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El Día Internacional de la Solidaridad Humana (DISH), celebrado anualmente el 20 de diciembre, fue establecido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 2005. Entre los objetivos principales de esta celebración se encuentran la “erradicación de la pobreza”, celebrar la “unidad en la diversidad” y “sensibilizar al público sobre la importancia de la solidaridad”.1 Este artículo analiza, desde una perspectiva bíblica, estos tres nobles objetivos.

Erradicación de la pobreza

Aunque la Biblia no confina la pobreza a lo material, esta es comúnmente definida como “la gran falta de necesidades materiales”.2 Estadísticas recientes revelan que el 10 por ciento de la población mundial, 700 millones de personas, viven en pobreza extrema, con un ingreso inferior a 1.90 dólares al día, sin acceso a educación, servicio médico y sin alimentación apropiada.3 La ONU estima que cada día 25,000 personas mueren de hambre: 17 personas por minuto.4 Estas estadísticas alarmantes forjaron el fundamento para el establecimiento del DISH, con la esperanza de que los países más ricos puedan ayudar a los más pobres.

La pobreza es un mal milenario, provocado por el pecado, que no será erradicada hasta que nuestro mundo sea renovado después del segundo advenimiento de Cristo. Durante su ministerio, Jesús declaró que a los pobres siempre los tendremos, y apeló a la voluntad de sus seguidores para hacerles el bien (S. Marcos 14:7). Siguiendo esta recomendación de Cristo, los miembros de la iglesia apostólica “vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hechos 2:45). Dios tiene el poder de “levantar del polvo al pobre” (Salmo 113:7), pero pide a los que él ha bendecido con bienes materiales, que acojan y amparen a los necesitados (Levítico 25:35).

Jesús indicó lo difícil que será para los ricos heredar el reino de los cielos (S. Marcos 10:25). El pobre, en su necesidad suele poner su confianza en Dios, mientras que el rico tiende a confiar más en el poder de sus riquezas materiales.

Unidad en la diversidad

El avance tecnológico en el transporte, el comercio internacional, los medios de comunicación masiva y la globalización han formado concentraciones gigantescas de personas diversas, han propiciado la interacción social entre gente de diferente raza, religión, cultura y nacionalidad. Escuelas, iglesias y compañías empleadoras abrigan en su medio a personas con cosmovisiones opuestas que con frecuencia colisionan, produciendo división y animosidad. Una de las metas del DISH es fomentar la unidad en el mundo internacional tan diverso en que vivimos.

La importancia de la unidad en la diversidad es subrayada por las Sagradas Escrituras. Cristo oró por la unidad entre sus seguidores (S. Juan 17:11), y declaró que un reino dividido o una casa dividida no pueden triunfar (S. Marcos 3:24, 25). La universalidad del plan de salvación es otra evidencia bíblica a favor de la unidad en la diversidad. Cristo murió por los pecados de todo el mundo, sin importar sexo, nivel educativo, color de piel, edad y nacionalidad. “Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos” (Isaías 56:7). Esta afirmación fue corroborada por Pedro, quien comprendió que “Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34, 35).

Pablo, en Atenas, estableció la teología de la unidad en la diversidad, remontando el origen de todos los seres humanos a la misma pareja, Adán y Eva: “El Dios que hizo el mundo. . . de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra” (Hechos 17:24, 26). Con los mismos progenitores, todos los seres humanos somos miembros de la misma familia y tenemos el deber de trabajar unidos, buscando el bien comunal.

Solidaridad

La solidaridad es definida como “el apoyo mutuo entre los miembros de un grupo”.5 Entre sus metas se considera lograr la unidad, la armonía y la colaboración colectiva. La sencillez de esta definición no alude a la complejidad involucrada en lograr apoyo mutuo entre individuos e instituciones, como el matrimonio, la iglesia y la comunidad. Es más complejo aún cuando se trata de lograr la solidaridad entre naciones con agendas unilaterales, tal como pretende lograr la ONU por medio del DISH.

Por naturaleza la solidaridad es constructiva, excepto cuando se enfoca en diseminar ideologías erróneas y lograr metas destructivas. Esta excepción se aplica a la sociedad en general, a la iglesia y a las relaciones internacionales, cuando en vez de unidad producen hostilidad y división. Cómo promover la solidaridad constructiva en las relaciones internacionales es una de las metas más desafiantes que enfrenta la ONU.

La Biblia contiene abundantes enseñanzas alusivas a la solidaridad, y el apóstol Pablo ofrece valiosas recomendaciones. En sus epístolas el apóstol promueve la solidaridad que debe existir entre los miembros de la iglesia, ilustrándola mediante la armonía y unidad de acción exhibida en el cuerpo humano (Romanos 12:4, 5). Metafóricamente, cada ciudadano forma parte de un cuerpo con miembros diversos, que precisan actuar en forma armoniosa, “unánimes” y asociándose entre ellos con “humildad” (vers. 16; ver también Romanos 15:5, 6).

Como individuos no podremos hacer mucho para promover la solidaridad internacionalmente; sin embargo, en nuestros círculos relacionales inmediatos sí podemos fomentar la solidaridad en nuestra familia nuclear, en nuestra iglesia y en la comunidad.

El amor como fundamento de la solidaridad

Reflexión bíblica

El amor (ágape) es la esencia de Dios (1 Juan 4:16), la esencia de la identidad cristiana (S. Juan 13:34, 35), y el fundamento de la solidaridad constructiva. En su Epístola a los Colosenses, Pablo apeló a principios de la solidaridad tales como la tolerancia, el perdón y el amor, al cual califica como “el vínculo perfecto” (Colosenses 3:13, 14).

El apóstol Juan presenta el amor como un atributo divino fundamental en las interacciones individuales e institucionales que Dios desea que emulemos, amándonos los unos a los otros como él nos amó (S. Juan 13:34, 35; 1 Juan 4:11). No es lo mismo decir que amamos, que amar como Dios nos ama. Si cada ser humano amara como Dios nos ama, viviríamos en una sociedad igualitaria, socialmente exitosa, donde las necesidades de cada uno serían atendidas y donde la paz divina prevalecería.

El amor es tan importante que constituye el “fundamento del gobierno de Dios”, del cual depende “la dicha de todos los seres creados”.* Además, es el fundamento de las Escrituras y de la salvación de los pecadores (S. Mateo 22:34-40; S. Lucas 10:25-28). Sin ágape, no solo careceríamos de solidaridad, viviríamos también sin esperanza. Por eso, la Biblia considera el amor como un imperativo humano: “Y este es su mandamiento: que. . . nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado” (1 Juan 3:23).

*Elena G. de White, El conflicto de los siglos, p. 547.

1. “Nuestro futuro se basa en nuestra solidaridad”, Naciones Unidas, en https://www.un.org/es/observances/human-solidarity-day, consultado en julio 2022.

2. Millard J. Erickson, Concise Dictionary of Christian Theology (Grand Rapids, Michigan: Baker Book House, 1986), ver “Poverty”, p. 131.

3. “9 World Poverty Statistics that Everyone Should Know”, Lifewater, 28 enero 2020, en https://lifewater.org/blog/9-world-poverty-statistics-to-know-today/.

4. John Holmes, “Losing 25,000 to Hunger Every Day”, United Nations, en https://www.un.org/en/chronicle/article/losing-25000-hunger-every-day, consultado en julio 2022.

5. Michael Agnes y David Guralnik, editors, Websters’s New World College Dictionary, 4a edición (Foster City, California: IDG Books Worldwide Inc., 2001) ver “Solidarity”, p. 1364.

El autor es catedrático de la Universidad Andrews. Escribe desde Berrien Springs, Míchigan.

En búsqueda de la armonía

por Ricardo Norton
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2022