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Luego de seis horas de acerbo sufrimiento, en expresión de triunfo, “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (S. Juan 1:29), gritó: “Consumado es”. Estas palabras declaraban realizado el sacrificio por los pecadores. Adán y su pecaminoso linaje podían ser redimidos.

Durante siglos, corderos y becerros, cabras y palomas fueron sacrificados en el altar en representación del Hijo de Dios que vendría a morir en lugar de los pecadores. Sin ayuda divina, los hombres condenados a muerte por su maldad serían separados de Dios para siempre, “pero Dios, que es rico en misericordia” (Efesios 2:4), proveyó un solo sacrificio en lugar del sacrificio de todos. Envió a su Hijo “en semejanza de carne de pecado”(Romanos 8:3) para sustituir al pecador en el castigo y concederle su justicia perfecta. Entonces podría ser aceptado por Dios, adoptado en su familia, y recibir la vida eterna.

Ahora la ofrenda había sido realizada, el sacrificio había sido provisto, por eso gritó el Redentor: “Consumado es”.

El fin de los sacrificios simbólicos

En ese instante los sacerdotes oficiaban en el Templo de Jerusalén. Era la hora del sacrificio vespertino, la hora novena, las tres de la tarde. Dos sacrificios eran realizados cada día: el matutino, a la hora tercera, y el vespertino, a la hora novena. A la hora tercera fue crucificado “el Cordero de Dios”, y a la hora novena habían traído el cordero que lo representaba.

El sacerdote oficiante estaba con el cuchillo levantado para matar a la víctima inocente. “Con intenso interés, el pueblo estaba mirando. Pero la tierra tembló y se agitó; porque el Señor mismo se acercaba. Con un ruido desgarrador, el velo interior del templo fue rasgado de arriba abajo por una mano invisible, que dejó expuesto a la mirada de la multitud un lugar que fuera una vez llenado por la presencia de Dios. En este lugar había morado la shekinah. Allí Dios había manifestado su gloria sobre el propiciatorio. Nadie sino el sumo sacerdote había alzado jamás el velo que separaba este departamento del resto del templo. Allí entraba una vez al año para hacer expiación por los pecados del pueblo. Pero he aquí, este velo se había desgarrado en dos”.1

El corderito y usted

Todo era terror y confusión. El sacerdote estaba por matar a la víctima; pero el cuchillo cayó de su mano enervada y el cordero escapó. El símbolo había encontrado en la muerte del Hijo de Dios la realidad que prefiguraba. El gran sacrificio había sido realizado.

El corderito que iba a morir ese día salvó la vida. Ese corderito representa a toda persona que acepta que Cristo murió por ella. Si en este momento usted acepta el sacrificio de Cristo como paga por los pecados que ha cometido, Dios lo toma en cuenta, y usted es perdonado. Cristo dio su vida para que usted no pierda la suya.

El único Sacerdote

El desgarramiento del velo representaba el cuerpo desgarrado del Redentor. La Escritura dice que ya tenemos libertad para entrar en el lugar más glorioso del universo, donde habita Dios en plena gloria y majestad suprema, “en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne” (Hebreos 10:19, 20).

¡Oh magna provisión! “Había sido preparado para todos un camino nuevo y viviente. Ya no necesitaría la humanidad pecaminosa y entristecida esperar la salida del sumo sacerdote. Desde entonces, el Salvador iba a oficiar como Sacerdote y Abogado en el cielo de los cielos. Era como si una voz viva hubiese dicho a los adoradores: Ahora terminan todos los sacrificios y ofrendas por el pecado. El Hijo de Dios ha venido conforme a su Palabra: ‘Heme aquí (en la cabecera del libro está escrito de mí) para que haga, oh Dios, tu voluntad’. ‘Por su propia sangre [él entra] una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna redención’ ”.2

En la cruz, Cristo ganó el derecho de ser el único Sacerdote del pecador por varias razones:

Por ser el único que murió por todos. “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3).

Por ser el único hombre que nunca pecó. “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:15).

Por ser el único que ha sufrido la segunda muerte, la ejecución. “La paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). “Siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

Por ser divino y humano. Con su mano divina Jesús se aferra de la mano de Dios, y con su mano humana sostiene a los necesitados de gracia y perdón. “Hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).

Un hombre común no puede ni debe representarnos ante Dios ni oír nuestra confesión, porque no es divino, porque no murió por nosotros, y porque él mismo es pecador. La Biblia remarca el contraste entre el Sacerdote Jesús y los sacerdotes pecadores: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (Hebreos 7:26, 27).

Digno de adoración

El plan de redención estaba asegurado. El sacrificio había sido consumado. El Redentor podía descansar. Había demostrado que es “grande para salvar” (Isaías 63:1). Este Salvador merece nuestra lealtad y nuestras rodillas. Adorémoslo.

1. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 704, 705.

2. Ibíd.

El autor es pastor adventista y escribe desde Nogales, Arizona.

“Consumado es”

por Robert Pérez
  
Tomado de El Centinela®
de Marzo 2016