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Buscamos la felicidad sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una”.* Así describió Voltaire la búsqueda de la felicidad.

Intuimos la felicidad porque es inherente al hombre, pero no la tenemos, y eso nos angustia. Podemos decir que felicidad es el estado pleno de realización y satisfacción. Una condición de armonía con la creación y con Dios. La felicidad es vital. Hallarla es el único afán de la existencia humana. Por eso, en su búsqueda volcamos la vida.

En realidad, no es la felicidad lo que está perdido, sino nosotros mismos, y en nuestro extravío la buscamos donde no está. Nos han dicho que se halla en la diversión, pero esto solo es placer. El placer es carnal, mera satisfacción de apetitos. La felicidad cubre todas las dimensiones y manifestaciones del ser: físicas, mentales y espirituales. La fama, la riqueza y el poder ofrecen meros sustitutos de la felicidad. Deslumbran, pero son como flores de plástico, sin néctar ni polen, sin fragancia ni fruto.

Cuando olvidamos algo que íbamos a llevar de casa al trabajo, o viceversa, desandamos nuestros pasos, y entonces nos acordamos, y lo encontramos. En esta búsqueda de felicidad conviene hacer lo mismo: volver al principio, al estado de inocencia en el Edén, de donde nuestros primeros padres salieron y dejaron la felicidad. Se separaron de su Creador y se volvieron infelices. Ahí vamos a ver a Dios, y en él encontraremos la felicidad. Curará nuestra amnesia existencial, pues separados de él olvidamos nuestro origen (la creación), propósito (glorificar a Dios y servir al prójimo) y destino (vivir en presencia de Dios). Es esa amnesia la causa de la angustia existencial.

Entonces, seguros de nuestro origen, misión y destino, de la mano de nuestro Creador iremos por la vida siendo felices y contribuyendo a la felicidad del prójimo.

No sabemos cómo buscar la felicidad; en realidad, es el Espíritu Santo de Dios quien nos busca, nos encuentra y nos lleva a la presencia de Cristo y del Padre, las fuentes de la felicidad.

El autor es redactor de El Centinela.

Editorial

por Alfredo Campechano
  
Tomado de El Centinela®
de Marzo 2020