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El capitán de la aviación naval japonesa, Mitsuo Fuchida, quien atacó Pearl Harbor en 1941, quedó impresionado al ver a muchos prisioneros japoneses capturados por los estadounidenses volver al, Japón después de la guerra. Ansiaba saber cómo los habían tratado. Un exprisionero le contó algo que le hizo olvidar su odio a sus adversarios.

Una muchacha había sido tan bondadosa y amable con ellos que les indujo a cambiar su concepto de sus captores. Los japoneses se preguntaban por qué la muchacha era tan buena con ellos. Ella les contó que el ejército japonés había matado a sus padres, quienes eran misioneros estadounidenses en las Filipinas al comienzo de la guerra. Cuando los japoneses invadieron el territorio, ellos huyeron a las montañas. Los japoneses los encontraron, los juzgaron como espías y los ejecutaron. Antes de ser ejecutados ellos pidieron que les dieran media hora para orar, y se les concedió. La muchacha estaba convencida de que durante esos treinta minutos sus padres rogaron a Dios el perdón para quienes iban a matarlos. Ahora ella estaba llena de amor, pues el Espíritu de Cristo le había quitado el odio y lo había reemplazado con amor.

El capitán Fuchida no podía entender ese amor. Pasaron muchos meses. Un día, cuando se encontraba en la estación de trenes de Tokio, recibió un tratado que contaba la historia del sargento norteamericano Jacobo De Shazer, quien había sido capturado y torturado por los japoneses durante cuarenta meses. Mientras estaba en prisión, el sargento comenzó a leer la Biblia, y aceptó a Cristo como su Salvador. Su odio se convirtió en amor por sus captores. Después de la guerra, volvió al Japón a testificar del amor de Cristo. El capitán Fuchida compró una Biblia y comenzó a leerla. Encontró a Cristo en la cruz, rogando a su Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (S. Lucas 23:34). En su libro De Pearl Harbor al Gólgota, el capitán Fuchida cuenta que entregó su vida a Cristo y se convirtió en un hombre nuevo.

El mayor descubrimiento de la vida es encontrar a Jesucristo y descubrir que él tiene un plan glorioso para cada uno de nosotros, pero, ¿dónde encontrar a Dios?

El patriarca Job se preguntó: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!” (Job 23:3). Millones de personas buscan llenar su vacío existencial con las relaciones sexuales sin restricciones, el consumo de drogas, el dinero o la fama. Pero nada de eso satisface el alma. Nuestra mayor necesidad es Cristo, y nuestro mayor y mejor descubrimiento es Cristo. Sin Cristo la vida es vacía, sin rumbo ni significado. El peor engaño es creer que podemos vivir sin Dios. Muchos tienen todo para vivir, pero no tienen nada por qué vivir. Para muchos su sol se ocultó ya, piensan que es demasiado tarde para comenzar de nuevo, pero Dios ha abierto una puerta de esperanza por donde podemos entrar en una vida superior aquí, y en otra muy gloriosa en el segundo advenimiento de Cristo.

Una nueva oportunidad

En el tercer capítulo del Evangelio según San Juan encontramos a un hombre ilustrado que busca a Dios. Su nombre es Nicodemo:

“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (S. Juan 3:1-3).

En primer lugar, visualicemos al personaje. En Nicodemo tenemos un modelo de refinamiento, se trata de un intelectual, de un teólogo, de un hombre de gran reputación.

Así hay muchos en la actualidad; se destacan por su conocimiento de las ciencias, las letras o las artes, pero ignoran lo más importante de la vida: el nuevo nacimiento, la transformación de la mente, la regeneración por obra y gracia de Cristo. Nacieron en el reino biológico pero no han nacido en el reino de Dios. Es interesante que para darnos esta lección de aplicación universal Cristo no eligió a una persona promiscua o depravada sino a una eminencia, a uno que sobresalía entre los hombres, y le dijo: “Tienes que nacer de nuevo, del agua por el bautismo de arrepentimiento, y del Espíritu interna y espiritualmente”.

Tú y yo también necesitamos ser transformados. Este proceso de transformación santificadora es el mayor milagro del amor divino, y constituye el prerrequisito para entrar en el reino de la gracia y en el futuro reino de la gloria. No es por ayunos y mortificaciones; por peregrinaciones o flagelaciones o por caminar kilómetros de rodillas; no es por buenas obras como el alma se libera de su esclavitud pecaminosa. El reino de Dios es una nueva vida que viene de arriba. Lo terrenal no conduce a lo celestial; ni lo humano lleva a lo divino.

El ser humano tiene que ser rescatado por Dios por la introdución de un nuevo principio de vida y de poder en el alma. Ese poder tiene nombre y apellido: Jesús, el Cristo. El que no es re-espiritualizado no puede entender la maravilla de este nacimiento.

El corazón, la mente. Nacemos con un corazón corrompido, con una mente pecaminosa, esclava del pecado. Un corazón que semeja un jardín plagado de cizaña: los malos pensamientos que producen las malas acciones. Cristo vino a limpiar ese corazón de las impurezas del pecado.

El nuevo corazón es un corazón regenerado, que piensa en el bien y en la justicia del reino. Es un corazón con nuevos pensamientos y nuevos afectos y sentimientos. Es un corazón que ama a Dios supremamente y a su prójimo como a sí mismo. Pretende hacer la voluntad de Dios y se complace en servirle, obedecerle y adorarle.

La oportunidad suprema. Hoy es el tiempo de oportunidad para nacer de nuevo y cambiar el rumbo de la vida y el destino. Hoy tú y yo podemos ser salvos si acudimos a Jesucristo. “He aquí ahora el tiempo aceptable” (2 Corintios 6:2). Ven a Jesús hoy, así como estás, invítalo a tu corazón, y él hará el milagro de recrearte a su propia imagen.


El autor es ministro cristiano, jubilado y evangelista internacional.

La puerta de entrada al reino

por Eradio Alonso
  
Tomado de El Centinela®
de Marzo 2014