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La madre es la reina de su familia. A ella le toca modelar el carácter de sus hijos, a fin de prepararlos para una vida plena y de servicio a los hombres y a Dios.

Muy afligida, una mujer de 38 años fue a pedirle consejo a su médico.

“Doctor —dijo ella—, muchos adolescentes que se hallan entre el grupo de nuestros conocidos se conducen y se visten como vagabundos, desafían la autoridad de los padres y de los maestros, abandonan los estudios y acuden a las drogas en busca de excitación. Mis cuatro hijos, dos de ellos adolescentes, seguramente serán influidos por ese comportamiento de salvajes. ¡Me siento tan inútil! ¿Qué puedo hacer para impedir que mis hijos se contagien y arruinen sus vidas?”

El médico, hombre sabio y experimentado, le dio un consejo sensato: “No se olvide cuál es su función como madre. Dé a sus hijos suficiente amor como para satisfacer sus necesidades y ayudarlos a resolver sus múltiples problemas. Trabaje en equipo con su esposo en la sagrada tarea de formar un hogar basado en ideales cristianos. Como yo lo veo —agregó—, los jóvenes que reciben en su temprana edad la debida orientación, rara vez se descarrían”.

¿Fue ése un buen consejo? Por supuesto que sí. Pero ¿cuántas madres lo aceptarán de corazón? Hoy en día la mayoría de las mujeres se preocupan por llenar sus vidas con lo que ellas llaman “actividades significativas”. Pocas se sienten enteramente realizadas dentro de la casa. A la par que cultivan casi todas las habilidades imaginables, tales mujeres ignoran el arte más necesario de todos, el de ser una esposa y una madre sensible y temerosa de Dios, que desempeña noble y pacientemente la tarea de educar a un niño de tal modo que pueda crecer “en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (S. Lucas 2:52).

Criar una familia en armonía con los principios cristianos demanda hoy en día mucho valor. Aunque el padre es la cabeza del hogar, la madre continúa siendo el corazón del mismo, creando el ambiente adecuado para la formación de buenos hábitos mentales, físicos, espirituales y sociales, lo cual se convertirá en parte de la vida misma de cada hijo.

Quizá, nada fuera del amor de Cristo por la humanidad perdida puede sobrepasar el amor de una madre que abraza emocionada su papel materno. En su libro El arte de amar, el conocido sociólogo Eric Fromm le da a esta emoción el nombre de “amor incondicional”, esa clase de amor que hace maravillas a favor de un niño, con tal de salvaguardarlo de influencias amenazadoras. “La presencia de este amor le da a la persona amada una sensación de felicidad —dice Fromm—. Su ausencia produce desorientación y un estado de total desesperación. Este genuino amor materno es una actitud que infunde en el niño amor por la vida y el sentimiento de que es algo bueno ser una criatura”.

La responsabilidad de una madre

¿Qué es el hogar para un niño? Bien, no es una casa en un barrio elegante con muebles lujosos, una alfombra esponjosa, un televisor gigante y una computadora. Ni tampoco un hogar consiste en poseer un automóvil último modelo o una piscina privada. El hogar es el sitio donde un niño encuentra amor, donde alguien se interesa en sus alegrías y tristezas, y en sus planes para el futuro. Habiéndose criado en una choza muy humilde, Abraham Lincoln expresó esto con toda claridad: “Todo lo que soy o espero ser alguna vez, se lo debo a mi amada madre”.

Además de hábitos que fomenten su buena salud, los niños necesitan hábitos que los conviertan en trabajadores eficientes. Las tareas domésticas debieran ser consideradas un “asunto familiar” y ser usadas como un medio de preparación para el matrimonio y la vida independiente. El desafío que toda madre tiene delante de sí es conocer a su hijo y moldear a ese ser humano singular, de tal manera que desarrolle al máximo sus aptitudes y posibilidades tanto para esta vida como para la eternidad.

La mejor enseñanza en el hogar

Como muchos otros tipos de educación, la instrucción en los asuntos religiosos se efectúa mejor en el hogar cuando los padres en su vida cotidiana se dejan guiar en forma evidente por las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Los niños necesitan una fe en Dios profundamente arraigada y viva, que les proporcione fortaleza cuando todo lo demás falla.

¿Qué hace de la maternidad un delicado arte? Muchas cosas. Han de unirse fuerzas con el padre para consolidar un hogar cristiano donde se ame al niño y se lo ayude a crecer “en sabiduría y en estatura, en gracia para con Dios y los hombres”. Pero la definición que a mí más me gusta es una que me dio un viejo amigo de la familia. “Las madres, las verdaderas madres, no sólo dan a luz a un niño, dan a luz una vida que trae honor y gloria al Creador”.


Este tributo a la madre ha sido reimpreso del número de mayo de 1976.

El arte de ser madre

por Pearl Gibbs
  
Tomado de El Centinela®
de Mayo 2006
  

¿Qué significa ser madre para ti?


Para mí, ser madre significa escuchar y sentir ese otro corazoncito dentro de mí. Mezclar mi llanto y mi sonrisa con su primer llanto. Nutrir y calentar con mi cuerpo su cuerpito indefenso. Enseñarle a amar, a aceptar los no, y también a decir no. Y enseñarle a ser libre pero responsable; y a soñar y luchar por esos sueños. Todo esto junto, no en partes separadas, significa para mí ser madre

Leticia López, profesora de español en la Academia Adventista de Nampa, Idaho, y madre de dos hijos preadolescentes.

Ser madre para mí ha significado ser una mejor persona, tener nuevas y buenas razones para vivir. Mis hijos me han dado muchas alegrías. Me han ayudado a ver la vida como una experiencia de servicio. Al esforzarme por educarlos, he llegado a comprender mejor y a valorar la enseñanza de mis padres, quienes me transmitieron principios elevados. Yo quiero hacer lo mismo con mis hijos.

Al amar, servir y formar a mis hijos, he llegado a comprender mejor el amor y la dedicación de Dios por la raza humana

Leticia Campechano, profesora de Educación Preescolar en Ogden, Utah, y madre de tres hijos adolescentes.

M  Madre no es sólo la que engendra, sino la que está dispuesta a dar la vida por sus hijos.
A  Amor es la palabra perfecta para describir a una madre.
D  Doctora, maestra, consejera, cocinera, son sólo algunos títulos de todo lo que una madre desempeña por el bienestar de sus hijos.
R  Regalo perfecto para la humanidad, elaborado por las preciosas y benditas manos de Dios.
E  Ejemplo de abnegación, dispuesta a darlo todo sin esperar nada a cambio.

Pero, sobre todo, madre para mí significa infundir el amor recibido de Dios en el corazón de mis hijos

Araceli Reyes escribe de Caldwell, Idaho, y es madre de cuatro hijos jóvenes.

Para mí, ser madre es amar sin reservas y sin medida, y estar dispuesta a entregar todo, hasta la vida misma, por el hijo. Ayer, mi niña, de un año de edad, aprendió a decir “Mami”. Cuando rodea mi cuello con sus bracitos, y sus manecitas me dan palmaditas en el hombro, siento de nuevo la asombrosa realidad del amor.

Ser madre es ser el objeto de un amor puro, sencillo, confiado e inocente, como no hay otro en toda la faz de la tierra. Es recibir ese amor que todos deberíamos expresarle a Dios. Por eso, el Señor nos dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. ¡Quiero entrar en el reino de los cielos —y quiero llevar a mis hijitas conmigo!

Diane de Aguirre, doctora en Medicina y madre de dos niñas.