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No nos acostumbramos a la muerte. La muerte siempre nos sacude. Nos hace pensar y, por lo general, nos deja sin palabras apropiadas para expresarnos. La muerte visita a niños, jóvenes, adultos, ricos, pobres, creyentes y ateos por igual. Las hojas del los árboles mueren cada día. Los periódicos nos traen una lista nueva de obituarios diariamente. Y si Cristo no regresa antes, nosotros también moriremos.

A través de las edades, desde las civilizaciones más primitivas hasta las más desarrolladas han demostrado un creciente interés común: ¿Qué sucede después de la muerte? La pregunta en sí no es inapropiada. El registro bíblico dice que Job se preguntaba: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? (Job 14:14). La pregunta es sana. Lo importante es a quién se dirige o de dónde se espera la respuesta.

Los seres humanos expresan diferentes ideas respecto del más allá de la muerte: “Luego de la muerte todo se acaba”; “cuando una persona muere va directo al cielo o al infierno”; “las personas que no están listas para el cielo deben pasar un tiempo en el purgatorio”; “la muerte es solamente la transición a otra existencia”; “existe vida después de la muerte, pero hay que esperar la resurrección”. La humanidad se contradice y nos deja sin una respuesta clara.

Hace un tiempo escuché una historia que ocurrió durante la guerra de Corea. Un joven cristiano fue llamado al frente de batalla por el ejército de los Estados Unidos. Él había crecido al lado de una madre cristiana, que se había esmerado en colocar un fundamento bíblico sólido en su hogar y en la vida de este joven. La iglesia y la madre no cesaban de interceder delante de Dios por el bienestar y el pronto regreso de aquel joven al hogar. No obstante, la noticia más temida finalmente llegó: Una tarde le informaron a la mujer que su hijo había muerto en el campo de batalla, pero que su cuerpo aún no había sido recuperado, y que estarían en comunicación con ella.

Entonces, aquella madre fue a la iglesia esa noche y encontró consuelo en las palabras del pastor y en el cariño de los hermanos de la iglesia. Ella se refugiaba en las verdades bíblicas que afirman que la muerte no es el fin de todas las cosas, que el cristiano descansa en el Señor, aguardando la promesa de la resurrección en la segunda venida de Cristo. Esto alentaba su corazón, sabiendo que tenía la esperanza de volver a ver a su hijo amado en el día glorioso del regreso de Cristo Jesús.

Una tarde se encontró con una amiga que le expresó su pésame por la muerte de su hijo. Pero además le dijo: “Varios de nosotros en este pueblo hemos perdido seres queridos durante esta guerra; esposos, padres, o hijos. Por eso nos reunimos los martes por las noches y conversamos con ellos. Seguramente su hijo se estará preguntando por qué usted no asiste a las reuniones para conversar con él”. Entonces, la madre en luto le contestó que ella era cristiana, que había aprendido en la Palabra de Dios que no es posible hablar con los muertos, porque ellos nada saben. Y que estaba segura de que su hijo descansaba hasta la segunda venida de Cristo.

Sin embargo, a pesar de su conocimiento bíblico, decidió asistir a una de esas reuniones. Durante la sesión, ella conversó con quien creyó que era su hijo. Al llegar a su casa, molesta, llamó a su pastor de iglesia para reprocharle el hecho de que no le dijera que efectivamente su hijo vivía en el “más allá”. Según su testimonio, ella sintió que había sido engañada durante muchos años, pues había podido hablar esa noche con su hijo que estaba muerto. Así, la señora continuó asistiendo semanalmente a estas sesiones, y se alejó de la iglesia.

Algunos meses después, un representante del ejército de los Estados Unidos la visitó en su casa para pedirle disculpas por el grave error que el ejército había cometido: Su hijo en realidad estaba vivo. Él no era el que había muerto en el campo de batalla. Después de la visita del oficial del ejército, la mujer quedó sumamente confundida, frustrada y avergonzada. Ahora sí se sentía verdadera y peligrosamente engañada: Si ese con quien ella hablaba en las sesiones no era su hijo, ¿quién era en realidad?

La Palabra de Dios tiene una explicación clara para este tipo de fenómeno. El apóstol Pablo nos dice: “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2 Corintios 11:14, 15). El registro bíblico establece que Satanás y sus ángeles son capaces de tomar la forma de otros seres creados. Por eso la Biblia nos dice: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (S. Juan 8:32). La Biblia es el único lugar donde el misterio de la muerte es explicado cabalmente.

La vida humana

Antes de estudiar lo que la Biblia enseña sobre el estado de los muertos, creo que sería de vital importancia comprender lo que dice la Biblia sobre el inicio de la vida humana. La Palabra inspirada nos dice de que hubo un Creador: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y lo sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Génesis 2:7). El versículo concluye diciendo: “Y fue el hombre un ser viviente”, o un alma viviente. El texto habla de dos elementos en la creación del primer ser viviente: polvo de la tierra y aliento de vida. La ecuación bíblica es: Polvo de la tierra + Aliento de vida = Un ser viviente o un alma viviente.

Nótese que el texto no dice que el hombre recibió un alma, o alguna entidad separada que fue unida al cuerpo. En otras palabras, Dios no le dio un alma al hombre, sino que Dios creó al hombre como un alma o un ser viviente.

¿Qué sucede cuando una persona muere?

Hemos visto que Génesis 2:7 menciona dos elementos en la creación del primer ser viviente. Por lo tanto, sería muy importante ver lo que dice la Biblia acerca de qué ocurre con esos dos elementos presentes en el origen del hombre cuando este muere. El gran sabio Salomón responde esta cuestión: “Y el polvo vuelve a la tierra, como era, y el espíritu vuelve a Dios que lo dio” (Eclesiastes 12:7). Aquí no hay margen para dudas: El polvo de la tierra, usado en la creación del hombre, vuelve a la tierra, y el espíritu o aliento de vida regresa a Dios, que lo dio originalmente en la creación.

Pero la Biblia nos amplía respecto del estado de una persona que ha muerto: “Pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en el olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol” (Eclesiastés 9:5, 6). La fórmula bíblica del origen y fin de la vida eliminan cualquier posibilidad de que algo sobreviva a la muerte de una persona, excepto los recuerdos que continúan en las mentes de los que siguen viviendo. Con la muerte terminan todas las actividades mentales, emocionales y físicas de la persona. La vida desaparece, su existencia y su participación en los asuntos de este mundo han concluido.

¿Existe alguna esperanza después de la muerte?

Cristo Jesús comparó la muerte con el sueño. Refiriéndose a la muerte de Lázaro, el Señor dijo: “Nuestro amigo Lázaro duerme; más voy para despertarle” (S. Juan 11:11). Cristo Jesús luego llegó a Betania y resucitó a Lázaro.

El sueño nos desconecta de los que están despiertos, nos deja en un estado inconsciente, pone fin a las actividades de la persona, y anticipa un despertar. De manera muy similar, la persona muerta entra en un estado de inconsciencia. “Los muertos nada saben” (Eclesiastés 9:5), se desconectan de todos los vivos, la vida cesa, “su amor, y su odio, y su envidia fenecieron ya” (Éxodo 9:6). Pero además, el sueño de la muerte anticipa un despertar: “Tampoco queremos hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen…Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:13, 16).

Esta es la bendita esperanza del cristiano: la promesa de la segunda venida de Cristo. En su venida, Cristo despertará del sueño de la muerte a todos los que en él hayan creído para que se levanten a la vida eterna. Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá”. (S. Juan 11:25). En las catacumbas de Roma, donde muchos hijos del Señor fueron enterrados, muy a menudo se leen declaraciones grabadas en las piedras: “Ella duerme”, “Él duerme en Jesús”; “Un día, él despertará”.

¿Existe alguna esperanza después de la muerte? Sí la hay, para los que duermen en el Señor, para los que han entregado su vida a Cristo Jesús, porque en Cristo Jesús siempre hay esperanza. Cristo Jesús nos anima a buscar esa inmortalidad: “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). La tierna invitación de Jesús asegura al creyente el don precioso de la inmortalidad.

El autor es pastor y nos escribe desde Fountain Valley, California.

¿Podemos hablar con los muertos?

por Alberto Ingleton
  
Tomado de El Centinela®
de Febrero 2012