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Un asesino acecha. Silencioso e invisible, persigue a su presa. Puede afectarla por medio de un extraño o de su ser querido más íntimo. Como cualquier depredador, primero persigue a los vulnerables y los enfermos.

Toma muchas formas y nombres. Desde tiempos inmemoriales, la gente la ha llamado peste, que significa “enfermedad mortal y abrumadora que afecta a toda una comunidad”. ¡El COVID-19, lo que muchos llaman “coronavirus”, seguramente califica bajo esta denominación!

A principios de marzo de 2020, Daniele Macchini describió la situación en el hospital donde es médico en Bérgamo, una ciudad italiana de 120,000 habitantes: “No hay más cirujanos, urólogos, ortopedistas —dijo—. Solo somos médicos que repentinamente nos hicimos un solo equipo para enfrentar este tsunami que nos ha abrumado”.

 Epidemiólogos británicos desarrollaron un modelo científico del curso de esta enfermedad y lo compartieron con la Casa Blanca. “Declararon que el coronavirus es la amenaza de virus respiratorio más grave desde la pandemia de gripe de 1918. Según el epidemiólogo Neil Ferguson y otros miembros del Equipo de Respuesta COVID-19 del Imperial College, si no se toman medidas para limitar la propagación viral, hasta 2.2 millones de personas en los Estados Unidos podrían morir en el transcurso de la pandemia”. Más tarde, el mismo Ferguson experimentó los síntomas del COVID-19.

¡La perspectiva de quizá decenas de millones de casos y millones de muertes en todo el mundo suena apocalíptica! Y tal vez lo es. Pero incluso las proyecciones del peor caso de COVID-19 palidecen en comparación con las pestes de siglos anteriores.

Algunas pestes en Occidente

Hace casi ocho siglos, en la Europa y Asia medievales se la llamaba “la muerte negra”, “la gran peste bubónica” o “la gran mortandad”. A mediados del siglo XIV atormentó Asia y Europa, dejando a su paso de 100 a 120 millones de cadáveres, de una población mundial cercana a 475 millones. Pero ese no fue el final. Continuó arrasando Europa cada pocos años durante los siguientes 300 años, e incluso entonces no fue vencido. La tercera pandemia ocurrió en la década de 1850. Brotes más pequeños ocurrieron en San Francisco al comenzar el siglo XX, y Australia experimentó una docena de brotes entre 1900 y 1925. Y luego, cuando el mundo parecía haber encontrado formas de contener la muerte negra, la pestilencia cambió de nombre.

De 1914 a 1918, millones de soldados convergieron en Europa durante la Primera Guerra Mundial. La pestilencia florece donde se congrega un gran número de personas vulnerables. Europa en 1918 proporcionó un entorno fértil. La enfermedad que se incubó fue llamada la “gripe española”, en parte porque el rey Alfonso XIII de España contrajo un caso muy publicitado del virus. Siempre oportunista, la pestilencia se escondió en los cuerpos de los soldados que regresaban a casa, y se extendió por un mundo aún tambaleante por la guerra.

La gripe española golpeó en tres oleadas, y la segunda fue la más incisiva. Unos 50 millones de personas murieron en el mundo. Todavía se puede observar la devastación de la pandemia de 1918. En un cementerio cercano a mi casa he visto hileras de tumbas con fechas de nacimiento muy variadas, pero todas con la misma fecha de defunción: 1918. Ese fue el primer roce de mi familia inmediata con la pestilencia. Murieron millones; mi madre sobrevivió.

Mi primer roce con la pestilencia ocurrió en mi infancia. El peor brote de poliomielitis en los Estados Unidos se dio en 1952. De los más de 57,000 casos de ese año, 3,000 personas murieron, y casi siete veces ese número sufrió varios grados de parálisis. Salí ileso. Mis hijos crecieron durante el apogeo de la plaga del VIH. Desde entonces, hemos visto el SARS, el ébola y otros males. Hoy, mis nietos están rodeados de pestilencia en forma de COVID-19.

El coronavirus y la profecía

¿Pero qué hay del coronavirus? ¿Es esta la pestilencia final anunciada por Jesús en San Lucas 21?

Como suele ser el caso, entendemos mal la Biblia cuando nos enfocamos en unas pocas de sus palabras. En Mateo 24, un pasaje paralelo a Lucas 21, la mención de Jesús de guerras, hambrunas y terremotos en el versículo 7 está en medio de otras dos advertencias. Al final del versículo 6, él dijo: “No os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin” (énfasis agregado). Y el versículo 8 refuerza estas palabras, porque allí nos dice: “Y todo esto será principio de dolores” (énfasis agregado). Note esto de nuevo: ¡Es el principio, no es el fin; el fin aún está por llegar!

¿Cómo, entonces, deberían los cristianos reaccionar ante esta situación? A lo largo de los siglos, muchas pestes y desastres naturales, por ejemplo terremotos, han llevado a los cristianos a proclamar que el regreso de Cristo está cerca. Y todas estas predicciones han fallado. Probablemente sea cierto que las pestes serán parte de la crisis final del mundo; de hecho, la Biblia dice que siete plagas devastarán el mundo inmediatamente antes del segundo advenimiento de Cristo. Pero en ausencia de otra evidencia de que la crisis final del mundo haya comenzado, sería un error suponer que el coronavirus es el preludio inmediato del advenimiento de Jesús.

Por otro lado, no debemos minimizar la seriedad de la peste de hoy, porque será el fin para algunos. En las buenas y en las malas, como seguidores de Cristo es nuestro deber y privilegio ser sus representantes. Como tales, debemos recordar lo que Pablo dijo a Timoteo: “No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

El coronavirus y la fe

Es natural que debamos preocuparnos por nosotros mismos y nuestros amados. Llevemos estas preocupaciones a Dios en oración. Las personas que se sienten deprimidas y temerosas son más vulnerables a las enfermedades, por lo que debemos mantener un nivel apropiado de fe alegre. La Biblia está llena de historias que pueden levantarnos el ánimo.

En esta tormenta de enfermedades, dudas y miedo al futuro, haríamos bien en recordar la historia de los discípulos de Jesús que se vieron atrapados en una tormenta en el Mar de Galilea. San Marcos relata que, aterrorizados por sus vidas, “le despertaron, y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos? Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (S. Marcos 4:38-40). Es precisamente en momentos como este cuando el mundo necesita que los cristianos demuestren lo que significa una vida de fe. Nos conviene vivir como Pablo exhortó a los cristianos en éfeso: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6, 7). No estemos afanosos sino fortalecidos en Cristo.

El coronavirus y la responsabilidad cristiana

En 1527, cuando otra ola de la peste bubónica, la muerte negra, se extendió por Europa, los pastores le pidieron a Martín Lutero instrucciones sobre lo que los cristianos deberían hacer. él respondió con una carta abierta titulada: “Si uno puede huir de una plaga mortal”. Reconociendo que Dios da diferentes dones y habilidades a diferentes personas, afirmó que “uno no puede colocar la misma carga sobre todos”. Y así es con nosotros hoy. Cada uno tiene diferentes circunstancias, diferentes oportunidades, diferentes capacidades y diferentes responsabilidades.

Como ciudadanos responsables, debemos prestar atención a las medidas de salud pública implementadas por el gobierno local. Es nuestro deber tomar medidas para mantenernos sanos. En la medida de lo pertinente, debemos limitar nuestra exposición a los demás y, al mismo tiempo, buscar oportunidades para atender de manera segura las necesidades de quienes nos rodean.

Pablo aconsejó a los cristianos de Colosas: “Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres” (Colosenses 3:23). Este es un buen consejo en cualquier momento, pero es especialmente pertinente en tiempos de crisis.

La actitud cristiana

“Si fuera Cristo o su madre quienes fueran atacados por la enfermedad, todo el mundo sería muy solícito y con gusto se convertiría en un sirviente o ayudante. Todos querrían ser audaces y valientes; nadie huiría, todos vendrían corriendo”. ¡A muchos de nosotros nos encantaría tener esa oportunidad! La buena noticia es que la tenemos, ya que, como Jesús nos recuerda: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (S. Mateo 25:40).

El autor es escritor independiente que escribe desde Garrison, Iowa. Este artículo fue publicado en Signs of the Times® en agosto, 2020.

Plaga y profecía

por Ed Dickerson
  
Tomado de El Centinela®
de Noviembre 2020