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El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 a.m., un B-29 volaba a unos 600 metros de altura sobre la ciudad de Hiroshima. En su interior se encontraba un cargamento mortífero, una bomba atómica. Con su impacto, ésta liberó una cantidad de energía equivalente a 20.000 toneladas de explosivos químicos, la que redujo la ciudad a ruinas en un despliegue de poder desconocido hasta entonces por el ser humano. Tal poder es aterrador pues se caracteriza fundamentalmente por la destrucción y la muerte que produce.

La cruz también fue un despliegue de poder divino en una modalidad nunca antes observada en el universo. Ciertamente no hay otro evento histórico más poderoso que el de la cruz, pues tiene proyecciones cósmicas. Un vistazo a la cruz indica que allí Dios encapsuló todo el poder necesario para incorporar al ser humano y al planeta a una relación de perfecta armonía con él.

Revela el poder del amor de Dios

La verdadera naturaleza de Dios queda claramente demostrada en la cruz. La encarnación de nuestro Dios es un evento inescrutable en su profundidad, pues revela a un Dios que descendió a nuestro nivel y llegó a ser uno de nosotros. Lo que es más, en la cruz del Calvario se reveló al universo que el Creador estuvo dispuesto en su encarnación a sacrificarse y morir por sus criaturas. Fue así que su amor se reveló activamente en nuestra historia.

La cruz revela también la naturaleza de ese amor. San Pablo indica que Dios nos amó cuando éramos pecadores (Romanos 5:8). Es decir, Dios no esperó que nosotros llegásemos a ser merecedores de su amor para entonces amarnos. Jesús, el Hijo de Dios, murió en la cruz a favor de los humanos, a fin de informarles que a pesar de su maldad y pecado eran objeto del amor de Dios. La tendencia humana es la de expresar amor a los que nos tratan bien y son bondadosos para con nosotros. De ahí que mientras amamos a algunos, sentimos rencor y hasta odio hacia otros. Hemos olvidado que el poder más grande que hay en el universo es el poder del amor y que lo que el amor no puede cambiar, nada ni nadie podrá alterarlo.

Aunque vino a revelarnos la bondad y el amor de Dios, el Hijo de Dios fue abofeteado, maltratado físicamente y herido con palabras cargadas de rencor. Permítanme ilustrar la ironía de este rechazo con lo que sucedió con un becerrito que recuerdo.

Después de pasar la mayor parte de la mañana bajo el sol intenso del trópico, un becerrito comenzó a la una de la tarde a berrear. Atado a un arbusto que no le proveía sombra alguna y ubicado cerca de un pequeño deslizadero, parecía rogar que alguien viniese a liberarlo de su angustia.

Cuando me acerqué, descubrí que la soga se encontraba enredada en el arbusto y que no sería fácil ayudarlo pues el animal estaba atemorizado. Logré soltar la soga del arbusto y me acerqué para soltarla de su cuello, pero el animal retrocedió. Tiré de la soga y el becerro retrocedió aún más y cayó por el deslizadero mientras yo retenía la soga en mis manos y hacía un esfuerzo por controlar su caída. Pero mi esfuerzo fue en vano; mis manos sintieron el calor que la soga producía al deslizarse entre los dedos y finalmente la solté. El animal huyó arrastrando su soga mientras yo pensaba: “Si tan sólo hubiese comprendido que todo lo que deseaba era ayudarlo”. La cruz nos informa que Dios nos ama. Si nos mantenemos en rebelión contra él es porque todavía no hemos comprendido que el evento de la cruz no fue algo que un criminal merecía, sino algo que nosotros necesitábamos: una revelación del amor de Dios. Todos necesitamos sentirnos amados. La cruz satisface esa necesidad al decirnos que el Creador del vasto universo nos ama y se interesa por cada uno de nosotros.

Revela el poder de Dios para salvar

Después del terremoto, los vecinos descubrieron que Andrés se encontraba atrapado bajo una pesada viga de concreto que amenazaba con sofocarlo. A fin de salvarlo de esa situación de angustia y muerte, era necesario levantar la viga un poco a fin de liberarlo de su peso. Comenzaron los esfuerzos y la búsqueda de un instrumento lo suficientemente fuerte como para poder mover la viga. Todo parecía en vano hasta que apareció alguien con un camión de arrastre cuya grúa fue atada a la viga y poco a poco la levantó lo suficiente como para liberar al cautivo. El camión tenía el poder que los hombres solos no poseían.

El poder de la cruz para salvar consiste en la capacidad que tiene Cristo de liberar a la raza humana del poder de la muerte. Salvar a un individuo de una posible muerte accidental no es necesariamente una tarea imposible, pero salvarlo permanentemente del poder de la muerte exige un poder que ningún ser humano posee. La derrota permanente y final de la muerte exige un despliegue del poder salvador de Dios, y esto ocurrió en la cruz. Por medio de la muerte de su Hijo, hubo una manifestación de este poder de vida lo suficientemente abundante como para salvar a cada ser humano que ha vivido, vive y vivirá en el planeta. Todo lo que Dios desea es que se acepte el regalo de esa vida. Cuando en la cruz Jesús dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, entregó su vida a fin de que nosotros, que estábamos destinados a morir, pudiésemos ser restaurados a la vida eterna.

Por lo tanto, no hay ningún obstáculo lo suficientemente poderoso como para impedir que Dios nos salve de la muerte eterna. Jesús vino para destruir al que tenía el poder de la muerte, es decir al diablo (Hebreos 2:14). (Nuestro mayor enemigo fue derrotado por el Señor en la cruz! Y el resultado ha sido salvación para todo el que crea y acepte a Jesús como su Salvador personal.

Revela el poder perdonador de Dios

En la cruz sucedió algo asombroso e imposible de comprender perfectamente. Allí Dios colocó sobre su Hijo todos los pecados de la raza humana (S. Juan 1:29). Este evento de trascendental importancia fue predicho por el profeta Isaías: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:6). Jesús recibió nuestra muerte al tomar sobre sí nuestro pecado. En Jesús Dios asumió en forma misteriosa la responsabilidad por nuestro pecado y como resultado nos ofrece el perdón concedido en la cruz. San Pablo señala que Dios cargó sobre Cristo, que no tenía pecado, nuestro pecado a fin de acreditarnos la justicia de Dios (2 Corintios 5:21).

No hay pecado tan grande y horrendo que Dios sea incapaz de perdonarlo. En la cruz se abrió una fuente purificadora, perdonadora, gracias a la cual podemos ser liberados de nuestro pecado y culpabilidad (1 S. Juan 1:9). Puede ser que sintamos que no merecemos ese perdón, pero esa no es razón para rechazarlo. Todo lo que Dios espera es que confesemos nuestro pecado.

Revela el poder transformador de Dios

La cruz continúa desplegando su poder y ejerciendo su influencia sobre el ser humano. Lo que Cristo hizo por nosotros hace cerca de dos mil años aún puede transformarnos. Es decir, el poder liberado en la cruz continúa activo en la historia humana. Como resultado de la cruz, el planeta entero ha sido rodeado por una atmósfera de gracia. Es debido a esa atmósfera que el Espíritu de Dios está constantemente trabajando sobre el corazón de cada persona. Esta gracia que es común a todos tiene como propósito atraer al individuo a la cruz de Cristo, convencerlo de que es un pecador en necesidad de perdón, y suavizar el corazón a fin de hacerlo sensible al amor de Dios desplegado en la cruz. Es así que el corazón humano se enternece al contemplar lo que Dios ha hecho por nosotros, y es en esos momentos que el Espíritu nos invita a aceptar ese amor, esa salvación y ese perdón infinito.

Aquellos que aceptan la invitación del Espíritu a rendir sus corazones a Cristo experimentan el misterio del nuevo nacimiento. Jesús le dijo a un líder judío de sus tiempos que para entrar al reino de los cielos necesitaba nacer de nuevo. Confundido por esa declaración, el líder reaccionó diciendo que era imposible nacer otra vez. Jesús le informó pacientemente que él estaba hablando de un nacimiento espiritual y que éste ocurre cuando el individuo cree en él y lo reconoce como el único y exclusivo medio de salvación (S. Juan 3:1-8). Es en ese instante que el Espíritu quebranta nuestra naturaleza pecaminosa, llega hasta el mismo centro de nuestro ser y trae paz al poner fin a nuestra enemistad hacia Dios (Romanos 5:1).

En forma misteriosa el amor de Dios es derramado en nuestros corazones, derrota nuestro egoísmo (Romanos 5:5), y llegamos a participar de la naturaleza divina (2 S. Pedro 1:4). Somos nuevas criaturas liberadas del poder esclavizante del pecado (Romanos 6:18). Esta no es una experiencia mística en la cual perdemos nuestra individualidad. Más bien es un encuentro personal, reconciliador con nuestro Salvador, que trae a nuestras vidas nuevos deseos en armonía con la voluntad de Dios. (Todo esto es el resultado directo de lo que Dios hizo por la raza humana en la cruz del Calvario!

El poder de la cruz puede ser limitado únicamente por el individuo que rechaza la invitación del Espíritu Santo a venir a Cristo. Jesús comparó la cruz a un gigantesco imán (S. Juan 12:32). Todos aquellos que responden a la invitación del Espíritu a levantar la vista hacia la cruz, serán atraídos al Salvador debido al tremendo despliegue de bondad y perdón que allí Dios realizó. El consejo divino es: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22).


El autor tiene un doctorado en Teología y es director del Instituto de Investigación Bíblica en la sede mundial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en Silver Spring, Maryland. Este artículo apareció por primera vez en el número de abril de 1997 y lo repetimos por pedido de algunos lectores.

El poder de la cruz

por Ángel Manuel Rodríguez
  
Tomado de El Centinela®
de Marzo 2008