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En ocasiones nos sentamos con mi esposa a observar a las personas, y le hago esta pregunta. Jugamos a imaginarnos algo de sus vidas y a adivinar cuáles de los transeúntes son turistas y cuáles son residentes.

Vivimos en una hermosa isla en el Caribe, así que el flujo de turistas es bastante común; sin embargo, no siempre acertamos en quién lo es y quién no. Cuando tenemos dudas, nos acercamos y preguntamos, a la vez que compartimos algún libro misionero.

Con el tiempo, hemos identificado algunas características que nos ayudan en nuestro juego. Uno de los primeros aspectos es la fisionomía de las personas: la forma de su rostro, su estatura, el color de cabello y de piel. Según nuestro origen, tenemos ciertos rasgos físicos que nos caracterizan. También prestamos atención a la forma de hablar, el idioma, la forma de vestirse, la comida que consumen y el comportamiento. Todas estas son maneras de identificar a una persona extranjera, casi a simple vista.

En el plano espiritual, este principio también aplica. La Biblia dice en 1 Pedro 2:9: “Mas vosotros sois. . . nación santa, pueblo adquirido por Dios”. Dios nos dice que somos un pueblo especial; mas que ciudadanos de este planeta, pertenecemos a una nación que es santa y que fue adquirida por él con un propósito especial.

En Filipenses 3:20, uno de mis textos favoritos, dice lo siguiente: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos”. ¡Somos turistas! No pertenecemos aquí; nuestra verdadera procedencia no está sujeta a un país o nación terrenal. Nuestra verdadera madre patria es el reino de los cielos. Aquí estamos hasta que lleguemos allá. Todos los que hemos aceptado a Cristo somos “ciudadanos celestiales”.

¿No deberíamos conservar aquellas prácticas y conductas de nuestra verdadera patria? ¿No debería la gente identificar con observarnos que somos “extranjeros”? Entonces, ¿cuáles son aquellas características de nuestro país celestial que deberíamos conservar?

El sábado como distintivo

Podemos mencionar muchas características; entre ellas la forma de vestir, hablar y comer. Pero quisiera hacer énfasis en una en particular: la observancia del sábado.

“Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación” (Génesis 2:3). Cuando Dios instituyó el sábado, no existían los países como actualmente los conocemos: no había naciones, no había culturas, no había más que una pareja en el jardín del Edén, que serían los padres de toda la raza humana.

El sábado fue otorgado para toda la humanidad; no depende de leyes dictadas por congresos o por mandatarios locales. Nos fue dado desde el comienzo mismo de la humanidad, como un regalo de Dios para quienes se consideran parte de su pueblo. Su observancia trasciende las fronteras establecidas políticamente, y los “ciudadanos celestiales” deberíamos respetarlo doquiera estemos.

El sábado es una señal, una marca, para identificar al verdadero pueblo y al verdadero Dios. Es la manera que Dios tiene para saber quién es ciudadano de su nación santa. En otras palabras, la tarjeta de identificación, cédula o pasaporte que me identifica como ciudadano celestial es la observancia y la santificación del día sábado, la manera de demostrar que somos del pueblo de Dios y que lo reconocemos como nuestro real Soberano, Rey y Mandatario.

En conclusión, los “ciudadanos del cielo” somos los que hemos aceptado a Jesús como nuestro Salvador personal y queremos vivir conforme a sus enseñanzas. Por tanto, debemos ser reconocidos en esta tierra como “turistas”, personas que practican y mantienen las costumbres de su verdadero país. Como hemos visto, la observancia del sábado de acuerdo con el mandato bíblico es un gran ejemplo de esto.

Y tú, ¿eres turista o residente?

El sábado en el Antiguo Testamento

En el relato bíblico encontramos un registro de cuando Dios le recuerda a su pueblo escogido que debe guardar el sábado. Para grabarlo en sus corazones, lo incluyó entre los Diez Mandamientos, que tampoco están sujetos a una nación especifica, sino que aplican a toda la humanidad. Sería casi descabellado decir que mandamientos como “No robarás”, “No matarás” “Honra a tu padre y a tu madre” fueron dados solamente a un pueblo errante del desierto y que el resto de la humanidad no debe aceptar su vigencia. Pues bien, el sábado comparte este principio universal del Decálogo bíblico.

El sábado en el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento también encontramos la observancia del sábado como una realidad. Jesús enseñó y aclaró cómo respetarlo. El pueblo judío había confundido un poco las reglas, pero nunca dudó de la santidad del día.

Jesús mismo guardaba el sábado como hábito regular: “Vino a Nazaret. . . y el sábado entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer” (S. Lucas 4:16, RV95).* En otra ocasión Jesús dejó claro que su propósito no era cambiar nada de la ley, incluyendo el día santo, sino que quería darle su verdadero cumplimiento y entendimiento (ver S. Mateo 5:17-19).

La carta de Santiago también enseña que guardar toda la ley, incluyendo el sábado, es un acto propio de los que nos llamamos ciudadanos celestiales: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). La ley es un conjunto indivisible, que no se puede obedecer por partes.

Como ciudadanos del reino de los cielos, la Biblia completa nos recuerda el sábado como una marca distintiva y una bendición especial para todos los creyentes.

* Tomado de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Usada con permiso.

El autor tiene una maestría en Ministerio pastoral y escribe desde Girón Santander, Colombia.

¿Turista o residente?

por Jonathan Gallego
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2024