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Reflexiones de un creyente sobre la Copa del Mundo

Es un espectáculo de masas. Personas de todas las nacionalidades y clases sociales lo llevan en la sangre y a flor de piel. Es un juego. Es el deporte cuyo poder de convocatoria puede rivalizar con todos los demás deportes juntos: el fútbol (también conocido por balompié o soccer). Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957, escribió de él: “Lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol.”1

Un gran negocio

Este fenómeno social, cuya fiesta mundial se celebra cada cuatro años, es también un gran negocio. La cita futbolera, que en 2006 tiene su sede en Alemania, arrojará cuantiosas ganancias. Se calcula que 4.000 millones de personas verán los juegos por televisión.2 Un artículo de la página de Internet de la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociado), revela que: “se calculan cerca de 800 millones de francos suizos en ingresos de mercadotecnia en la Copa Mundial de la FIFA Alemania 2006”.3

Los cracks, como se les llama a los futbolistas consagrados, superan las cifras millonarias de otros deportistas. “El futbolista mejor pagado, el inglés David Beckham gana 25 millones de dólares al año, le siguen el brasileño Ronaldo y el francés Zinedine Zidane con 19,6 y 13 millones respectivamente”.4

Las virtudes del fútbol

Puede decirse sin temor a exagerar que en el fútbol se concentran todas las destrezas fisicas y mentales: fuerza y resistencia, agilidad, precisión y reflejos felinos. Hay que tomar decisiones en fracciones de segundo y ser muy hábil para acertar. No falta el aporte estético, pues el fútbol, especialmente el estilo sudamericano, despliega por momentos la plasticidad y coordinación de un ballet.

A diferencia de otros deportes, el juego de fútbol no se interrumpe para planificar jugadas. Entre los dos períodos de 45 minutos reglamentarios de juego, sólo hay una pausa de quince minutos para descansar y afinar la estrategia.

El fútbol tiene también una utilidad social. Las 32 naciones que envían a sus deportistas a la cita mundial dejan a un lado sus diferencias y se unen para dar al mundo un ejemplo de lucha honrada. Al final, vencedores y vencidos en esa guerra en pantalones cortos, se dan la mano con gesto fraterno. Y el mundo se contagia del mismo espíritu.

Un equipo de fútbol despliega algunas virtudes tales como la solidaridad, la iniciativa individual y el liderazgo. Famosos por su liderazgo son los jugadores Franz Beckenbauer de Alemania, Diego Maradona de Argentina, Carlos Valderrama de Colombia, José Luis Chilavert de Paraguay, Jorge Campos de México, y otros tantos que “se echaban el equipo al hombro” cuando era necesario.

En el fútbol, las superestrellas sacrifican su propio lucimiento para bien del juego de conjunto, y así ejemplifican la solidaridad. Y si es necesario, resuelven el partido con una genialidad. Con razón este deporte apasiona al mundo.

Pero sobre todo, nos gusta el fútbol porque nos da la posibilidad de volver a ser niños. Usted estará de acuerdo conmigo. Más de una vez, cuando éramos pequeños, nos peleamos con los niños del vecindario. ¡Qué irreconciliables diferencias!, ¿verdad? Pero cuando a eso de las cinco de la tarde aparecía el dueño de la pelota, se acababan los rencores y gastábamos la adrenalina en algo mucho mejor. Esta es la invitación de Alemania 2006. Cuando el 9 de junio ruede la pelota, y alemanes y costarricenses den principio a la fiesta de las naciones, esa adrenalina será muy bien gastada, no como la que se mezcla con sangre y fluye por las calles de Irak o de Nigeria.

El juego de la vida

Es impresionante el poder de convocatoria del fútbol. Pero un día no muy lejano, las naciones se unirán convocadas por un acontecimiento mucho más grandioso. Vendrá el Rey de reyes. El mundo todo alzará su voz para ovacionar a su Estrella, Jesucristo. Él mismo prometió: “Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo... y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria” (S. Mateo 24:30). Entonces se acabarán las rencillas, y convocados, no por una pelota, sino por el Dios de toda gracia, los pueblos se darán la mano en gesto fraterno, y la fiesta de la vida durará por siempre.

Me gusta el fútbol, pero tiene un sabor agridulce. Este deporte casi perfecto tiene una falla: la competencia. Cuando el 9 de julio próximo el árbitro pite el final del último juego, unos se abrazarán para celebrar y otros para consolarse, unos llorarán de frustración y otros de felicidad. Muchos habrán caído para que uno llegara a reinar.

En cambio, en el cristianismo todos podemos ganar. Aquí la lucha no es contra otro La competencia es con uno mismo. Nuestra tendencia al mal, que nos hace rivalizar con Dios —“no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10)— debe ser dominada hasta que el Campeón de Dios, Jesucristo, gane la batalla final contra el pecado y nos conceda el divino trofeo: la glorificación, la corona de la vida y la felicidad eterna (ver 1 Corintios 1:28-30; Apocalipsis 2:10).

San Pablo debe haber asistido al estadio. Comparó la lucha del cristiano contra el pecado con la competencia deportiva. Sus declaraciones: “los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio” (1 Corintios 9:24) y “de esta manera peleo, no como quien golpea el aire” (vers. 26); y la expresión: “golpeo mi cuerpo... no sea que... yo mismo venga a ser eliminado” (vers 27), demuestran que sabía de atletismo y de boxeo, de la preparación física y las reglas del juego. Y concluye: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos [los deportistas], a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (vers. 25).

Lidiar con honor

Es lamentable reconocerlo, pero algunos futbolistas, con tal de ganar, hacen trampa. El uso de sustancias prohibidas, la simulación de faltas recibidas para engañar al árbitro, las apuestas y la corrupción, más de una vez han manchado al fútbol. Casi siempre los ilícitos son descubiertos y los transgresores sancionados.

La lucha del cristiano también exige probidad y honor. Sólo “el limpio de manos y puro de corazón” (Salmo 24:4) podrá habitar un día en la presencia de un Dios santo. La trampa en el juego de la vida tiene consecuencias tan graves como gloriosas son las recompensas. En el fútbol todo se reduce a un par de tarjetas de amonestación y una suspensión, a alguna sanción económica o a la suspensión definitiva de la práctica de ese deporte organizado, pero en el juego de la vida, la expulsión de la presencia de Dios incluye la muerte eterna (ver Apocalipsis 22:11; S. Mateo 25:46).

El abrazo de Dios

Este verano, cuando la pelota deje de rodar, y los campeones reciban el reconocimiento de los dirigentes de Alemania y del fútbol, y eufóricos besen la Copa FIFA, haríamos bien en alzar nuestros ojos al cielo donde nos espera nuestro galardón. Y no se trata de una corona de guirnaldas, sino de una de oro, cuajada de estrellas, y la mejor felicitación: el abrazo de Dios.

1Philips y la Copa Mundial FIFA Alemania 2006, a sólo 6 meses2La página del Profesor Jorge Alberto Socin 3El deporte y el fútbol acaparan patrocinadores”, FIFA.com—Marketing y TV 4Cuidado con los salarios de nuestros jugadores. ¡Valorémoslos!”, elentorno


El autor escribe desde Ogden, Utah.

El juego de la vida

por Alfredo Campechano
  
Tomado de El Centinela®
de Junio 2006