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“Si una persona es gay y busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo? El catecismo de la Iglesia católica explica esto de forma muy linda. Dice que no se deben marginar a estas personas por eso. Hay que integrarlas en la sociedad. El problema no es tener esta tendencia. Debemos ser hermanos. El problema es hacer un lobby”. Esta declaración —que dejó atónitos a algunos y alegró a muchas organizaciones que luchan por los derechos civiles de los homosexuales— fue hecha por el Papa Francisco en su viaje de vuelta a Roma luego de presidir a mediados de julio pasado el Congreso de la Juventud Católica en Río de Janeiro, Brasil.

Hace más de una década leí un artículo publicado por el suplemento dominical del diario Clarín de Buenos Aires: “Un fantasma recorre Nueva York, Miami, Los ngeles y Toronto: cada vez más varones jóvenes heterosexuales que viven en las principales ciudades de América del Norte quieren parecerse a los homosexuales. Según un estudio publicado en The Village Voice, la nueva tendencia comenzó hace más de una década, pero recién en los últimos dos años se transformó en algo masivo. Los jóvenes heterosexuales que quieren hacer carrera en las grandes ciudades se sumergen de lleno en el circuito gay: ‘Se trata de ser gay en todo, menos en el sexo’, dice Robbie Ammons, quien conoció a su esposa en el circuito gay de Nueva York. Sin embargo, hay quienes creen que los post héteros son gays que aún no se asumieron como tales: ‘Si alguien quiere parecer gay, vivir como gay, sentir como gay, tarde o temprano gozará del sexo gay’, dice Bryant Stiney” (Cultura y Nación, de Clarín, domingo 12 de agosto de 2001, p. 2).

El autor de la nota se preguntaba en aquellos primeros meses del nuevo siglo: ¿Nos encaminamos hacia una era post heterosexual? ¿Vamos hacia una nueva cultura gay?

La aceptación creciente de la homosexualidad por parte, primero, de la comunidad científica y, luego, de la sociedad, es un hecho incontrovertible. Quedó atrás la época cuando al homosexual se lo discriminaba, despreciaba, marginaba e incluso se lo sancionaba legalmente o se lo castigaba con cárcel. Esta situación fue cambiando paulatinamente. Primero apareció la tesis genética, que propuso la idea de que no se trata de una elección consciente sino de una predisposición biológica. Se descubrió que hay diferencias no solo a nivel endocrinológico (en las hormonas) sino en el cerebro de los homosexuales comparados con el de los heterosexuales. Incluso ciertos estudios genéticos, basados en el cromosoma X, descubrieron determinadas características diferenciales. Aunque las conclusiones de los investigadores aseguran que todos los estudios —tanto los hormonales, de las estructuras cerebrales y los genéticos— no demuestran una relación causal determinante sino un cierto grado de predisposición (Levay, S. The Sexual Brain, MIT Press, USA, 1993). Asimismo, los tratados de Psiquiatría, que clasifican o describen las enfermedades mentales, ya no incluyen la homosexualidad entre las perversiones sexuales, como ocurría en décadas anteriores. No aparece entre los trastornos o desórdenes mentales.

En la cultura, en general, hemos presenciado en los últimos años una proliferación de temas gay en el cine y en el teatro. Hollywood fue el mejor agente de esta expansión gay. Más aún, en estos días, la reina Isabel manifestó su apoyo al matrimonio igualitario (homosexual) en Inglaterra. En Sudamérica, Argentina y Uruguay votaron recientemente la ley del matrimonio igualitario. Lo mismo ocurrió en algunos estados de los Estados Unidos. Y en los congresos de varios países se está estudiando el asunto. Por lo tanto, no es inapropiado asegurar que ya estamos viviendo en una era “post heterosexual”.

En el último medio siglo se han producido los cambios más importantes en toda la historia de la humanidad respecto de la condición femenina. El movimiento feminista ha tenido un desarrollo vertiginoso a partir de la década de 1960, alcanzando niveles inauditos en la última década. Probablemente la obra de Simone de Beauvoir, El segundo sexo (1949), ha sido uno de los primeros textos en denunciar la subordinación histórica de la mujer, contribuyendo a la búsqueda de un cambio y trato igualitario. Durante milenios las mujeres fueron descalificadas y aun despreciadas, relegadas a las tareas domésticas y a la procreación, en una posición de sumisión. Hoy, en Occidente, prácticamente ninguna actividad se halla vedada a la mujer. Aun la guerra, que era un asunto exclusivamente masculino, hoy es también un asunto femenino. La nueva tecnología bélica ha contribuido a este fenómeno. Las guerras ya no se dirimen en “un cuerpo a cuerpo” como antaño. Hoy las mujeres son estimadas como políticas, militares, filósofas, artistas, científicas. Se hizo justicia. Porque ellas no solo dan la vida, sino que también son las que preservan esta enigmática especie.

¿Qué significado tiene este fenómeno histórico sobre nuestra sociedad? El filósofo Gilles Lipovetsky, quien se dedica a los asuntos de la posmodernidad, ha abordado el tema de los géneros igualitarios en su obra: La tercera mujer. Permanencia y revolución de lo femenino. El autor explica que este cambio está resquebrajando lo modelos tradicionales y los parámetros sobre los cuales construimos la idea de la mujer y del hombre. Si hay una equiparación en todas las cosas, ¿cómo nos diferenciamos? ¿Somos iguales a pesar de las diferencias anatómicas y fisiológicas? Si somos iguales, ¿no caeremos entonces en una crisis de identidad sexual? ¿Cómo se distinguirá un género de otro y cómo afirmaremos nuestra identidad?

La declaración del Papa es hija de su tiempo, y no agrega nada nuevo. La milenaria Palabra de Dios es clara respecto de que todos estamos destituidos de la gloria de Dios: heterosexuales, bisexuales y homosexuales (ver Romanos 3:23). Todos. Pero además es clara cuando afirma que la gracia de Cristo nos alcanza a todos (Romanos 6:23). En la Biblia no podemos encontrar una sola línea que nos lleve a pensar que Dios nos condena por nuestras tendencias pecaminosas. El Señor nos acepta tal como somos. Y nos transforma. Pero además, en la Biblia tampoco podemos encontrar una sola línea que apruebe el matrimonio igualitario. En el origen, Génesis 1:27 dice: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.

La cuestión es el lobby (“grupo de personas influyentes, organizado para presionar en favor de determinados intereses”, según el Diccionario de la Lengua Española).

Me pregunto si está lejano el día cuando aquella sociedad liberal que separó la Iglesia del Estado, asegurando así el derecho de las minorías religiosas a la libertad de conciencia, sea la misma que conculque las conciencias de los creyentes obligándolos a aceptar en sus iglesias el matrimonio religioso homosexual so pena de acusarlos ante los tribunales por discriminación.

“¿Homosexuales? ¿Quién soy yo para juzgarlos?”

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2013