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Bud Robinson fue un predicador protestante en Norteamérica a comienzos del siglo XX. En una ocasión fue llevado a Nueva York por varios amigos, quienes le dieron una gira por la ciudad. Esa noche, Bud dijo en sus oraciones: “Señor, gracias por dejarme ver todas las maravillas de Nueva York. Y sobre todo te doy gracias porque no vi ni una cosa que desearía tener”.

El Sr. Robinson había descubierto que la felicidad no estriba en las posesiones o las riquezas. Estudios recientes sobre la felicidad informan que aunque las entradas personales de los norteamericanos (ajustadas según la inflación) han aumentado un 250 por ciento en los últimos 50 años, su nivel de felicidad ha permanecido igual. El nivel de felicidad de las personas que ganan más de diez millones de dólares es mínimamente superior al del ciudadano promedio.* Es obvio que con mayores entradas, aumentan las aspiraciones.

El apóstol Pablo habló en varias ocasiones de la virtud del contentamiento en términos de las posesiones materiales. En 1 Timoteo se encuentra una expresión sucinta de su pensamiento al respecto:

“Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y daños, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:6-10).

El contentamiento no radica en tener todo lo que queremos, sino en no querer todo lo que vemos. En el ambiente comercializado y consumista de la sociedad actual, es difícil no sentir deseos de obtener y acumular cada vez más cosas y experiencias. Podríamos referirnos a este afán como codicia; en esencia, sentir que nos falta algo. Por otra parte, según se emplea la palabra en las Escrituras, el contentamiento es un sentido de suficiencia, capacidad y satisfacción, y es difícil que seamos felices sin una dosis importante de este sentimiento.

Por otra parte, quizá no debiéramos sentirnos satisfechos o contentos con condiciones que podríamos mejorar si sólo nos esforzáramos un poco más. El contentamiento no elimina las sanas ambiciones. Podemos desear y luchar por una educación para nosotros y nuestros hijos. Podemos aspirar a mejores empleos y mejores salarios. Podemos cambiar nuestro estilo de vida en busca de una mejor salud. Pero en el proceso de luchar por mejores condiciones, podemos vivir una vida de contentamiento en el marco de una confianza permanente y fructífera en Dios.

Jeremías 17:5, 7 dice: “Maldito el varón que confía en el hombre... Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto”.

Algo que la ciencia confirma es que la fe auténtica produce más felicidad que otros factores como la edad, el sexo, la raza y la educación. La fe nos provee un apoyo presente y la poderosa esperanza de un futuro mejor.

* Ver The Happiness Show streaming internet y www.hope.edu/academic/psychology/myerstxt/happy.


El autor es director de EL CENTINELA.

¿Felices o contentos?

por Miguel A. Valdivia
  
Tomado de El Centinela®
de Noviembre 2005