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“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” —Miqueas 5:2.

No fue casualidad que Jesús naciera en Belén.

Aunque algunos le atribuyan la culpa o el crédito a Augusto César por promulgar un edicto que ordenaba a todos empadronarse en su ciudad natal, pasaron muchas cosas singulares para llegar a esta decisión.

Primero, César tuvo una disputa con Herodes. Un gobernante miembro de la familia de Herodes fue depuesto, y César decidió imponer impuestos a Judea, y la convirtió en provincia en vez de mantenerla como un reino separado. Pero, ¿por qué debía realizarse este censo entonces? ¿Por qué no se hizo en otra época? Y ¿por qué no se permitió que la gente fuera censada donde vivía? No se sabe la respuesta. Todo parece indicar que fue un capricho de César; pero… era el decreto de Dios. Mas allá de los caprichos humanos, había un plan supremo que se venía anunciando durante varios siglos. Porque, “está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina” (Proverbios 21:1).

Aunque las personas suelen referirse a las decisiones humanas en relación con el decreto, en realidad, detrás de ello había un divino plan maestro. Entre las varias lecciones espirituales que la encarnación ofrece, deseamos destacar esta vez la historia y la posición de la ciudad entre las demás ciudades hebreas, así como la relevancia del nombre de Belén.

La historia de Belén anunciaba que el Mesías nacería allí

Belén tenía una historia singular. La primera vez que la Biblia registra el nombre Belén es para informar que ahí nació Benjamín y ahí murió en el parto su madre Raquel. Este suceso nos conecta con el Mesías Redentor. El niño que nació de Raquel debió haberse llamado Benoni “hijo de mi dolor”, pero Jacob su padre lo llamó Benjamín, “hijo de mi diestra”. Podemos conectar este incidente con Jesús y su nacimiento. ¿No habría podido María haber llamado a su propio hijo Jesús, su Benoni? Pues él iba a ser el hijo de su dolor? Simeón le dijo a María el día de la presentación del niño: “Una espada traspasará tu misma alma” (S. Lucas 2:35).

Pero aunque ella pudo haberlo llamado Benoni, ¿cómo lo llamó Dios su Padre? Respecto a su divinidad, lo llamó “hijo de mi mano derecha”, pues el salmo anunciaba: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra” (110:1). Este incidente parece profético: Que el Benoni de María, el Benjamín de Dios, debía nacer en Belén. Además, no fue María quien le puso nombre al niño, sino su Padre celestial; por eso el ángel dijo a José que el nombre del niño sería Jesús (ver S. Mateo 1:21).

Otra mención de Belén y su historia se relaciona con Noemí y Rut. El nombre Noemí significa “gozo”, pero al regresar a Belén, ella pide ser llamada “Mara”, que significa “amargura”. Sin embargo, cuando termina el libro, se la llama otra vez Noemí, porque en Belén encontró su redención y recuperó su gozo, conectando a Rut, la moabita y gentil, con los ancestros de Jesús, ya que Rut fue bisabuela de David, el rey más eminente de Israel.

Jesús debía nacer en Belén, y de la descendencia de Rut y Booz, una gentil y un judío, ya que él sería Rey de los judíos y de los gentiles. En Belén encontrarían las “Maras” del mundo el verdadero “gozo” de la redención.

Jesús debía nacer en Belén porque era la tierra del rey David. No se puede pasar por Belén sin ver la conexión entre David el rey, y el supremo Rey a quien David prefiguraba. Aunque Jesús era el “hijo de David” (S. Marcos 10:47), era más grande que él.

La posición de Belén entre las demás ciudades

El profeta declaró: “Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá” (Miqueas 5:2). Aunque “pequeña entre las familias de Judá”, Belén era singular. Allí había nacido el rey David, y esto la exaltó de ser un caserío irrelevante a una ciudad real. Dios eligió esta aldea pequeña para enseñarnos respecto a su humildad y a su gran capacidad para hacer que las cosas pequeñas destaquen en su mano. Él toma lo que no es para que llegue a ser, toca lo indeseable y lo exalta. No solo eligió una pequeña aldea, en contraste con la gran Jerusalén, sino que eligió un establo, el peor lugar para que un niño nazca.

Muchos han dicho: “¿Cómo pudo alguien ofrecer a José y María un establo?”, y afirmamos que nosotros les hubiésemos dado un mejor lugar, pero ese hombre se atrevió a hacer algo insólito: enviar a Jesús a nacer al peor lugar, para convertirlo en el mejor del mundo. Nadie llevaría a una celebridad al peor lugar de su casa, pero el Rey del universo eso es lo que quiere, porque si él llega al peor lugar, lo convierte en el mejor. Si esto es así, dejemos que Jesús venga al peor lugar de nuestro carácter y que lo transforme en lo mejor de nosotros, ya que su poder se perfecciona en nuestra debilidad (ver 2 Corintios 12:9).

Dios eligió a Belén para enseñar humildad, porque en su reino el que se humilla será enaltecido (ver S. Lucas 18:14).

El nombre de Belén

Los nombres bíblicos tienen significado, indican su carácter y señalan el destino de su portador, y a Jesús se lo llamó así porque su nombre significa Salvador, ya que él vino a salvar al hombre.

Belén no es la excepción. Belén tiene dos significados: uno es “Casa de guerra” y el otro “Casa del pan”. Además, Belén antiguamente fue conocida como Efrata, que significa “fértil”. Esa tierra sería la más fértil de todas, de allí saldría, proveniente de Dios, el Salvador del mundo. El profeta lo declara cuando dice: “Belén Efrata… de ti me saldrá el que será Señor en Israel”. Nacería en Belén Efrata, vendría de Dios.

Belén, casa de pan. Nunca he olvidado el olor a pan fresco de las panaderías de mi barrio. Aspiraba ese aroma en las madrugadas, cuando me dirigía a la escuela. ¡Cuán delicioso es el pan fresco, recién horneado!

El pueblo hebreo en el desierto gustó del mejor pan, el maná, el pan del cielo, pero nosotros tenemos la oportunidad de probar un pan mucho mejor, el verdadero pan del cielo, aquel que dijo: “Yo Soy el pan que descendió del cielo” (ver S. Juan 6:32, 33, 48).

Belén es casa del pan, de donde salió el mejor pan del mundo que alimenta el alma y la prepara para la eternidad.

Cuán bueno sería que en esta época del año, cuando se recuerda el nacimiento del Mesías redentor, lo dejáramos nacer en nuestro hogar y en nuestra vida, para que transformara todo con su presencia e hiciera de nuestro hogar un pequeño Belén, de donde saliera el verdadero pan que nos alimente a nosotros y, al compartirlo, a los hambrientos de la vida.

Deja que también tu hogar sea en esta época del año un Belén, una Casa del Pan.


El autor es director de promoción de El Centinela.

Belén, casa de Pan

por Julio Chazarreta
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2014