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Una maóana, en un país de América del Sur, Francisco, con trece hijos que alimentar, llevó a la ciudad a su hija Ana, de once aóos, y entraron en una taberna. Francisco y el dueóo de la taberna comenzaron a regatear por la nióa, hasta que le gustó el precio. Al despedirse, el padre le dijo:

—Tú te quedas aquí por un tiempo.

Ana lloró, rogándole que no la dejara, pero él le dijo:

—Si no hago esto, tus hermanitos no comerán.

Esta hermosa nióa, soóadora e inocente, pasó tres aóos siendo abusada, golpeada y obligada a practicar actos inmorales. Para esta esclava del mercado de la promiscuidad, la humanidad llegó a ser sucia y oscura. A los catorce aóos fue vendida a otro prostíbulo en la capital del país. Un día llegó un dueóo de los turbios negocios de escolta de la Ciudad de Nueva York, que servía a los magnates más ricos del mundo, y preguntó:

—¿Cuál es la mejor muchacha?

—Anita. A usted se la dejamos por 50,000 dólares.

—Trato hecho —dijo el hombre.

¡Cristo Jesús! él es tu esperanza.

Tramitaron documentos falsos, la drogaron y la entrenaron para que pasara como la mujer de ese individuo. En Nueva York, Ana sirvió a los grandes, políticos y ejecutivos, los que aparentan integridad y salen en la página de sociales de los periódicos.

Ana anhelaba formar una familia, tener hijos y darles el amor que ella nunca había recibido. Entre tumbos y caídas, a escondidas, llevó una doble vida, y tuvo hijos de tres padres diferentes. Con frecuencia se preguntaba: ¿Habrá algún hombre en la tierra que sea justo, amable y apacible?

 La desesperación la llevó al borde del suicidio. Ni la ciencia, ni la psicología, ni las grandes sumas de dinero que ahora ganaba la satisfacían. ¡Quería morir! Detestaba la idea de que algún día sus hijos descubrieran lo que era. Mientras deambulaba por las calles de Nueva York, oyó que en una iglesia cantaban: “Yo me rindo a ti; mis flaquezas, mis pecados, todo rindo a ti”. Una intensa curiosidad la indujo a entrar, y escuchó las palabras que yo pronunciaba desde el púlpito: “ ¿Tu desesperación te está orillando al suicidio? Hoy te presento la solución, al único que no miente. él es Aquel que tú necesitas. Te presento a tu Salvador, a ¡Cristo Jesús! él es tu esperanza. El mundo te ha quitado la estima propia, pero Cristo murió en la cruz del Calvario para darte felicidad y vida eterna”.

Entre sollozos, Ana pasó adelante y preguntó:

—¿Podrá ese Salvador perdonar a alguien tan sucia como yo?

—¡Por supuesto! —contesté—. él te declara hoy su hija y ciudadana en su reino. Deposita en él tu fe, y él te vestirá de su justicia.

Ana recibió a Jesús, se apartó de su vida licenciosa, y su vida cambió. Jamás olvidaré su confesión delante de sus hijos. Ellos se arrodillaron ante ella, la abrazaron y le dijeron:

—¡Eres la madre más hermosa de la tierra! Eres la reina que Dios nos dio para que lleguemos a ser personas de bien.

Tal es el seguro resultado de aceptar a Jesús, porque ¡hay poder en la sangre de Cristo! Cuando él entra en el corazón, la naturaleza entera se eleva, y la oscuridad se transforma en esperanza.

El autor es director y orador de La Voz de la Esperanza.

Esperanza

por Omar Grieve
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2019