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Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo?... Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió. Génesis 3:9-11, 21.

¿Cuál es el miedo que tu desnudez no oculta?

Este texto bíblico registra la primera parábola de la Biblia, que, como “el aceite de oliva” que mantenía encendida la lámpara perpetuamente sobre el arca del tabernáculo (éxodo 27:20), ilumina nuestra conciencia para darnos esperanza. Es la primera parábola de la Biblia, porque, como veremos, es un relato breve de un hecho natural que contiene dos elementos comparativos, con el propósito de dejarnos una enseñanza profunda. Es la primera parábola en dos sentidos: cronológico y teológico. Cronológico, porque es la primera que registra la Escritura. Y teológico, porque es la que le da forma y sentido a todo el contenido del lenguaje bíblico. Es decir, el mensaje que se transmite mediante todos los géneros de comunicación usados en la narrativa bíblica: símiles, alegorías, hipérboles, metáforas, fábulas y proverbios, está contenido en esta sencilla y poderosa parábola, como todo el mar lo está en una sola gota de agua.

Anuncio del porvenir

Por lo tanto, el texto que nos ocupa no solo es el primer registro de un relato breve con un profundo sentido simbólico, sino que también es el primer anuncio del porvenir. Esta parábola nos abre a la esperanza, y derrama gracia sobre nuestro corazón como la abundancia del aceite de oliva, que no solo cura sino que también ilumina.

¿Pero qué nos trae esta parábola? Nos revela un par de cosas importantes para nuestro destino: en primer lugar, que en la desnudez de nuestra precariedad humana el miedo puede alejarnos de Dios. Una falsa conciencia religiosa puede inducirnos a creer en un Dios que se nos presenta, a través de sus mediadores, como un ser tan vengativo como memorioso. Pero la parábola nos enseña que es Dios quien busca a la criatura que huye. Por eso, el final de la parábola es mejor que el comienzo: Dios provee “túnicas de pieles” para cubrir nuestra desnudez.

Las primeras palabras del texto son tristes, como lo es el miedo. El miedo es triste porque ahuyenta el amor; pero no solo ahuyenta el amor, sino también la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, para que solo quede la desesperación muda.

Dios pregunta: “¿Quién te enseñó que estabas desnudo?” La respuesta a esta pregunta es el principio de la sabiduría. La conciencia de nuestra desnudez enciende la necesidad de Dios, y esa necesidad es nuestra única perfección. Todo lo que podemos darle a Dios es nuestra necesidad, y esta es su gran oportunidad para cubrir nuestra desnudez.

¿Dónde descansa tu esperanza?

La Escritura dice que “Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió” (Génesis 3:21). He aquí la parábola, la comparación, entre el vestido y su significado. Pero he aquí también el primer gran milagro que registra la Escritura después de la caída del hombre en el pecado: Dios cubre la desnudez de la criatura humana.

Todo milagro es una parábola en acción, así como toda parábola es un milagro en palabras. Y ambos, milagro y parábola, son también una profecía, porque aquí se anuncia “el reino de Dios y su justicia” (ver S. Mateo 6:33).

Esas “túnicas de pieles” del mundo real son símbolo de algo más profundo. Así, muchas cosas en la naturaleza son bocetos proféticos de las operaciones divinas. Pero Dios no solo cuenta parábolas, sino que las realiza.

La primera profecía

Por lo tanto, la primera parábola de la Biblia es también la primera profecía: la promesa del sacrificio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (ver Juan 1:29). Dios es nuestra única esperanza. Todo proviene de él, pues “toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces” (Santiago 1:17). Cristo es anunciado como el don perfecto que desciende del cielo (S. Juan 3:13-15). Lo propio de este don perfecto es que el Donador se da en el don. En Cristo, Dios no da algo, sino que se da a sí mismo. Dios es el darse del don. Este don es el mismo reino al que Dios te invita constantemente. Especialmente cuando te sientes solo, angustiado, atemorizado o desesperado/a.

Todas las parábolas apuntan al reino, que literalmente proviene del cielo. El reino es, además de gracia infinita, justicia infinita. Por lo tanto, lo que “viene de arriba” es la única justicia que saciará nuestra alma. Cuando estemos en el pozo y ya no nos quede nada en este mundo, ¡miremos hacia arriba! Dios no necesita mediadores para hacer su obra en nuestras vidas y ahuyentar nuestros miedos. ¡él es nuestra única esperanza!

El autor es el editor de El Centinela.

La primera parĂ¡bola

por Ricardo Bentancur
  
Tomado de El Centinela®
de Junio 2020