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En una noche fría de enero, mientras la nieve caía silenciosamente sobre el pueblo de Blaubeuren, Alemania, un hombre se dirigía con paso decidido hacia la estación del tren que pasaba cerca de su casa. A la distancia, podía escuchar el rítmico tabletear que anunciaba que se aproximaba el expreso de la media noche.

Nadie lo vio llegar y esperar solo en el andén; y nadie notó el momento cuando Adolfo se arrojó a los rieles frente a esa máquina veloz que en un instante terminó con su vida. Era el 6 de enero del 2009, y Adolfo Merckle creyó que no podía seguir viviendo: había sufrido grandes pérdidas en la Bolsa de comercio.

A simple vista, esta historia parece ser una de tantas que se han repetido en los últimos meses a medida que la crisis económica afecta los ahorros, el trabajo y las esperanzas de tantas personas.

Pero esta historia es diferente, porque Adolfo Merckle era uno de los hombres más ricos del mundo, y aunque había perdido la increíble suma de 400 millones de dólares, el total de su fortuna todavía sobrepasaba los nueve mil millones de dólares.

Aunque no seamos buenos para las matemáticas, no es difícil calcular que Adolfo, a pesar de su gran pérdida, aún poseía una fortuna que pocos alcanzan en la vida. La gran tragedia no fue su pérdida financiera, sino su perspectiva distorsionada de la vida.

¿Cómo podemos tú y yo afrontar la crisis que hoy embarga al mundo? Vivimos en un momento crucial de la historia. Este planeta se dirige vertiginosamente hacia un clímax cósmico, y grandes cambios ya están ocurriendo en todo el planeta: no solo en la economía, sino también en la ecología (el rápido calentamiento de la Tierra) y particularmente en la tecnología. Se pronostica que el mundo, tal cual lo conocemos hoy, no será el mismo en pocos años más. La globalización ya no es una palabra abstracta y distante, sino una realidad inminente.

Si a esto le sumamos las enfermedades que van en aumento (más de treinta nuevas enfermedades mortales en los últimos veinte años, sin antídoto ni cura), el hambre mundial (estadísticas de las Naciones Unidas indican que más de 854 millones de personas se van a dormir cada noche con hambre, y cada año se le agregan 50 millones más), y las guerras actuales (más de 50 guerras y conflictos alrededor del mundo en la actualidad), es como para repetir las palabras de Mafalda del caricaturista Quino: “Detengan el mundo, yo me quiero bajar”.

¿Cuál debería ser nuestra actitud como cristianos ante estas realidades? ¿Nos uniremos a la gran angustia de un mundo que gime en desesperación y temor, o será que la Palabra de Dios tiene una respuesta mejor? Veamos cuatro simples consejos de la Palabra de Dios:

Confíe en las promesas de Dios

En el capítulo 24 de San Mateo, Jesús predice todos estos acontecimientos, y nos insta a no tener temor: “Mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca.” (vers. 6). Y lo repite nuevamente en San Juan 16:33: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”.

Jesús nos ofrece paz. Él no promete que habrá paz en el mundo, pero nos da algo mucho mejor, la paz interior. No promete librarnos del dolor y el sufrimiento, pero nos ofrece el consuelo de su presencia. Así como lo hizo con Daniel y sus compañeros, promete hacer con nosotros: “El que anduvo con [ellos] en el horno de fuego acompañará a sus seguidores dondequiera que estén. Su presencia constante los consolará y sostendrá. En medio del tiempo de angustia cual nunca hubo desde que fue nación, sus escogidos permanecerán inconmovibles” (Elena G. de White, Patriarcas y profetas, p. 376).

Comprenda el tiempo en que vivimos

Hoy, la pregunta más repetida es: ¿Por qué Dios permite el sufrimiento y el dolor? Hay un viejo refrán que dice que a veces los muchos árboles no nos permiten ver el bosque. Y a veces las tragedias y el dolor que experimentamos cada día no nos permiten discernir el plan de un Dios de amor en nuestra vida y en el mundo.

Si no comprendemos el cuadro panorámico del conflicto entre el bien y el mal, estamos viendo solo árboles. Jesús nos invita a escudriñar las Escrituras para comprender que “un enemigo ha hecho esto” (S. Mateo 13:28), y que hay un plan de perfecta armonía para redimir al hombre caído.

Comprenda que Dios es personal

La era tecnológica en la que vivimos nos permite contemplar a diario la miseria humana en el mundo. Nuestro planeta se asemeja a un gran cementerio de dolor a través de todas las edades. Escenas desgarradoras de sufrimiento y muerte aturden los sentidos, y cada día millones de oraciones se elevan al trono de Dios pidiendo socorro.

A pesar de las lúgubres estadísticas, Dios nos recuerda que él es un Dios personal, y nos invita a acercarnos con confianza a su trono para recibir socorro: “Acerquémonos pues, confiadamente al trono de gracia para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:16). Él tiene contados los cabellos de nuestra cabeza, y ni siquiera un pajarillo cae a tierra sin que él lo note (ver S. Mateo 10:29-31).

Guarde sus tesoros en el cielo

Ante un clima mundial de incertidumbre financiera, cuando los Adolfos del mundo se encogen de temor, muchos cristianos se preguntan, ¿dónde debemos invertir? ¿Habrá algún lugar seguro? Nuevamente Jesús nos da la respuesta: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan, sino haceos tesoros en el cielo… porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (S. Mateo 6:19, 21).

El corazón de Adolfo estaba puesto donde había invertido todo su tiempo, sus talentos y sus tesoros. Jesús nos invita a invertir en el banco del cielo, un banco que nunca falla, y que da intereses eternos.

Si así lo hacemos, al enfrentar pérdidas terrenales, no habremos perdido nada, y podremos decir como el profeta Habacuc: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo… con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:17, 18).

Viva la vida con esperanza

La Palabra de Dios nos invita a vivir una vida de gozo, paz y esperanza: “Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo” (1 Tes. 5:16-18). ¿Pero cómo es posible hacerlo en un mundo convulsionado? Muchas personas, al igual que Adolfo, cuando comprenden que no pueden controlar las circunstancias penosas que los rodean, se sumen en una profunda depresión, a veces con resultados trágicos.

Jesús nos ofrece la solución. Él nos invita a entregarle todas nuestras cargas. No necesitamos llevar solos el peso del mundo, porque los hombros de Jesús pueden cargar al mundo entero, y ciertamente pueden llevar nuestra carga. “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará” (Salmo 55:22).

Cuando por fe depositamos todo a los pies de Jesús, nos sentiremos libres del peso que nos agobia. Enfrentaremos la vida con gozo, esperanza y gratitud por lo que Jesús ha hecho por nosotros. Y aunque no podamos controlar las circunstancias o las personas que nos rodean, podremos cambiar nuestra actitud, porque ella no dependerá de las circunstancias, sino de conocer a Jesús y comprender lo que él ha hecho por nosotros.

Sí, hay aflicción en el mundo, pero Dios no solo nos explica el por qué, sino que promete acompañarnos; y al fin, cuando lo veamos venir en gloria, podremos decir: “Este es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará” (Isaías 25:9).


El autor es director del mundialmente conocido programa de radio y televisión Está escrito.

Enfrentando la crisis actual

por Robert Costa
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2009