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Rafael es un joven abogado de porte muy distinguido, mente ágil y un estilo de conversación inquisitiva pero muy interesante. Lo conocí una tarde, junto a su prometida Georgina, mientras saludaba a los asistentes a una conferencia que dicté sobre la importancia de un adecuado descanso semanal. Fue en el auditorio de una institución de enseñanza superior en el Condado de Cumberland, al sur de Nueva Jersey.

Rafael es una combinación de librepensador postmodernista y humanista al estilo Erasmo de Rotterdam. Ella, una profesora de Historia con cuatro años de experiencia, un carácter sumamente agradable y raíces católicas casi perdidas en los devenires filosóficos del aula universitaria. Denominador común: Son hispanos de segunda generación, ambos perfectamente bilingües y muy interesados en los logros políticos y profesionales del grupo étnico al que pertenecen. Ambos muy comprometidos en los eventos de su comunidad.

Vinieron a mi presentación invitados por una dama, que llamaremos Margarita,* quien fuera mi paciente varios años atrás, cuando se recuperó de una terrible crisis de depresión clínica profunda. En esa ocasión ella accedió a dar su testimonio respecto del valor del sábado en la recuperación de su enfermedad.

A Rafael se le hizo interesante el tema del descanso sabático en el marco de la historia personal referida por Margarita. Pero al terminar mi conferencia, en su mente se habían despertado muchos interrogantes, que él ciertamente no iba a dejar pendientes. Así que habiéndose informado sobre mis estudios en Psicología y Teología, organizó su estrategia y me abordó. Fue amable, pero se acercó con la agresividad propia del hombre que ejerce la abogacía. Definitivamente el tenía un caso y estaba dispuesto a defender sus argumentos.

Después de las presentaciones de rigor me dijo:

--Su conferencia ha sido realmente impresionante, agradable y clara, pero esa conexión entre los aspectos psicológicos del descanso sabático con la religión se me hace un recurso manipulador para convencer a un individuo estresado, deprimido y desesperado. ­No hay derecho! Lo considero como tomar ventajas sobre esa persona para acercarlo subconscientemente a la religión. Si una persona cree en Dios o no, es cosa que pertenece solamente a su dominio, y cualquier intento de manipulación en esencia constituye una falta de respeto a su libre albedrío.

—Mi apreciado—le contesté—créeme que me cuento entre las personas que más valoran el derecho a pensar libremente, que lo hemos recibido del Creador. Odio el lavado de cerebro, pues considero que cada ser humano ha sido dotado de individualidad, y por lo tanto tiene derecho a hacer sus propias decisiones. Pero también es esencial que se comprenda que la conciencia moral por la cual el hombre discierne y juzga la verdad, es un deber prioritario e insoslayable. Y el derecho de instruir la conciencia moral es prerrogativa del Creador. Dios tiene derecho a esperar determinadas respuestas de sus criaturas, como por ejemplo la observancia de mandamientos que preserven su obra.

—¨Por qué no nos reunimos en algún momento durante la semana en nuestra casa para continuar con esta plática? –me contestó.

—Con muchísimo gusto –fue mi respuesta.

La reunión en la casa de Margarita

Ese lunes, todos llegamos a tiempo, así que comenzamos donde habíamos terminado días anteriores en el auditorio de la universidad.

No resultó difícil que todos concordáramos en la importancia de que el ser humano, para ser un ente moral libre y sano, debe recibir la influencia de la sabiduría divina.

Georgina, que hasta ese momento parecía estar apoyando a su esposo en todos sus argumentos, ahora asintió enfáticamente a mi afirmación, y me preguntó: “¨Cómo puede realizarse este encuentro con la inteligencia celestial? ¨Cómo en esta época tan secularizada podría producirse este tipo de encuentro? La espiritualidad en estos tiempos posmodernos es algo astral, intangible, y aun los que nos consideramos cristianos no queremos comprometer ni siquiera nuestros pensamientos. Somos tan prácticos que solo pensamos en lo que nos beneficia y nos conviene. ¨Cómo podemos pensar más allá de estos paradigmas?”

Mi respuesta fue directa. Cité una promesa bíblica, hecha por un antiguo profeta del Señor, que tocó el corazón de Georgina: “Si retrajeres del sábado tu pie, de hacer tu voluntad en mi día santo, y al sábado llamares delicias, santo, glorioso de Jehová; y lo venerares, no haciendo tus caminos, ni buscando tu voluntad, ni hablando tus palabras; entonces te deleitarás en Jehová, y yo te hare subir sobre las alturas de la tierra y te daré a comer la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Jehová lo ha hablado” (Isaías 58:13-14).

El desafío de nuestros tiempos

Para muchos, quizás por el ambiente en que nos desenvolvemos, es complicado encontrar al Señor, ya que nos hemos ido insensibilizando y materializando. Vivimos en medio de una cultura compleja, muy diferente a la de nuestros padres y abuelos. En el mundo de hoy todo cambia rápidamente, y el conocimiento de ayer hoy es totalmente obsoleto.

Esta generación tiene que enfrentar el pluralismo de ideas, la secularización de los valores, la relativización de la ética. Los avances de la tecnología, y particularmente los de la informática, han transformado el planeta y éste ahora parece un pequeño vecindario. Hoy, con un teléfono celular, podemos una fotografía de un amigo desde América del Sur, un mensaje de texto desde Australia o un correo electrónico desde Alaska o China.

El planeta Tierra, con sus habitantes a bordo, ha llegado imperceptiblemente a una nueva estación, a una época donde el ser humano ya no sabe qué lo satisface, qué quiere ni cuál es el camino. Hay que hacer una parada para que la vida espiritual alcance a la vida material. Necesitamos tiempo para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios.

Es por lo tanto sabio y responsable encontrar un oasis, un santuario en el tiempo, un algo común para la raza humana a través de las generaciones, algo que testifique acerca de la presencia divina, ese Alguien que ha estado ahí desde el principio. Ese santuario es el sábado, el séptimo día de la semana. Un día que Dios bendijo, santificó y apartó como un monumento recordatorio de su amor y de su poder creador.

“Y fueron acabados los cielos y la tierra, y todo su ornamento. Y acabó Dios en el séptimo día de su obra que hizo, y reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho. Y bendijo Dios al séptimo día, y santificólo, porque en el reposó de toda su obra que había Dios creado y hecho” (Génesis 2:1-3).

Dios en su amor y sabiduría sabía que cualquier monumento material podría desaparecer con la erosión de los elementos; pero un santuario de tiempo en el tiempo permanece por las edades. En ese santuario, el descanso sabático significa amor, porque la mejor manera de manifestar amor es dar tiempo. Cuando nos creó, Dios nos dio tiempo. Y nuestro tiempo es de oportunidades. Cuando realmente amamos a alguien, deseamos pasar tiempo con esa persona. Me siento feliz cuando tengo tiempo para pasar con mi familia. Porque la amo. También me siento amado cuando paso tiempo con Dios. Esto era algo que Rafael y Georgina sabían por experiencia propia: “Es cierto, cuando estoy con Georgina el tiempo pasa volando, y todo el tiempo me parece poco para estar con ella, por eso deseo casarme con ella”.

Alianza con la sabiduría divina

Es la alianza con la sabiduría divina la que debe ser más profundamente reconstituida en la cultura actual. De tal sabiduría todo hombre ha sido hecho partícipe por el mismo gesto creador de Dios. Y es únicamente en la fidelidad a esta alianza cómo las personas sanas de hoy estarán en condiciones de influir positivamente en la construcción de un mundo más justo y fraterno.

Te invito a que cada semana apartes un día; pero no cualquier día, sino el que Dios apartó desde el principio, el séptimo día de la semana, el sábado. El día que en su sabiduría nos dio, para la alegría, la comunión y la bendición.

*Por razones de confidencialidad, su nombre ha sido cambiado.

Una conversación sobre el sábado

por José H. Cortés
  
Tomado de El Centinela®
de Agosto 2008
  

RECUADRO

Los beneficios de la observancia del sábado

  • Salud. Científicamente está comprobado que el organismo humano necesita un período de descanso cada semana, para poder funcionar saludablemente. El descanso sabático ayuda a reducir
  • considerablemente el nivel de estrés y la propensión a los ataques de pánico y la depresión.
  • Delicias. Es un día delicioso en el cual tenemos tiempo para descansar, compartir con nuestros seres amados. Y disfrutar la naturaleza que Dios creó.
  • Herencia celestial. “Yo te haré subir sobre las alturas de la tierra”, es una promesa para el presente y para el futuro, implica eternidad y el compromiso es formal, pues no es ofrecimiento de un ser humano, no es cualquiera el que ha pronunciado la promesa, es la misma boca de Dios.

El autor es dirigente de la Iglesia Adventista en el Estado de Nueva Jersey.