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Delante de nosotros, llorando, Sonia expresaba su tristeza y confusión ante la condición de sus hijos. “Nos hemos partido la espalda para darles todo lo que nosotros no tuvimos: las mejores escuelas, las mejores vacaciones”.

Sonia siguió contestando las preguntas, mientras dibujábamos el genograma, un tipo de mapa familiar con dos o tres generaciones de historia relacional de su familia. Adrián, su hijo mayor, de 19 años, había descollado en la primaria y la secundaria; un almacén de trofeos proclamaba sus talentos académicos y deportivos. Todos pensaban que lograría su sueño de ser neurocirujano, pero cuando Sonia vio las primeras calificaciones que obtuvo en la universidad, se sintió defraudada. La semana anterior, cuando entró a buscar algo en el cuarto de Adrián, encontró una caja con drogas debajo de la cama, lo que sugería la probabilidad de que Adrián hubiera caído en alguna adicción.

Sonia prosiguió: “Arturo tiene 17 años, es nuestro hijo del medio. Nunca ha sido conflictivo, es introvertido, y pasa la mayor parte de su tiempo libre en su cuarto, jugando juegos de vídeo y escuchando su música fea. Quizá le afectó un poco vivir a la sombra de su hermano mayor, quien destacaba en todo. Anabela, nuestra princesa, tiene 15 años. Ella siempre ha sido mi mejor amiga, pero ahora parece distante”.

En sesiones individuales, conversamos con cada miembro de la familia, y descubrimos varios “secretos familiares”. Antonio, el esposo y padre, durante sus 22 años de casado había tenido varias relaciones extramaritales, y en esos días estaba involucrado con una compañera de trabajo. Adrián rehusaba conversar, pero al confrontarlo suavemente con la evidencia hallada por su madre, admitió que había empezado a usar droga hacía más de un año. Después de largos momentos de silencio, Arturo confesó que a menudo tenía pensamientos suicidas, y que solo sentía cierto alivio cuando se cortaba la piel con cuchillas de afeitar. Anabela manifestó enseguida que a los 13 años había sido inducida a las relaciones sexuales por un noviecito de 16 años.

John Bradshaw subraya que “el componente fundamental en el sistema familiar es el matrimonio. Si el matrimonio es saludable y funcional, la familia será saludable y funcional. Si el matrimonio es disfuncional, la familia será disfuncional”.1 Esta es una realidad poco entendida por la mayoría de los casados. En este caso, Sonia y Antonio, como tantos padres, no habían hecho la conexión entre su matrimonio vacío y disfuncional con los alarmantes síntomas mostrados en sus hijos.

El plan divino para la familia

Podemos decir que la obra maestra de Dios fue la creación de la familia (Génesis 1:27, 28). Los dos elementos fundamentales de la familia son el matrimonio y la paternidad. Estas instituciones fueron creadas con el fin de reflejar el carácter de Dios como ninguna otra cosa en la creación podría hacerlo.

La primera familia disfuncional

Adán y Eva no murieron en el instante en que pecaron, aunque Dios les había dicho que morirían (ver Génesis 2:17); pero en ese momento sí murió la inocente y dulce armonía que había marcado sus relaciones verticales (con Dios) y horizontales (entre ellos). Ese día nació la vergüenza, la tendencia de culpar al prójimo por nuestras acciones, y la desconexión emocional-espiritual-
relacional entre Dios y sus criaturas y entre la primera pareja. La vergüenza tóxica fue quizás una de las secuelas más corrosivas de la caída. Al verse desnudos, Adán y Eva apuraron la primera dosis venenosa de vergüenza. Su reacción inmediata fue cubrirse con hojas de higuera (ver Génesis 3:7).

Nuestros primeros padres nos infectaron con la vergüenza tóxica que es aún la más efectiva arma de Satanás para descarrilar a los seres humanos de una relación restauradora con Dios, y para frustrar la misión y el propósito de nuestra vida.

Es muy lamentable que nos sigamos escondiendo de Dios, de nosotros mismos y uno del otro. ¡Pero no tiene que ser así! Podemos decidir cambiar los patrones nocivos de nuestras familias y disfrutar de relaciones vinculadas y restauradoras. Estas son cuatro sugerencias para buscar mayor sanidad emocional en la familia.

De lo disfuncional a lo funcional

1. Rehú se vivir negando sus realidades personales y familiares. Si usted o alguien más en su familia sufre de soledad, ansiedad, desconexión emocional, depresión u otro síntoma doloroso, muestre su interés intencional haciendo preguntas acertadas que le ayuden a llegar al meollo del dolor emocional-relacional. Se gasta más energía física y emocional cuando se vive negando los problemas reales que al enfrentarlos. Los miembros de esta familia vivían con “secretos” que, aunque nunca se discutían, habían formado barreras emocionales entre ellos que los mantenían aislados de Dios y uno del otro.

2. Reconozca que la salud emocional de su familia comienza al obtener la salud emocional de su matrimonio. Si es padre soltero, procure su salud emocional. Recuerde, si su matrimonio no anda bien, la familia no puede andar bien. Lea libros instructivos, asista a retiros, busque ayuda externa. Antonio y Sonia habían ignorado la distancia y la desconexión emocional en su matrimonio. Ambos habían encontrado conexiones alternativas malsanas para suplir sus necesidades de vivir en conexión. Antonio trabajaba demasiado, y llenaba sus necesidades biológicas con relaciones ilícitas. Sonia llenaba su gran vacío matrimonial haciendo de Anabela, su hijita, su “cónyuge emocional”. Esta relación “emocionalmente incestuosa” había detenido el desarrollo emocional de Anabela y era parcialmente responsable por su desafecto y distanciamiento de su madre.

3. Haga una evaluación personal y familiar de la presencia de adicciones. Hay múltiples grupos de doce pasos que han ayudado a millones de personas a enfrentar las disfunciones de adicciones y codependencia. Busque intervención sicológica y espiritual. Se piensa que la vergüenza tóxica es la gasolina de las adicciones. Requiere humildad reconocer que hemos utilizado sustancias, actividades o personas como “drogas” que anestesian nuestro dolor emocional. En la familia que atendimos, todos auto-medicaban su dolor emocional. Papá era mujeriego y trabajador compulsivo; mamá comía compulsivamente y era adicta a complacer a la gente. Adrián era adicto a varias drogas y a la adulación que había recibido en su niñez. Arturo vivía aislado, sufría depresión y pensamientos suicidas, era adicto a cortarse y a juegos de vídeo violentos. Anabela era compradora compulsiva y estaba cayendo en el alcoholismo.

4. Propóngase ser sensible y compasivo con las necesidades emocionales de su pareja y de sus hijos. Con la ayuda de Dios, procure la comunicación honesta y transparente. Evite los secretos familiares. Busque la manera de conectarse emocionalmente cada día con su pareja y con cada uno de sus hijos. Conforme al libro Los cinco lenguajes del amor,2 identifique el lenguaje de amor de su pareja y de sus hijos, y comunique su amor en el lenguaje correcto. Escuche a los miembros de su familia con interés genuino. Haga preguntas que los hagan sentirse amados, valorados y atesorados incondicionalmente. El amor incondicional expresado en miradas, gestos, palabras y acciones cariñosas es medicina para el alma de su pareja y de sus hijos.

Nunca es tarde

Nunca es tarde para reconocer los errores y buscar la ayuda de Dios. él los fortalecerá para corregir los errores, realizar los cambios necesarios y formar nuevos hábitos y prácticas que los vincularán con Dios, entre ustedes y con sus hijos.

Aunque los hijos adultos hayan dejado el hogar, cualquier cambio positivo los beneficiará. Nunca es tarde para presentar las heridas emocionales a Jesús, nuestro Sanador. La sumisión a Dios y la consulta con terapeutas cristianos o pastores capacitados en consejería los ayudarán a obtener mejor salud emocional y espiritual y relaciones más sanas. Esto vale cualquier gasto financiero y energía emocional.

Cuando los hijos ven los cambios positivos entre mamá y papá, o cuando comienzan a experimentar un aumento de interés y cariño de parte de sus padres, su esperanza y aun su fe en Dios se incrementarán exponencialmente. Con la ayuda de Dios, propónganse demostrarle a su familia que la relación con Jesús ofrece salvación por medio de la sangre derramada de Cristo, transformación de mente y corazón, restauración de heridas espirituales, emocionales y físicas, y adquisición de buenos hábitos y comportamientos. Esto garantiza una vida familiar de paz, gozo y gratitud aquí y ahora, y muy pronto, una eternidad dichosa con Jesús, con sus amados y con la familia celestial.

La incubadora ideal

La familia fue diseñada para reflejar el carácter de Dios y proveer una incubadora segura donde los niños pueden:

  • Encontrar su valor extraordinario ante los ojos de Dios —a través de los ojos de sus padres.
  • Aprender a nombrar y expresar sus emociones, pensamientos y necesidades sin sentir vergüenza tóxica por tener necesidades y características humanas.
  • Aprender la obediencia hacia Dios y hacia sus padres, el respeto mutuo, y a usar su libre albedrío sabiamente, para autogobernarse.
  • Experimentar el amor y compromiso del Padre celestial personalmente, por medio del amor y el cariño incondicional entre sus padres y hacia ellos.
  • Aprender a amar al prójimo como a sí mismos, y cómo relacionarse con personas diferentes a ellos.
  • Desarrollarse espiritual, física, emocional y socialmente para llegar a ser adultos responsables, emocional y espiritualmente maduros, saludables, productivos y preparados para formar su propio matrimonio y familia saludable.

1. John Bradshaw, Healing the Shame That Binds You (Deerfield Beach, Florida: Health Communications, Inc, 1988) p. 52.

2. Gary Chapman, Los cinco lenguajes del amor, disponible en muchas librerías cristianas y en Internet.

Los autores son consejeros familiares. Escriben desde Ridgefield, Washington.

La familia: formadora del hombre

por César y Carolann De León
  
Tomado de El Centinela®
de Noviembre 2019