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Hay en el ser humano un impulso de adorar. Aun las sociedades más primitivas adoran algo o a alguien. Dios nos creó así, para adorarlo a él. Dios quiere que nuestra vida sea una experiencia continua de adoración, no solo una pausa en el trajín cotidiano para adorar en un lugar específico. Hemos de adorarlo de manera holística, en “espíritu, alma y cuerpo” (1 Tesalonicenses 5:23).

La adoración es una vida consumida por un apasionado amor a Dios, que conduce a la comunión y a la obediencia.

El individuo y la adoración

Por haber sido creados para adorar a Dios, Satanás pretende convertirnos en falsos adoradores. El apóstol Pablo divide a la humanidad en tres grupos: naturales, carnales y espirituales, y explica: “El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura... En cambio el espiritual juzga todas las cosas... De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (1 Corintios 2:14-15; 3:1).

El hombre natural. El hombre natural ha estado separado de Dios como consecuencia del pecado de Adán. No puede adorarlo porque no tiene relación alguna con él. Adora, pero no a Dios. Hay quienes adoran su trabajo, a los artistas o deportistas, al dinero, a los espectáculos o a otra cosa. Para el hombre natural, Dios es “el que está allá arriba”, si es que no lo niega, pero carece de una relación personal con él.

El hombre carnal. El hombre carnal ha sido redimido de la muerte eterna por medio de la fe en la sangre de Jesús. El Espíritu Santo ha venido a vivir en él, pero aún es gobernado por sus instintos, su voluntad y sus emociones. No puede experimentar una adoración genuina, porque está atrapado por las cosas de este mundo. Su relación con Dios solo es una parte más de su vida. Está compuesta por fragmentos o porciones como el trabajo, el matrimonio, la familia, la diversión, el descanso, la iglesia y el momento de adoración congregacional.

Para el hombre carnal, la adoración es algo que él hace; no algo que es. La adoración es una pequeña tajada de su vida. Tiene un lugar en la vida, pero no es la vida. Por eso, el hombre carnal adora en los cultos y en la iglesia, pero nunca adora en casa con su familia, o en el trabajo, mientras labora para ganarse el sustento.

El hombre carnal considera la adoración como un deber necesario, cumplido por lo general en una o dos horas en los días de culto. Pregúntele al hombre carnal “¿Adoró esta semana?” Su respuesta será: “Claro que sí. Fui a la iglesia el domingo [o el sábado] por la mañana”.

El hombre espiritual. El hombre espiritual vive para adorar a Dios. Si le preguntamos: “¿Ha adorado esta semana?”, él responderá: “Toda la semana ha sido de adoración. He cometido errores, pero he adorado a Dios con todo mi corazón”. El hombre espiritual ruega la conducción del Espíritu Santo. Vive una relación de hijo con el Padre celestial en lo que hace y dice. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6). Adora a Dios con tanta pasión en el trabajo y en su casa como en la iglesia. En lugar de que la adoración ocupe una parte de su vida, para el hombre espiritual toda su vida es adoración.

La iglesia y la adoración

La iglesia ha sido llamada a rendir un servicio de adoración a Dios, que tiene como propósito el crecimiento espiritual personal y corporativo. San Pablo escribió: “Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).

El culto nos ayuda a crecer de manera personal. La experiencia de adoración involucra aspectos individuales y sociales, pues la iglesia no se compone de personas aisladas sino de una hermandad unida en espíritu y en verdad. Esta unidad tiene al amor como único fundamento.

La sustancia de la adoración

Toda adoración a Dios debe surgir de un corazón lleno de amor por él y por los que se reúnen para adorar. San Juan escribió que “el que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor” (1 Juan 4:8). El amor a Dios se manifiesta en el amor hacia los semejantes. El apóstol Juan explica: “Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros” (vers. 12). “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (vers. 20).

Cuando la iglesia se reúne para adorar a Dios, tiene que hacerlo en base al amor fraternal, pues la verdadera adoración nace de un corazón lleno de amor. Sería lamentable venir ante el Señor enemistados contra algún hermano. El paso hacia la verdadera adoración corporativa se hace posible al establecer relaciones que describan el mandamiento nuevo: “ámense los unos a los otros” (ver S. Juan 15:12). Este vínculo de amor recíproco invita la presencia de Jesús en la adoración.

La presencia de Jesús en la adoración

En la historia de la iglesia primitiva hubo momentos en que la presencia de Jesús por medio del Espíritu Santo fue tan real que llegó a ser el distintivo de la iglesia. La presencia de Jesús “en medio” de la comunidad que se amaba recíprocamente era muy vívida, presente y real, descrita como un ardor en el corazón (ver S. Lucas 24:32); “y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:4); y “el lugar en que estaban congregados tembló” (Hechos 4:31).

La verdadera adoración requiere de la presencia de Jesús, y su presencia solo ocurre en un ambiente de comunión real basada en el amor fraternal.

Conclusión

Tal vez usted no ha conocido a Dios conforme a su Palabra, y por ello no ha tenido una experiencia de adoración, pero hoy puede comenzar a adorarlo. Dígale ahora mismo a Jesucristo que lo salve de la perdición eterna y que de ahora en adelante sea el Señor de su vida. Tal vez usted ya recibió a Cristo y su don de salvación, pero solo adora a Dios cuando está en la iglesia y después sale a vivir como el resto de la gente. Decida hoy mismo tener una experiencia de adoración permanente, meditando en Jesús, escuchando música de alabanza a Dios, y orando en todo momento.

Y si usted es un cristiano espiritual, lo animamos a permanecer en adoración, pues usted también fue creado y redimido “para alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1:6).

El autor es dirigente de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Florida. Este artículo fue adaptado del libro Creados para adorar, de este sello editorial.

Creados para adorar

por Allan Machado
  
Tomado de El Centinela®
de Noviembre 2017