de Belén, aunque los más aficionados construyen todo un paisaje. Los personajes imprescindibles son Jesús, María y José. Es habitual añadir una mula y un buey, ausentes en la Biblia, pero que la tradición sostiene que daban calor al bebé.
  • Aunque los textos bíblicos no reflejan que coincidieran ángeles, pastores y los reyes magos en el nacimiento de Jesús, estos personajes se suman a José y María en el establo, a veces acompañados por sus camellos y pajes.
  • La tradición navideña toma distintas formas a medida que crece en los países europeos. Los países más “belenistas” son Portugal, Francia, Italia, Alemania, Austria, Bélgica, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Polonia y España, que extendió la costumbre a toda América Latina.
  • Se atribuye a San Francisco de Asís la creación del primer pesebre de Belén en Greccio, Italia, en la Nochebuena de 1223. Su objetivo era recuperar el culto al Niño Jesús en Navidad, época que empezaba a derivar en comilonas y frivolidades. Organizó un Belén viviente, con personas y animales reales, encarnando a los personajes dentro de una cueva.
  • La idea de Francisco fue un gran éxito, y la costumbre fue extendiéndose poco a poco por toda la cristiandad: primeramente por las iglesias, luego entre la aristocracia, y finalmente en los hogares del pueblo. Las escenas teatralizadas fueron evolucionando hacia las tradicionales figuras o esculturas actuales, cada vez más ricamente vestidas.
  • Los materiales de que están hechas las figuras son muy variados. En 1465 se fundó en París la primera empresa para la fabricación de figuritas para el pesebre de Belén. La primera fábrica española se abrió seis años después, en Alcorcón.
  • Antiguamente, se colocaba al otro extremo del nacimiento una taberna, como representación de los pecados del hombre frente a la pureza de Jesús.

El autor es licenciado en Teología y conferenciante internacional. Escribe desde Atlanta, Georgia.

Belén, esencia de la Navidad

por Julio Chazarreta
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2022