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Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer (Gálatas 4:4).

El siglo pasado se inauguró con una mala noticia: Dios ha muerto. La dramática declaración del filósofo alemán Federico Nietzsche no hacía más que expresar el fin del pensamiento respecto de Dios. Como si toda la historia de la filosofía, y con ella toda la civilización, confluyera en esa patética verdad.

Pasaron tan solo cuatro décadas del siglo XX para que otro filósofo, ahora francés, publicara una obra que impactara en el corazón de Occidente: El Ser y la Nada. Jean Paul Sartre ponía al hombre frente al abismo. E inauguraba un pesimismo cósmico que sería sellado con la tragedia de la Segunda Guerra Mundial.

Nada podemos esperar. Venimos de la nada y a la nada vamos. Esta es la condición del hombre según los más agudos exponentes del pensamiento occidental.

Con estas noticias, bien podrían las parteras recibir a cada nuevo habitante de este mundo con las palabras que leyó el Dante en las puertas del infierno: “¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”1 O bien podrían ser ciertas las palabras del poeta Nezahualcóyotl: “Meditadlo, señores.../aunque fuerais de jade,/aunque fuerais de oro,/también allá iréis,/al lugar de los descarnados./Tendremos que desaparecer,/nadie habrá de quedar”.2

Tal es la suerte del hombre.

Pero tengo buenas noticias para darle en esta Navidad. Es verdad que “no hay justo, ni aun uno”, (Romanos 3:10), y que, como la paga del pecado es muerte, todos moriremos (Romanos 6:23). Pero el versículo 23 no termina así, sino de este modo: “Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. El Creador se apiadó de la criatura: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (S. Juan 1:14). Jesús se hizo hombre para darle redención a la humanidad. Estas son las nuevas buenas que debemos recordar en estos días navideños.

La misión

Todas las facultades y energías de Jesús se concentraron en “la obra”, como él mismo llamó a su misión. A sus discípulos, que le ofrecían alimento cuando atendía a los samaritanos, les dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (S. Juan 4:34). Esta declaración sintetiza el espíritu de su servicio: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura” (S. Juan 9:4). Y cuando en postrera agonía exclamó: “Consumado es” (S. Juan 19:30), proveyó el sacrificio que otorga redención al hombre.

Tal como los corderos eran sacrificados sobre el altar hebreo, el “Cordero de Dios” murió en el altar de la cruz. Entonces alcanzó el triple objetivo de su encarnación:

  • En la cruz se reveló ante toda la creación la justicia del Padre que castiga el pecado; y la misericordia de Dios brilló con fulgor infinito cuando el pecado del hombre fue llevado por el propio Hijo.
  • En la cruz la sangre del Salvador proveyó el medio de reconciliación entre el hombre y Dios.
  • En la cruz comenzó a erradicarse el mal de este mundo.3 Porque fue vencido el diablo. Este proceso de erradicación del mal culminará con la redención final en ocasión de la segunda venida de Cristo.

Todos estos sacrificios tuvieron su preludio en la encarnación. Gracias a su inefable amor por sus hijos en desgracia, el Ser infinito se encerró en un cuerpo de tan solo 100 trillones de células,4 y redujo su omnipresencia al alcance de los brazos de un bebé. A causa de ese amor, la mente que contiene los archivos del universo y los secretos del futuro, vino con la memoria en ceros. Por usted y por mí, el Omnipotente se subordinó a ser un carpintero galileo. Por nuestro eterno bien, el que sostiene toda forma de vida, y sustenta 40 mil millones de sistemas solares,5 llegó a depender de un corazón programado tan solo para un millón de latidos.6

Dios se sacrificó. Nos regaló a su Hijo envuelto en piel humana. Es un regalo de sangre, porque es precisamente sangre impoluta y expiatoria lo que necesitamos para ser salvos, ya que “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22).

El Hijo de Dios irrumpió en nuestra historia, se internó en la guarida de los demonios como aliado del hombre. Vino para ser ejecutado como lo serán los perdidos en el juicio final, a fin de que eso no le ocurra a usted. ¡Insondable misterio!

En esta Navidad, “si queremos estudiar un problema profundo, fijemos nuestra mente en la cosa más maravillosa que jamás sucedió en la tierra o en el cielo: la encarnación del Hijo de Dios”.7

1Dante Alighieri, La divina comedia, Infierno, Canto III, Sentencia 9 en: es.wikiquote.org/wiki/Dante_Alighieri.
2http://www.los_poetas.com/netz1.htm
3Frommel y Gretillat, L´experience chrétienne, citado por Alfred Vaucher en La historia de la salvación (Madrid: Editorial Safeliz, 1988), p. 219.
4Información obtenida de Discovery Channel en español, 2 de septiembre de 2003.
5Ibíd.
6Ibíd.
7Elena G. de White, A fin de conocerle, p. 27.

Navidad: El milagro de la encarnación

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2013