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En 1978, en la unidad neonatal de un hospital de Bogotá, Colombia, el pediatra Edgar Rey descubrió una práctica que significó un gran avance en el tratamiento de bebés prematuros. Este hospital, donde nacían más de 30,000 bebés por año, se hallaba en el centro de uno de los barrios más pobres de Bogotá, y no tenía suficientes incubadoras. Varios bebés compartían cada incubadora, lo que aumentaba los casos de contaminación y el índice de mortalidad, así como el abandono de sus hijos por parte de las madres, pues no tenían la oportunidad de cargarlos.

Cuando leyó un artículo sobre cómo los canguros cuidan a sus crías, el doctor Rey se sorprendió de los beneficios que tal método proporcionaba. Luego del nacimiento, los canguros llevan a sus crías en su bolsa, donde se les alimenta con consistencia, se les protege, y se regula la temperatura. El médico invitó a las madres a sostener a sus bebés, piel con piel, durante su estadía. Los resultados fueron asombrosos. Disminuyeron las muertes de bebés, los días en el hospital, y el uso de incubadoras.

¡El poder del tacto y la presencia de las madres marcó la diferencia!

“Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

En la cruz, Jesús también experimentó el dolor, la angustia y la ansiedad que acompañan al abandono. Se puede pensar que lo que lo mató fue el dolor físico, pero el peso del pecado sobre sus hombros fue lo que propició los mayores sentimientos de abandono de su Padre celestial (ver 2 Corintios 5:21). El sentimiento del poder de la presencia y de la comunión con su Padre celestial se había desvanecido, se rompió bajo el peso de la separación por el pecado. Bajo esta presión extrema, Jesús clamó: “Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (ver S. Mateo 27:46).

Estar juntos o estar presente

Nuestros hijos pueden pasar todo el día con nosotros y aun así sentirse tan lejos como David se sentía de Dios. Los padres pueden suponer que lo único que importa es ocupar el mismo espacio con sus hijos, pero estar presente representa más que pasar tiempo juntos.

El Evangelio según San Juan tiene un toque muy personal, pues comienza con “el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios”, seguido de la expresión, “y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (S. Juan 1:1, 14, RV95).* Esto quiere decir que nuestro Dios es un Ser personal y no distante. Cuando oras, ¿crees que tienes toda la atención de Dios?

Este Evangelio apoya el argumento de que Cristo, nuestro Dios y Salvador, está presente y comprometido con nosotros en nuestra vida diaria. Un día Jesús visitó el estanque de Betesda, donde “una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos” yacían esperando que el agua se moviera para ser sanados, según se creía (S. Juan 5:3, 4). Un hombre había estado acostado allí durante 38 años. Casi cuatro décadas de falsas esperanzas. Jesús anhelaba sanar a todos, pero era sábado, y eso excitaría la hostilidad de los legalistas judíos en su contra, y podría abreviar su ministerio. Se concentró en este caso extremo: le habló al hombre y lo sanó (vers. 6-9). Dios no solo está junto a sus hijos, sino que también se relaciona con ellos.

Jesús no sintió nada más aterrador que estar separado de su Padre, y nada es más importante para Dios que tener comunión y comprometerse con sus hijos. ¿A nosotros también nos importa la presencia de Dios y de nuestros hijos?

*Los textos bíblicos fueron tomados de la versión Reina-Valera 95® © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizada con permiso.

Los autores son ministros cristianos. Escriben desde Salem, Oregón.

El poder de la presencia

por Samuel Moreno y Levyggy Laureano
  
Tomado de El Centinela®
de Abril 2023