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Durante los años que dediqué al ministerio, me acostumbré a escuchar en nuestras reuniones de testimonios y oración las peticiones de hermanos para que sus hijos regresaran a la iglesia. La angustia de estos padres me llevó a investigar por qué muchos de nuestros jóvenes están abandonando la iglesia.

En una indagación que hice, descubrí un factor común en estos jóvenes que habían salido de la iglesia: el 95 por ciento habían estudiado sus primeros años en una escuela no cristiana. En esas escuelas se enseña sobre la evolución, estilos de vida contrarios a lo que presenta la Palabra de Dios, y el secularismo. ¡Mediante la educación, se estaba formando el carácter de nuestros jóvenes para la perdición! Esas semillas finalmente florecieron en sus mentes. Así, no debería extrañarnos que cuando nuestros jóvenes llegan a cierta edad salgan de los caminos de Dios. Somos del mundo, pero no deberíamos ser partícipes del mundo.

Hay tres escuelas principales en la vida de un joven. La primera es el hogar. Allí los padres pueden hacer una tremenda diferencia. La Palabra de Dios dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Muchas veces estamos tan ocupados en nuestros trabajos o quehaceres que no tenemos tiempo para el culto ni la enseñanza de la Palabra de Dios en el hogar. Eso hace que nuestros hijos no tengan un fundamento firme en lo espiritual para enfrentar la segunda escuela.

La segunda escuela es la iglesia, donde los niños van a las clases infantiles. Como padres, pensamos que la iglesia debería cubrir lo que no se hizo en el hogar. Y aunque sabemos que ese no es el caso, perdemos parte de esa bendición cuando nos ausentamos o llegamos tarde a la iglesia. Muchas veces las familias llegan a la iglesia recién para la hora del sermón. Quizá para evitar preguntas ellos mismos, le quitan la bendición que reciben sus hijos en la escuela sabática. Permíteles a tus hijos gozar de las clases infantiles impartidas por personas consagradas de la iglesia.

La tercera escuela es aquella donde aprenden a escribir y a leer. Muchos llegan a esta escuela sin una base sólida en los caminos de Dios. La situación se complica más aun si los inscribimos en una escuela pública, por donde se pasea el enemigo. ¿Por qué no le cerramos la puerta al enemigo? Mezclados entre los conocimientos que se imparten, llegan a nuestros hijos ideologías diferentes, malsanas, que los confunden. Además, no hay que olvidar la influencia poderosa de amigos cuyas vidas y ejemplo no obedecen a los principios eternos que los preparan para el cielo. Busquen escuelas cristianas donde comprendan que “educar es redimir”, donde Cristo sea el centro, donde puedan cultivar un carácter digno del reino de los cielos.

Evitemos el llanto de mañana. Hoy podemos ganar la batalla. Hoy podemos hacer todo de nuestra parte para formar el carácter de nuestros hijos, de modo que sea para ellos un escudo contra el mal. Es momento de actuar. Recuerda: el evangelismo empieza en casa. Qué precioso será ver a toda la familia en las mansiones celestiales, viviendo juntos con nuestro Señor Jesucristo para toda la eternidad. El Señor nos pedirá cuenta por los hijos que nos ha confiado. Esperamos que nos diga en aquel día: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (S. Mateo 25:23).

Ejemplos bíblicos inspiradores

En la Biblia encontramos ejemplos de familias que siguieron los consejos divinos y educaron a sus hijos desde temprano, en el hogar, para que luego pudieran hacer frente a las influencias negativas de otros ambientes y permanecer firmes en la fe. Si seguimos estos ejemplos y enseñamos a nuestros hijos a amar a Dios por sobre todo, los resultados no tardarán en hacerse notar.

  • José: “Mientras era pastorcillo y cuidaba los rebaños de su padre, la vida pura y sencilla de José había favorecido el desarrollo de las facultades físicas y mentales. Por la comunión con Dios mediante la naturaleza, y el estudio de las grandes verdades transmitidas de padre a hijo, como cometido sagrado, obtuvo fuerza mental y firmeza de principios” (Elena G. de White, La educación, p. 50).
  • Moisés: “Jocabed era mujer y esclava. Su destino en la vida era humilde, y su carga pesada. Sin embargo. . . sabiendo que su hijo había de pasar pronto de su cuidado al de los que no conocían a Dios, se esforzó con más fervor aún para unir su alma con el cielo. Trató de implantar en su corazón el amor y la lealtad a Dios. Y llevó a cabo con fidelidad esa obra. Ninguna influencia posterior pudo inducir a Moisés a renunciar a los principios de verdad que eran el centro de la enseñanza de su madre” (La educación, p. 57).
  • Daniel: “Daniel y sus compañeros habían sido instruidos fielmente en los principios de la Palabra de Dios. Habían aprendido a sacrificar lo terrenal a lo espiritual, a buscar el mayor bien, y cosecharon la recompensa. Sus hábitos de temperancia y su sentido de la responsabilidad que tenían como representantes de Dios, produjeron el más noble desarrollo de las facultades del cuerpo, la mente y el alma” (La educación, p. 52).

El autor tiene una maestría en Teología. Escribe desde Rainier, Maryland.

Ciudad de refugio

por Ramón Escalante
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2024