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A través de la historia Dios ha cambiado el carácter de las personas, y ha llamado a su servicio a quienes ha querido.

“¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Génesis 18:14), dice la Escritura. Y responde: “Para Dios todo es posible” (S. Mateo 19:26). Lo que Jesús hizo en el pasado puede hacerlo hoy, pues él es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).

Durante una serie de conferencias bíblicas en Argentina conocí al dueño de un club nocturno, comerciante de artículos pornográficos y traficante de drogas, pero hoy ese hombre va de pueblo en pueblo distribuyendo literatura cristiana. Un musulmán que antes odiaba a judíos y a cristianos, y aspiraba a ser un terrorista suicida que arrastrara a muchos judíos a la muerte, hoy intercede cada día por Israel en sus oraciones y proclama el evangelio. Un psicólogo dijo que a un prisionero por delitos aberrantes ya no había forma de ayudarlo, pero hoy este desahuciado asiste a una iglesia cristiana, y durante varios años ha ayudado a muchos.

Estos casos tienen algo en común: la intervención de Jesús para tornar vidas destruidas en vidas triunfantes, ya que la imposibilidad humana es la oportunidad de Dios para salvar personas y familias. Por eso las estadísticas muestran que las terapias cristianas para adictos a la droga son más efectivas que las terapias no cristianas.

Esto fue lo que Dios hizo en la vida de un juez de Israel nada prometedor.

La Biblia dice: “Jefté galaadita era esforzado y valeroso; era hijo de una mujer ramera, y el padre de Jefté era Galaad. Pero la mujer de Galaad le dio hijos, los cuales, cuando crecieron, echaron fuera a Jefté, diciéndole: No heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer. Huyó, pues, Jefté de sus hermanos, y habitó en tierra de Tob; y se juntaron con él hombres ociosos, los cuales salían con él. Aconteció andando el tiempo, que los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel. Y cuando los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel, los ancianos de Galaad fueron a traer a Jefté de la tierra de Tob; y dijeron a Jefté: Ven, y serás nuestro jefe, para que peleemos contra los hijos de Amón” (Jueces 11:1-6).

Hijo de una prostituta y de un adúltero, Jefté no tuvo padres que se amaran ni que lo amaran y se preocuparan por él. Debe haber tenido experiencias traumatizantes y una mala educación. Jefté jamás escuchó que alguien dijera: “¡Qué parecido es a su madre!” Una situación así causa daños emocionales. Le aguardaba un futuro sombrío.

Cuando falleció el padre de Jefté, el odio y el desprecio de sus medio hermanos se desenfrenó, así que lo echaron. Ahora tendría que vivir como un desheredado.

“Huyó, pues, Jefté de sus hermanos, y habitó en tierra de Tob”. La palabra hebrea para “Tob” significa algo así como “bueno”. Tal vez esto expresaba su deseo: “Quiero ir a un lugar que sea bueno, donde pueda hacer lo que yo quiera”. Así piensan muchos jóvenes.

En la “tierra de Tob” Jefté no tenía trabajo, y se tornó deshonesto. Otros hombres marginados se juntaron con él, y con ellos organizaba correrías y practicaba el pillaje. Pero Jefté poseía cualidades de líder. Era “valeroso” (Jueces 11:1), algo así como un Robin Hood de su época.

El llamamiento

Un día, los ancianos de Galaad le pidieron ayuda. Jefté pensó que solo querían utilizarlo para sus propósitos, y con escepticismo preguntó: “Si me hacéis volver para que pelee contra los hijos de Amón, y Jehová los entregare delante de mí, ¿seré yo vuestro caudillo?” (vers. 9). Él desconfiaba, y era lo suficientemente inteligente para aprovechar al máximo la oportunidad de su vida.

El nombre Jefté significa: “Él (Dios) abre”. Y Dios lo llamó para ser juez de su pueblo.

Dios concede oportunidades

Esta historia enseña que Dios no se detiene ante los orígenes o la procedencia de una persona, ni se deja influir por las circunstancias. No hay para él caso perdido.

No importa lo que usted piense de sí mismo, ni que se vea indigno, perdedor, tímido, excluido, maltratado o desechado. Tampoco importa cómo lo ven los demás. Lo único que importa es cómo Dios lo ve. A sus ojos, usted es infinitamente valioso. Dios lo mira con amor de Padre. Fue así como Jefté se convirtió en hombre de fe, y llegó a ser miembro de la galería de los héroes de la fe (ver Hebreos 11:32).

Cuando Jesús llevó la cruz, nuestros pecados estaban sobre sus hombros y los sintió en su corazón. Y cuando resucitó de los muertos nos abrió a usted y a mí las puertas del cielo. Dios no quiere que usted se pierda. Su mayor deseo es que acuda a Jesús y por su medio alcance el perdón y la vida eterna. Juan lo expresa así: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Juan 4:9). Jesús puede enderezar aun las vidas más torcidas. Puede abrir puertas insospechadas, ungir con su Espíritu los corazones, y otorgar oportunidades nunca soñadas. ¡Y esto también se aplica a usted!

Dios es también soberano. No elige a las personas según sus cualidades o su religiosidad. Tampoco mira si hay buenas acciones, ética y renombre. En el lago de fuego habrá muchas personas de “buen nombre”, y en el cielo muchas de “mala fama”.

Dios no está sujeto a los orígenes de una persona. Él desecha príncipes y elige a hijos de delincuentes, a niños de la calle, a hijos de matrimonios separados. La elección de Dios no es hereditaria. En el régimen de los jueces no hubo dinastías.

Dios no nos llama porque vea algo bueno en nosotros, sino por su elección en Jesucristo: Dice la palabra de Dios “según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad” (Efesios 1:4, 5).

Tenemos libre albedrío y la posibilidad de desechar la salvación en Jesús, pero por nosotros mismos somos incapaces de escoger la salvación en Cristo, pues es el Espíritu quien atrae a las personas hacia el Hijo, y Dios no desea la muerte de ningún pecador, sino que se convierta y viva.

Aunque sus medio hermanos lo despreciaron, lo desheredaron y lo exiliaron, Dios no olvidó a Jefté. Dios puede convertir al jefe de una banda de pillos en héroe y caudillo de su pueblo. Él ampara a los marginados. Eligió a Jefté en base a su libre y divina voluntad, como había hecho con Israel. Y hoy lo puede hacer con usted y con su familia. Deposite su fe en él y comenzará a ver sus maravillas.


El autor es ministro cristiano. Escribe desde Filadelfia.

Vidas rotas: el poder de la fe

por Saúd Elías
  
Tomado de El Centinela®
de Septiembre 2015