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¿Deberían todos los cristianos involucrarse seriamente en el movimiento ecuménico?

En una apasionada oración antes de su agonía en la cruz, Jesús le pidió al Padre por la unidad de los miembros de la iglesia que sería fundada después de su muerte. Expresó: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (S. Juan 17:20, 21).

A pesar de esta ferviente oración, aun una mirada superficial de la historia revela que el adjetivo “unida” sería el que menos podría calificar a la iglesia. Aunque al menos no se están matando unos a otros, como ocurrió en el pasado, están lejo de ser el cuerpo unido por el que Jesús oró antes de la cruz. Una lista de cientos de denominaciones testifican cuán fragmentada permanece la iglesia cristiana casi dos mil años después años después del ruego de Jesús de que sus seguidores “sean uno”.

Sin embargo, hace unas pocas décadas se ha despertado una fuerte tendencia en el cristianismo para revertir esta fractura y hacer realidad la oración de Jesús por la unidad. Conocido como el “movimiento ecuménico”, estos intentos han provenido de varias partes y han tenido un cierto éxito. Quizás entre todos los movimientos hacia la unidad, ninguno ha sido más dramático y sorprendente que el que está ocurriendo entre la Iglesia Católica Romana y ciertos protestantes, incluyendo la Federación Mundial Luterana, quien ha firmado sorprendentes declaraciones de unidad profesa, algunas de las cuales hace 30 años hubieran sido totalmente impensables.

¿Qué hacer con estas tendencias? ¿Deberían todos los cristianos comprometerse seriamente en esta tendencia hacia la unidad, para ayudar a que se cumpla la oración de sus propio Señor? ¿Podrían estos movimientos, particularmente entre los católicos y los protestantes, realmente ser la respuesta de la oración de Cristo? ¿O, por el contrario, ante el devenir de los hechos, los cristianos debieran ser más cautelosos? ¿Cómo deberíamos ver estos acontecimientos?

Los primeros días

Hoy, para la gente es difícil entender la animosidad de las relaciones envenenadas entre católicos y protestantes del comienzo de la Reforma, en la primera parte del 1500. La retórica mordaz de los protestantes contra los católicos, y viceversa, formaba parte del tipo de discurso que la gente espera escuchar entre naciones enfrentadas, no entre profesos cristianos.

Aunque los discursos no eran nada en comparación con la violencia, como la ejecución del Dr. John Hooper en Inglaterra (1555), quien fue quemado en una estaca. El libro Fox’s Book of Martyrs (El libro de mártires de Fox), describió sus últimos momentos en la hoguera: “Pero cuando su boca estaba negra y su lengua tan hinchada que no podía hablar, todavía sus labios continuaron moviéndose hasta que se encogieron bajo las encías; y él golpeó su pecho con sus manos hasta que uno de sus brazos se cayó, y luego golpeó con la otra mano, mientras la grasa, el agua y la sangre goteaban por los dedos de su mano...” (p. 215). Tenemos que recordar que esta atrocidad fue hecha por profesos cristianos a otros cristianos.

De hecho, no sólo fueron los protestantes contra los católicos. Cuando las iglesias reformadas rompieron el vínculo con la Iglesia de Roma, muchas se fraccionaron en varias sectas y denominaciones que pronto se encontraron a sí mismas peleando entre sí. En un tiempo cuando la idea de la libertad religiosa todavía estaba a siglos de aparecer en el escenario de la historia, estas facciones a menudo se volvieron violentas, como cuando el reformador suizo Ulrico Zwingli —molesto con los anabaptistas porque defendían la inmersión total en el bautismo de los adultos, en lugar del bautismo infantil por aspersión— ató a quienes consideraba herejes, los arrojó a un lago y los ahogó. Nuevamente, la violencia dominó el espíritu de los cristianos.

Llegado el tiempo, los ideales de libertad y tolerancia religiosa comenzaron a crecer en la mente occidental, y los cristianos aprendieron a vivir unos con otros, a pesar de las divisiones teológicas. Este hecho, simultáneo con la aparición de la democracia secular —que expulsó al poder político de las iglesias y, por lo tanto, neutralizó su poder de persecución— creó un nuevo ambiente en el que los cristianos se encontraron lado a lado, aunque ellos no estuvieran cumpliendo plenamente las palabras de Jesús: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros (S. Juan 13:35).

Movimientos ecuménicos

Sin duda, muchos estaban aterrorizados por estas divisiones, e iniciaron gestiones bien intencionadas en búsqueda de la unidad. Esto comenzó en el siglo IXX, con grupos como la Alianza Evangélica (1846), la Asociación Cristiana de Hombres Jóvenes (1844), la Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes (1884), y la Sociedad del Esfuerzo Cristiano (1881), y el Concilio Federal de las Iglesias de Cristo (1908).

Este “movimiento ecuménico”, como fue llamado, dio a luz en el siglo XX al Consejo Mundial de Iglesias (CMI), fundado en 1948 con aproximadamente 147 iglesias de 44 países. Hoy, “el Consejo Mundial de Iglesias es una comunidad de 347 iglesias en más de 120 países, en todos los continentes y de casi todas las tradiciones cristianas” (véase, Consejo Mundial de Iglesias).

Quizás el giro más interesante en favor de la unidad por parte del movimiento ecuménico comenzó hace unos veinte años. Al principio, hubo muchos intentos de alcanzar la unidad entre las denominaciones protestantes. Muy pocas de ellas contemplaban cualquier discusión seria con su tradicional enemiga, la Iglesia Católica, la que a su vez consideraba a los protestantes como apóstatas. Todo esto ahora ha cambiado totalmente, y hay un chaparrón de discusiones ecuménicas y de diálogo entre Roma y los cuerpos protestantes. Esto fue establecido por una encíclica del Papa Juan Pablo II, Ut Unum Sin (1995), en la que reafirmó el compromiso de los católicos romanos con el ecumenismo, señalando que “junto a todos los discípulos de Cristo, la Iglesia Católica basa su compromiso de reunir a todos los cristianos en la unidad sobre el plan de Dios”.

Más aún, para sorpresa de todos, algunos dirigentes conservadores (los históricamente más hostiles a Roma) firmaron durante la década de 1990 declaraciones extraoficiales de unidad doctrinal. Estas declaraciones tan inesperadas establecieron un terreno común entre católicos y protestantes respecto de la justificación por la fe: la enseñanza que desató la Reforma protestante casi 500 años antes. Ahora, sorprendentemente, ¡estos grupos están de acuerdo en las mismas cosas que primeramente los había dividido!

De todos estos movimientos hacia la unidad doctrinal entre católicos y protestantes, el más dramático fue “La declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación”, firmada en 1999 por dignatarios del Vaticano y de la Federación Mundial Luterana (que representa a 58 millones de los 61 millones y medio de luteranos en todo el mundo). La declaración establece que, a pesar de “las diferencias que permanecen”, los católicos romanos y los luteranos tiene la misma comprensión básica de la justificación por la fe, y que “las diferencias que permanecen en su explicación ya no son más la ocasión para condenaciones doctrinales”. Y este documento sólo fue el precursor de otro nuevo, ahora sobre la “apostolicidad de la iglesia” (es decir, la autoridad del Papa) para ser firmado por los dos cuerpos en algún momento de 2006.

A primera vista, parecería que la oración de Jesús por la unidad, de “que también ellos sean uno en nosotros” está siendo respondida.

Preocupaciones

Ciertamente todas las personas deberían alegrarse cuando antiguas animosidades, que a menudo se tornan agrias y aun violentas, son puestas a un lado y los enemigos se reconcilian. Sin embargo, al mismo tiempo necesitamos ser cautelosos.

¿Por qué?

La historia muestra que las iglesias con poder político han demostrado ser tan perseguidoras y opresoras como las entidades seculares cuando tienen el mismo poder. En un sentido, la desunión de la iglesia ha impedido que alcanzara ese poder que en sus manos fue tan destructivo en el pasado. Hace más de dos siglos, James Madison escribió: “La libertad nace de la multiplicidad de sectas, que perviven en los Estados Unidos y que es la mejor y única seguridad para asegurar la libertad religiosa en cualquier sociedad. En donde hay una gran variedad de sectas, no puede haber una mayoría que oprima y persiga al resto” (citado por Ralph Ketcham, James Madison: A Biography, p. 166). ¿Podrían estas iglesias, una vez unidas, tener suficiente poder político como para llegar a ser una amenaza nuevamente?

Hasta ahora, parece que no hubiera motivo para el temor. Sin embargo, la Biblia nos advierte acerca de tal amenaza: habla de un gran poder político-religioso que perseguirá y matará a quienes se nieguen a “adorar la imagen a la bestia” (Apocalipsis 14:15). Aunque existe mucha especulación acerca de lo que todo esto significa exactamente, el hecho de que “adorar” juega un papel fundamental en la confrontación prueba que este poder del tiempo del fin es una entidad religiosa, y que las cuestiones de fe, de adoración y de obediencia a Dios opuestas a las instituciones humanas estarán involucradas.

De hecho, algunos estudiantes del Apocalipsis, hace más de un siglo predijeron el surgimiento de un movimiento ecuménico, particularmente entre protestantes y católicos, que hoy estamos presenciando con nuestros propios ojos. De este modo, ellos ven esta tendencia hacia la unidad no como una señal del cumplimiento de la oración de Cristo, sino como un signo de los hechos finales que conducirán a la persecución del pueblo fiel de Dios justo antes de la segunda venida de Jesús.

Así, todos los cristianos, que sin duda quieren que la oración de Cristo por la unidad sea respondida, deberían ser sabios para escuchar algunas otras palabras del Señor cuando vean este giro marcado hacia el ecumenismo: “He aquí, yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas” (S. Mateo 10:16).


Clifford Goldstein escribe desde Silver Spring, Maryland.

Hacia la unidad de las iglesias

por Clifford Goldstein
  
Tomado de El Centinela®
de Julio 2006