La Biblia entera, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, es un llamado a agradecer a Dios por sus bondades. La paz y el gozo están íntimamente entrelazados con la gratitud, y mueven al creyente a cantar alabanzas a Dios. En lugar de una simple actitud sentimental, la gratitud cristiana es una virtud superior que da forma a nuestras emociones, pensamientos y acciones.
El espíritu de gratitud que las Escrituras enseñan no es natural en el hombre. Es un principio vital que viene de Dios y vigoriza todo el ser. Las personas carentes de gratitud piensan que todo el mundo les debe algo, no conocen el gozo de la vida. Andan como en tinieblas, por cuanto no conocen la luz de la vida. Su ingratitud llega a enfermar todo su ser.
La mejor elección
María Magdalena había perdido el rumbo. Vivía en las tinieblas del pecado, y su mente había caído bajo el dominio de Satanás. Su hogar estaba en Betania, al norte del mar de Galilea, pero en su extravío había huido de su casa y vivía perdidamente en Magdala, una ciudad galilea situada sobre la costa occidental del lago.
En los comienzos del ministerio público de Jesús, María tuvo un encuentro con él, y fue liberada del poder de los demonios. Desde entonces, María se sintió fuertemente atraída por el Maestro y sus enseñanzas. Su fe en él y su gratitud por haberla librado de las cadenas del mal crecían cada día. Ante su presencia era como una niña que contempla el rostro sereno de su padre amante y oye arrobada sus historias.
Con frecuencia, Jesús visitaba el hogar de María, Marta y Lázaro en Betania, donde siempre encontraba una cálida acogida. Su presencia era muy apreciada por María y sus hermanos, Marta y Lázaro, y podía descansar un poco de sus agotadores viajes, de su trabajo incesante, sanando e instruyendo a las multitudes, y de los interminables conflictos con los escribas y fariseos.
En tales ocasiones, Jesús reunía alrededor de sí a sus discípulos y les enseñaba. María también se acercaba. En la fascinación del momento, perdía la noción del tiempo. Absorbía ávidamente cada palabra del Maestro.
En una de estas visitas, Marta se afanaba preparando alimento y hospedaje para el Maestro y sus discípulos. Cuando vio que su hermana no la ayudaba, y que Jesús parecía no darle atención al hecho, se impacientó y reprendió al Maestro: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude” (S. Lucas 10:40).
Marta era una mujer noble, de firmes principios, trabajadora. Amaba al Señor y tenía profunda fe en él. Había permanecido en casa atendiendo con esmero las tareas diarias. Nunca se había apartado del camino recto. Pero María venía de un triste pasado y tenía muchas cicatrices en su corazón. Debía luchar de continuo con recuerdos y sentimientos de culpa que la atormentaban. Las palabras de Jesús eran alivio y bálsamo para su alma atribulada. “Respondiendo Jesús, le dijo: Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” (vers. 41, 42).
Con una suave reprensión, Jesús quería ayudar a Marta a ver la otra cara de la moneda. Por su temperamento pragmático, Marta no alcanzaba a entender la actitud quieta y contemplativa de María. El alimento que ella preparaba con afán sería degustado, y tendría que volver a cocinar. También tendría que acondicionar cada día los aposentos que arreglaba para sus visitantes. Estaba muy absorta con muchas cosas buenas y necesarias que perecen con el uso, pero, perdía de vista la obra redentora que las palabras de Jesús realizaban en el corazón herido de su hermana. María había escogido la buena parte, la cual no le sería quitada ni perecería con el uso.
El corazón de María estaba lleno de gratitud hacia Jesús. Sabía por experiencia cuán malo es el pecado y cuán perjudicial es apartarse de los caminos de Dios. El fracaso de su juventud le había enseñado que no podía confiar en sí misma. Jesús la había librado del poder de los demonios y de una vida de horror y tinieblas, y solo él podía mantenerla lejos de la tentación.
Tiempo después, su amado hermano Lázaro enfermó y murió. Marta y María tuvieron momentos de agonía por la pérdida. Jesús llegó a Betania cuando Lázaro llevaba cuatro días muerto, y lo resucitó. Entonces la gratitud de María hacia el Maestro no conoció límites.
Cuando a la vista humana su caso parecía desesperado, Cristo vio en María aptitudes para lo bueno. Vio los rasgos mejores de su carácter. El plan de la redención ha investido a la humanidad con grandes posibilidades, y en María estas posibilidades debían realizarse. Por su gracia, ella llegó a ser participante de la naturaleza divina —Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 521.
La fragancia de la gratitud
En su última visita a Jerusalén, Jesús volvió a hospedarse en el hogar de Marta, María y Lázaro. Se acercaba el momento cuando habría de dar su vida en rescate por la raza humana. Muy pronto llegaría su hora para que pasase de este mundo al Padre.
Un fariseo de Betania, de nombre Simón, a quien Jesús había sanado de lepra, quiso mostrarle su gratitud con un banquete. Jesús asistió con sus discípulos, y también su devota seguidora. “Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume” (S. Juan 12:3).
Aquel acto de inocente y profunda gratitud de parte de María fue malentendido por Simón y por los discípulos. ¡Cómo podía él permitir que esa mujer pecadora lo tocara! Avergonzada, María se retiraba en silencio cuando oyó decir al Maestro: “¿Por qué molestáis a esta mujer? pues ha hecho conmigo una buena obra. . . Porque al derramar este perfume sobre mi cuerpo, lo ha hecho a fin de prepararme para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella” (S. Mateo 26:10-13).“Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados. . . Tu fe te ha salvado, ve en paz” (S. Lucas 7:48, 50).
Como María Magdalena, nosotros también podemos ser liberados de nuestras cadenas de pecado por el Maestro Nazareno, y también podemos esparcir la preciosa fragancia de la gratitud.
De acuerdo con BibleRef.com, el nardo puro estaba en forma líquida, y tenía que ser importado de la India, un viaje difícil, peligroso y de larga duración. El término griego original de S. Juan 12:3, litra, es el equivalente a aproximadamente 16 onzas, poco menos de medio litro. Un perfume tan costoso, y tan grande cantidad, tenía un precio aproximado de 300 denarios. Un obrero común ganaba un denario al día, y no trabajaba en sábado, así que era el equivalente al salario de todo un año. Aun hoy, cuando el comercio mundial es ágil, el nardo es relativamente caro. En Amazon.com, una botellita de 0.3 onzas de nardo puro vale US$ 73, lo que equivaldría a un precio de US$ 3,893 para la cantidad que María, en señal de gratitud, derramó sobre los pies de su Maestro.
El autor es editor jubilado. Escribe desde Toronto, Canadá.