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Hace algunos años conocí a una encantadora dama que pesaba más de 330 libras (150 kilogramos). Su problema de obesidad se debía a que estaba obsesionada con la comida. Su vida giraba alrededor de los alimentos, sobre todo los alimentos altos en azúcares, grasas y sal. Además, hacía años que llevaba una vida sedentaria. Después de dialogar con ella en varias ocasiones, me confesó que su condición no era genética. Había visitado muchos médicos y le habían realizado infinidad de pruebas. También había visitado psicólogos y otros especialistas, quienes le indicaron que debía cambiar sus hábitos de salud y le advirtieron sobre las consecuencias de no hacerlo. Descubrieron que ella llevaba muchos años con depresión, y en su interior sentía una frustración muy grande porque nunca había podido ser madre. Se sentía que no era realizada, no exteriorizaba su frustración ni preocupación y tampoco pedía ayuda al respecto. Esto la llevó a una condición de salud muy deplorable y casi no podía salir del hogar. El esposo trató de ayudarla, pero ella no se dejó ayudar. Finalmente cayó en una depresión severa, que años después le costó la vida siendo aún joven.

Esta mujer vivió poco, su calidad de vida fue pésima, yendo de médico en médico y de hospital en hospital.

Sus malos hábitos la llevaron a desarrollar diabetes, alta presión, problemas respiratorios y la necesidad de reemplazos de rodillas a causa del peso excesivo, entre otros factores.

No cabe duda de que la salud es el mayor tesoro que Dios nos regala. La buena salud nos permite disfrutar de una vida de calidad con nuestros familiares y amigos, realizar infinidad de actividades y ayudar a los demás. El enemigo de las almas no quiere que seamos personas saludables. Al contrario, desea que estemos enfermos porque de esa manera afecta también nuestra salud mental y espiritual.

Una de las armas que él utiliza para dañar la salud es la intemperancia. En el libro Consejos sobre el régimen alimenticio, en la página 156, la autora nos advierte. “La intemperancia en el comer, aún tratándose de alimentos saludables, tendrá un efecto perjudicial sobre el sistema y embotará las facultades mentales y morales”.

El primer pecado registrado en la Biblia fue la caída de Adán y Eva (Génesis 3:1-6). En el Edén, nuestros primeros padres eran de sobresaliente estatura, de hermoso parecer; sin pecado y con perfecta salud. El enemigo los tentó a comer del fruto del árbol prohibido, lo que representaba desobedecer a Dios mediante la satisfacción de su apetito. En San Mateo 4:1 al 11 se registra que el enemigo también tentó a Jesús cuando lo retó a que convirtiera las piedras en pan después de cuarenta días de ayuno. Sin embargo, Jesús no cedió a la tentación.

Después del pecado, el apetito ha dominado la razón y la mente. La intemperancia, los excesos y las enfermedades abundan en la sociedad actual.

Desde el Edén los seres humanos han querido y deseado lo prohibido. Se han convertido en esclavos del apetito, poniendo así su salud en riesgo. La complacencia del apetito se ha convertido en el fundamento de sus pecados.

La historia de los cuatro jóvenes hebreos que fueron deportados a Babilonia (Daniel 1:8-17) es un ejemplo de confianza en Dios y dominio propio. Ellos no cedieron a la tentación de complacer su apetito; tuvieron la fuerza de voluntad para no contaminarse con la comida y la bebida del rey de Babilonia. Desde su infancia fueron instruidos en los hábitos correctos de alimentación y temperancia. También se les enseñó a confiar en Dios y cómo el comer y el beber influyen directamente sobre la salud física, mental y moral. Por sus excelentes hábitos de salud y su vida de constante oración, mantuvieron el vigor físico, la claridad intelectual y el poder espiritual que tanto necesitaban para mantenerse fieles a Dios en la corte de Babilonia.

Complacer el apetito ingiriendo toda clase de alimentos, y el comer en exceso, causan debilidad física y mental. Además, afecta nuestra percepción espiritual y el claro discernimiento para tomar decisiones importantes en la vida.

En 1 Corintios 6:19 al 20, el Señor nos dice que nuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo. Por lo tanto, debemos mantener nuestros cuerpos saludables para que el Espíritu Santo pueda morar en nosotros.

Comer es un placer necesario, pero no debe ser el centro de la vida. Uno debe comer para vivir y no vivir para comer.

La temperancia se debe practicar en todos los aspectos de la vida. Temperancia significa abstención de todo lo que sea perjudicial y moderación en lo bueno y saludable. Si cultivamos hábitos correctos en el apetito, podremos discernir más fácilmente entre lo bueno y lo malo. Cuando se controla el apetito, se puede tener más control sobre las otras tentaciones que el enemigo nos pone en la vida. He aquí algunas sugerencias sencillas:

  • La comida debe ser sencilla, nutritiva y en cantidades moderadas. Se debe evitar la cafeína, las drogas y las bebidas embriagantes.
  • El estómago recargado no puede realizar su trabajo eficientemente. Por lo tanto, no es recomendable ingerir líquidos con las comidas. Los líquidos retardan la digestión, más aún cuando están fríos.
  • Se deben ingerir tres comidas al día. Obviamente el desayuno es la comida más importante del día. Si no se dispone del tiempo para prepararlo (que es la razón primordial para no ingerirlo), entonces se puede dejar preparado el día anterior. Existen productos rápidos que son buenas alternativas; tales como las barritas de granola, cereales altos en fibra y frutas, variedad de yogurt con granola y frutas, un sándwich o emparedado de pan integral, mantequilla de maní, o simplemente frutas y nueces.
  • Debe evitarse comer de noche, a menos que sea necesaria una merienda, como cuando la persona es diabética.

Hoy día la ciencia está muy adelantada. Sin embargo, en los países desarrollados, existen muchas personas enfermas, no por la falta de alimentos sino por la mala elección de éstos. Existen muchas comidas rápidas (fast foods), que son altas en grasas, azúcares, sodio, preservativos y químicos. Muchas personas han cultivado el mal hábito de consumir todas las comidas del día en los establecimientos de comidas rápidas, convirtiéndose en esclavos de sus productos. La sobrealimentación hace que el estómago se debilite y el resultado es la enfermedad. Se deben seleccionar alimentos nutritivos al asistir a estos lugares.

Cuando Dios creó al hombre, le indicó el alimento que debía ingerir: “Os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, así como todo árbol en que hay fruto y da semilla. De todo esto podréis comer” (Génesis 1:29, RVR 1995). O sea, que para disfrutar de una mejor salud, el Señor nos recomienda ingerir todo alimento del reino vegetal, las frutas, los vegetales, los cereales, las nueces, las semillas, los frijoles entre otros. Dios proveyó el alimento para que el hombre disfrutara sin tener que ver la muerte a su alrededor ni participar de ella.

En nuestros días el promedio de vida es de aproximadamente setenta años, mientras que en el comienzo de la historia de este mundo las personas eran longevas. Dios no hizo al hombre para morir, ni para enfermarse. El pecado y la desobediencia hicieron que el apetito fuera el primer pecado por el cual entró la muerte y las enfermedades. Por eso, a medida que transcurre el tiempo, la vida del ser humano se va acortando.

Longevidad en los tiempos bíblicos (versión NRV 2000)

No sea esclavo de la comida

por Olga Babilonia
  
Tomado de El Centinela®
de Enero 2011
  

Matusalén 969 años Génesis 5:27
Jared 962 años Génesis 5:20
Noé 950 años Génesis 9:29
Adán 930 años Génesis 5:5
Set 912 años Génesis 5:8
Cainán 910 años Génesis 5:14
Enós 905 años Génesis 5:11
Mahalaleel 895 años Génesis 5:17
Lamec 777años Génesis 5:31

Otro aspecto que es esencial para la buena salud es el ejercicio. Hoy vivimos vidas sedentarias porque estamos en la época de las computadoras y de los juegos electrónicos. Por esta razón, el ejercicio cobra mayor importancia. La familia completa, tanto jóvenes como adultos y niños, deben ejercitarse por lo menos de quince a veinte minutos diariamente. También es importante recordar que debemos tomar de seis a ocho vasos de agua todos los días.

Solos no podemos vencer nuestros malos hábitos, pero no debemos olvidar que tenemos un Salvador que está dispuesto a ayudarnos a tener la victoria sobre nuestro apetito y sobre nuestra voluntad débil. En 3 Juan 2 nos dice: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todo, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (RVR 1995).

Termino citando 1 Corintios 10:13: “No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir, sino qué dará también juntamente con la prueba la salida, para que podáis soportar” ( RVR 1995).


La autora es dietista y además posee una maestría en Administración de Empresas y se desempeña como Asistente Ejecutiva del Hospital Bella Vista en Mayagüez, Puerto Rico. Dicho hospital de la Iglesia Adventista promueve la alimentación vegetariana y el cuidado espiritual como parte de un estilo de vida saludable.