Desde su inicio, nuestro planeta ha estado involucrado en un conflicto cósmico. Vivimos en medio de ese conflicto, que rápidamente está llegando a su final. Aunque no lo creas, todo comenzó cuando un ángel caído engañó a Eva y ella creyó a una serpiente de voz seductora “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4, 5; énfasis añadido).
La serpiente les prometió: “Seréis como Dios”. Lamentablemente, Eva creyó esta ilusión y eligió comer del fruto prohibido. Luego le llevó el fruto a su esposo, Adán, y él también comió (vers. 6). De esta manera la familia humana cayó en pecado, y desde aquel momento todos hemos estado pagando las consecuencias trágicas de dolor, sufrimiento, tristeza y muerte.
Al analizar las enseñanzas de muchas de las religiones existentes, vemos que existe la creencia común de que el hombre es un dios o de que puede convertirse en un dios. Pero de acuerdo con la Palabra de Dios, esta enseñanza es una mentira que tiene su origen en la primera mentira que la serpiente le dijo a Eva en el jardín del Edén. “Seréis como Dios”, dijo el enemigo (vers. 5).
Y mientras que muchas religiones declaran que el hombre puede convertirse en un dios, solo la Biblia proclama el mensaje de que hace casi dos mil años, Dios se convirtió en Hombre. Y lo hizo para salvarnos del pecado.
Al aparecerse a una joven mujer comprometida para casarse, pero todavía virgen, en el pequeño poblado de Nazaret en Medio Oriente, un ángel llamado Gabriel le declaró: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESúS. . . Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios. . . porque nada hay imposible para Dios” (S. Lucas 1:30-37).
Así es como Dios se convirtió en un Hombre llamado Jesucristo. Como María todavía no había consumado su matrimonio con José, esta concepción única fue del todo milagrosa.
La Palabra se hizo carne
Hoy, la religión del cristianismo está basada en la milagrosa concepción, el nacimiento y la vida de Jesús, quien experimentó una muerte agonizante en la cruz y resucitó de entre los muertos tres días después. Su vida y su ministerio se convirtieron en el cimiento de la religión más grande sobre la Tierra.
Durante su vida en esta Tierra, Jesús a menudo se refirió a sí mismo como “el Hijo del hombre”. En una ocasión, hablando con sus discípulos sobre su pronto rechazo por parte de hombres pecadores, Jesús predijo: “Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto, y resucite al tercer día” (S. Lucas 9:22).
Muchos se preguntan si Jesús, quien en su forma humana se llamó a sí mismo “el Hijo del hombre”, es realmente Dios. En otras palabras, ¿será que “la Palabra”, que se hizo carne como Hijo de María, retuvo su divinidad? ¿Sigue siendo divino hoy el Hijo de María?
La Biblia responde de forma clara a estas preguntas, con un rotundo “sí”. Unos seiscientos años antes de que Cristo fuera concebido milagrosamente en el vientre de María por el Espíritu Santo, el profeta Isaías predijo: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz” (Isaías 9:6 énfasis añadido).
Así, el “Niño” que nació, el “Hijo” que nos e “dado” para que sea nuestro Salvador, sigue siendo el “Dios Fuerte” de las Escrituras. En un intento por enseñar esta verdad a un grupo de líderes judíos escépticos, Jesús declaró solemnemente: “Antes que Abraham fuese, yo soy” (S. Juan 8:58). ¡Sus oyentes quedaron estupefactos! El nombre “YO SOY” les era muy conocido a los israelitas porque hacía referencia a cómo el Eterno, quien tiene vida por sí mismo, que se le apareció a Moisés en un arbusto en llamas en el desierto, se llamó a sí mismo. Fue Dios quien dijo “a Moisés: YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). Al anunciarse como el poderoso “YO SOY” de la Biblia, el Niño de Belén proclamó ser el Dios Fuerte en forma humana.
En pocas palabras, Dios se hizo hombre para ser uno de nosotros, para alcanzarnos donde estamos, para hablar nuestro idioma, para “caminar en nuestros pasos”, para entrar en nuestras experiencias, para sentir nuestro dolor y para morir por nuestros pecados para ganar nuestro corazón y salvarnos. San Mateo lo cuenta con las siguientes palabras:
“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESúS, porqu él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo:
He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo,
Y llamarás su nombre Emanuel,
que traducido es: Dios con nosotros.
Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESúS” (Mateo 1:18-25; énfasis añadido).
Esta es la explicación que nos da el Nuevo Testamento sobre por qué Dios se hizo Hombre. Lo hizo para ser “Dios con nosotros” de la manera más profunda posible: siendo uno de nosotros. Y no solo eso, sino que se sacrificó a sí mismo públicamente en una cruenta cruz para pagar el precio por los pecados de toda la humanidad desde Adán y Eva, quienes probaron el fruto prohibido.
Puedes recorrer cielo y tierra y nunca encontrarás una mejor revelación de amor. Ese amor quiere llegar a ti en este momento. ¿Por qué no le entregas el corazón a Jesucristo hoy?
La preexistencia de la Palabra
En la época del Antiguo Testamento, el profeta Miqueas predijo que nuestro Salvador nacería en el pequeño poblado de Belén, 70 millas (111 kilómetros) al sur de Nazaret, donde vivía María. Nota sus palabras: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Miqueas 5:2; énfasis añadido).
Esta antigua profecía declara que el nacido en Belén era “desde el principio, desde los días de la eternidad”. En otras palabras, antes de convertirse en Hombre, Jesucristo existía y no tenía un principio. Es un Ser eterno.
Describiendo a Jesús, su preexistencia, su divinidad y el increíble momento en que Dios se hizo Hombre, el Nuevo Testamento dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:1-5). “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (vers. 14; énfasis añadido).
Aquí se describe a “la Palabra”. “El Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (vers. 1). A meros mortales como nosotros nos es difícil comprender misterios como este, pero podemos creerlos. “La Palabra” que estaba “con Dios” y que “era Dios” es el mismo que “fue hecho carne y habitó entre nosotros” (vers. 1, 14).
“La Palabra” es el Señor y Salvador Jesucristo.
Steve Wohlberg es orador y director de White Horse Media. El sitio web de su ministerio es whitehorsemedia.com. Este artículo fue traducido y adaptado de la revista Signs of the Times, diciembre 2023, publicado por Pacific Press®.