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El que conoce un poco de su obra acaba siendo un admirador del cristianismo que la caracterizó. Sea como fuere, su vida cautiva a cualquiera que sienta una pizca de compasión por los dolientes. Me refiero a la religiosa católica que compartió su vida con los leprosos e indigentes de Calcuta. ¿Su nombre de pila? Agnes Boyaxhiu.

Nació el 26 de agosto de 1910 en la ciudad albana de Skopje. En su preadolescencia era amante de la lectura y cantante del coro de su parroquia; en su adolescencia, una fiel adscrita a las “Hijas de María”. El llamado de Dios para el servicio a los demás la alcanzó muy temprano en su vida, desde los diecisiete años. Pero fue después de estar recluida en el silencio de los conventos para recibir formación como religiosa y mientras viajaba en tren, que abrazó otra divina invitación; una más desafiante y aun más demandante de un verdadero sacrificio propio. Decidió abandonar la comodidad del claustro y dedicar su vida a la causa de “los más pobres entre los pobres”.1

El amor en persona

La Madre Teresa comió, durmió y sufrió con aquellos a los que “uno trata de no acercarse por temor al contagio, a ensuciarse, o porque están cubiertos de microbios y enfermedades”. Ella vivió “con aquellos que ya no son capaces de llorar, porque se les han agotado las lágrimas”.2

¿Quién podría poner en entredicho la causa de la frágil y devota mujer que recogió conmovida a cientos de seres humanos moribundos, tirados en las infectadas calles de Calcuta, mordidos por las ratas de la ciudad e ignorados por sus congéneres, a fin de auxiliarles, o al menos sostenerles tiernamente en sus brazos mientras terminaban sus vidas?

Los que conocieron a fondo las obras de esta extraordinaria mujer, se preguntaban a menudo el porqué de su abnegación. Ella misma respondió: “El fruto del silencio es la oración; el fruto de la oración es la fe; el fruto de la fe es el amor; el fruto del amor es el servicio; y el fruto del servicio es la paz”. Su cristianismo, traducido al lenguaje del sacrificio abnegado a favor de los más desfavorecidos de la tierra, la convirtió en un verdadero símbolo de la compasión divina. Teresa de Calcuta se dejó poseer de una visión muy singular al decidir aliviar el dolor de los despreciados. En charlas a sus hermanos religiosos solía decirles: “Detrás de cada una de las personas que ayudáis está Jesús que agoniza. Las llagas que laváis son las suyas, las heridas que limpiáis son las suyas. Ved más allá de las apariencias”.3

Con merecida razón, el gobierno noruego galardonó a la Madre Teresa, concediéndole en el año 1979 el renombrado premio Nóbel de la paz. Años más tarde, ya debilitada por una salud deteriorada, recibió tratamiento médico para disminuir los riesgos de una arterosclerosis que poco a poco cegaría su vida.

La Madre Teresa y la muerte

Causa honda pena pensar que una mujer tal; querida tanto por los habitantes de los vertederos de basura en Calcuta como por las grandes figuras políticas y artísticas del mundo, fuese alcanzada algún día por los tentáculos de la muerte. Es que el encuentro era inevitable, no sólo porque la muerte es “la paga del pecado” (Romanos 6:23) y todos somos pecadores (Romanos 3:23), sino, porque el ser humano no tiene “potestad sobre el día de la muerte” (Eclesiastés 8:8).

Después de una consulta médica, años antes de su deceso, la Madre Teresa fue abordada por un periodista que la afrontó con la pregunta: “Madre, ¿tiene miedo a la muerte?”. Sin el mínimo titubeo, su respuesta fue: “Morir no es el fin, es sólo el principio. La muerte es una continuación de la vida. Cuando morimos—siguió diciendo—, nos reunimos con Dios y con todos los que hemos conocido y partieron antes que nosotros. Nuestra familia y nuestros amigos nos estarán esperando”.4

Con esa actitud mental la Madre Teresa enfrentó la muerte el 5 de septiembre de 1997 en la casa central de Calcuta. Ahora a casi diez años de muerta, sin ella, con un profundo vacío por el testimonio de amor que enarboló, millones de creyentes en el mundo claman frente a su imagen en un altar para seguir siendo objeto de la compasión sin igual que siempre la caracterizó; pero que ahora supuestamente derrama desde la gloria celestial.5

El siguiente análisis, elaborado a modo de cuestionario, nos revelará con la ayuda de la Palabra de Dios, conclusiones muy importantes para quienes admiramos la vida de esta gran mujer. Por supuesto, algunas resultarán familiares para el lector, y otras, totalmente nuevas:

¿Está viva si está muerta?

En primer lugar, proponer que se le rece a quien fuera la Madre Teresa es suponer que está viva. Recordemos que el autor de la falsedad de que los muertos no mueren es Satanás. Éste le dijo a Eva: “No moriréis” (Génesis 3:4). Asímismo, se nos ha predicho que para nuestros días, previos al regreso de Cristo, resurgirían esta y otras “doctrinas de demonios” (1 Timoteo 4:1), quienes con sus arteras maquinaciones pueden no sólo simular la aparición de la Madre Teresa, sino disfrazarse también “como ángel[es] de luz” (2 Corintios 11:14).

Decir que la Madre Teresa tiene un estado consciente que le permite oír nuestras peticiones es acreditarle el don de la inmortalidad, y según la Palabra, Dios es “el único que tiene inmortalidad” (1 Timoteo 6:13, 16). En cuanto al ser humano, la Biblia dice claramente que “es mortal” (Isaías 51:12). Por eso, cuando Dios le advirtió al rey Ezequías de su muerte, el mensaje franco fue: “... porque morirás, y no vivirás” (2 Reyes 20:1).

Los seres humanos no poseemos la inmortalidad; pero la ansiamos, y nos es disponible por medio de nuestro Salvador Jesucristo quien “sacó a luz la vida y la inmortalidad” (2 Timoteo 1:10). Recibimos el precioso don de la inmortalidad por la fe en Jesús, el “Autor de la vida” (Hechos 3:15), y será conferido por medio de la resurrección en ocasión de su segunda venida a quienes mueran creyendo en él. También lo recibirán los vivos fieles, cuyos cuerpos serán transformados en cuerpos incorruptibles (1 Corintios 15:51–55).

¿Fue al cielo o fue al sepulcro?

Pensar que la admirada religiosa de Calcuta fue al cielo al morir es una creencia opuesta a las enseñanzas de las Escrituras. La muerte de Jesús es el mejor ejemplo de lo que ocurre cuando una persona muere. La Biblia dice que cuando Cristo se le apareció a María Magdalena luego de resucitar, ésta quiso tocarle, pero él la detuvo indicándole: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre” (S. Juan 20:17, la cursiva es nuestra). Significa que el Señor mismo no ascendió al cielo en su estado de muerte; sólo estuvo descansando en el sepulcro en espera de su resurrección. Eso mismo, y no podía ser distinto, aconteció con Lázaro, el joven que al ser resucitado, Jesús le pidió que saliera del sepulcro y no que bajara del cielo (S. Juan 11:43), como razonaría ahora la tradición. Bíblicamente, todos los muertos están en sus tumbas, inclusive las personas virtuosas como la Madre Teresa (S. Juan 5:28, 29).

¿Puede escucharnos si le hablamos?

Según la Palabra de Dios, la Madre Teresa no puede escucharnos. Esto es así porque en el acto de la muerte ocurre una desintegración. Dios le dijo a Adán lo que se aplica a todo ser humano: “polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19; ver además Salmo 104:29). Cuando Teresa de Calcuta murió, el polvo volvió a la tierra y el aliento de vida regresó a su Dador (Eclesiastés 12:7). Y su “cuerpo sin espíritu está muerto” (Santiago 2:26).

¿Sentirá aún compasión por los dolientes?

Esa sensibilidad especial por los abatidos fue un atributo que la religiosa y todos los que mueren pierden en el momento de su muerte. La autoridad en este tema viene de la Biblia, no de la Iglesia. Las Sagradas Escrituras dicen rotundamente de los muertos, que “también su amor y su odio y su envidia fenecieron ya” (ver Eclesiastés 9:6). Con la muerte todo perece, no sólo los sentidos y los sentimientos, sino incluso las facultades espirituales (Salmo 115:17). Quien exhala el último suspiro desconocerá todo lo que le pase a los vivos (Job 14:21). Pasa así porque según el Salmo 13:3, la muerte es un estado de inconsciencia como el sueño.

¿Cuándo se verá otra vez a la Madre Teresa?

De igual modo como Cristo dijo de su amado amigo de Betania, también lo dijo a favor de tantos fieles cristianos que han entrado al sueño de la muerte como la Madre Teresa: “... nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle” (S. Juan 11:11). “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero” (1 Tesalonicenses 4:16). Antes de su muerte, Pablo dijo lo que muy bien pudo haber expresado la ex premio Nóbel antes de morir: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día (el día de la segunda venida); y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:8).

De la Madre Teresa sólo queda imitar su ilustre ejemplo; el mismo con el que impactó y enseñó al mundo entero a amar al prójimo. Cargando a un desvalido y convencida que equivalía a cargar el cuerpo mismo del Redentor del mundo, ella se desgastó feliz en armonía con las palabras de Jesucristo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (S. Mateo 25:40). Hagamos nosotros lo mismo (S. Lucas 10:37).

El autor es pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en el noroeste de los Estados Unidos y escribe desde Battle Ground, Washington.

1La madre de los más pobres, María Fernández de Córdoba, (Editorial Casals, Barcelona, 2000), pp. 8, 9, 26-27, 154-155.2Id., p. 65.3Id., p. 89.4Un camino sencillo, John Cairns y Lucinda Vardey, (Ballantine Books, New York, 1995), pp. 86, 87.

La Madre Teresa y el misterio de la muerte

por J. Francisco Altamirano R.
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2007
  

Repaso


La muerte es la cesación total de la vida. La muerte es un retorno al polvo (Eclesiastés 3:20). No se goza ni sufre más (Eclesiastés 9:5, 6). La persona deja de ser (Salmo 104:29). Terminan los pensamientos (Salmo 146:4). No se participa más de las preocupaciones de los vivientes (Job 14:21; Salmo 6:5).

La vida es la asociación de dos elementos: el polvo y el aliento de vida (espíritu) proveniente de Dios (Génesis 2:7). La muerte es el proceso inverso: el polvo vuelve a la tierra y el aliento de vida, o principio vital impartido por Dios, regresa a Dios (Eclesiastés 12:7). La causa real de la muerte es el pecado (Romanos 6:23). El pecado pasó a todos los hombres y por eso todos tienen que morir (Romanos 5:12).

La inmortalidad. Sólo Dios es inmortal (1 Timoteo 1:17; 6:15, 16). El hombre es por naturaleza mortal (Isaías 51:12). Su carne es mortal (2 Corintios 4:11). El alma también es mortal (Ezequiel 18:4). La inmortalidad será concedida después de la resurrección (1 Corintios 15:52–55).

Cristo es la única esperanza de vida. Cristo promete dar la vida eterna (S. Juan 10:27, 28). Cristo quita la muerte y saca a luz la vida (2 Timoteo 1:10). Jesús tiene las llaves del infierno y de la muerte (Apocalipsis 1:18).