Durante mucho tiempo, la industria cinematográfica ha proyectado un futuro distópico de enfermedades desconocidas y crímenes atroces que resultarán en la exterminación de la humanidad. Ahora, estas escenas parecen estar pasando de la ficción a la realidad. Desde diciembre de 2019 nos ha azotado una pandemia que ha cobrado la vida de millones de personas y ha dejado una estela de indescriptible sufrimiento y cuantiosas pérdidas económicas. Ante esta descolorida, inusual e inadecuada alineación de la vida se antepone la promesa de Jesús a sus seguidores: “Vendré otra vez” (S. Juan 14:3). Estas palabras contienen la esencia de la esperanza cristiana: la segunda venida de Cristo. Pero, estimado lector, ¿cuál es el significado real de este acontecimiento en su vida?
Cristo y Jesús son los nombres que más tendemos a usar para referirnos al humilde Maestro que recorrió las calles de Galilea, Samaria, Judea y los territorios vecinos. Pero pensemos en el nombre que el ángel determinó para el niño nacido en Belén: Emanuel, que significa Dios con nosotros. Este nombre contiene la esencia misma del deseo eterno de Dios de habitar entre sus criaturas.
En el principio, Adán y Eva disfrutaban de la presencia visible de Dios en el Jardín de Edén. Luego de la separación que el pecado introdujo entre Dios y nosotros su presencia no se apartó de la humanidad, pero ya no fue visible sino que comenzó a ser mediada por símbolos, actos proféticos y por el Espíritu Santo. Como afirma Pablo, en el devenir de la historia hemos visto la presencia de Dios “oscuramente”, como por un espejo (1 Corintios 13:12). Sin embargo, Emanuel es la promesa de la presencia divina sin intermediarios, poder disfrutar con Dios cara a cara. El mundo disfrutó esa presencia en la primera venida de Jesús. Dios se hizo visible en Emanuel.
Cuando la presencia de Dios se hizo visible en Emanuel, los dolientes y enfermos eran sanados (S. Mateo 9:35). Un predicador llamado Juan mandó a preguntar si Jesús era verdaderamente Emanuel, y Jesús pidió que le respondieran: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados” (S. Mateo 11:5). Imaginemos por un momento una ciudad sin enfermos y dolientes, una ciudad donde el servicio de emergencias no recibe ningún accidentado, las salas de cirugía están cerradas y los médicos se han quedado sin trabajo. Nuestra experiencia en este mundo nos hace pensar que eso es fantasía, pero el registro bíblico afirma que esa era la realidad en las ciudades y aldeas por donde pasaba Emanuel. Y esa será la realidad del mundo cuando Cristo vuelva por segunda vez: Nadie dirá: “Estoy enfermo” (Isaías 33:24).
Cuando la presencia de Dios se hizo visible en Emanuel, los muertos volvían a la vida. En una ocasión, una madre viuda y pobre de la aldea de Naín descendía triste y apesadumbrada a depositar en la tumba a su hijo, su única esperanza de un futuro sin dolor emocional ni pobreza. Emanuel, compadecido del sufrimiento de la madre, detuvo el cortejo fúnebre y resucitó al joven (S. Lucas 7:11–15). Otros también volvieron a la vida por la orden de Emanuel: la hija de Jairo (S. Marcos 5:21–43) y Lázaro, el amigo del Salvador (S. Juan 11:38–44). Eso sucede cuando Jesús se hace presente, porque él es “la resurrección y la vida” (S. Juan 11:25).
Sin embargo, estas historias solo dibujan pálidamente la resurrección de los muertos cuando Emanuel vuelva por segunda vez, pues entonces no habrá una resurrección para volver a la vida que conocemos, con sus cargas y sufrimientos, sino para alcanzar la eternidad (1 Tesalonicenses 4:13–17; S. Juan 6:39, Romanos 6:8; 1 Corintios 15:54). Así, Emanuel concretará el propósito creativo de Dios de que todos los seres humanos tengan vida y la disfruten en abundancia (S. Juan 10:10).
Cuando la presencia de Dios se hizo visible en Emanuel, se nos mostró el valor de la creación y el cuidado que Dios le prodiga. El Padre, el Creador, se compadece de las aves del cielo y las alimenta (S. Mateo 6:26; S. Mateo 10:29; Salmo 50:10, 11); y también viste las flores del campo (S. Mateo 6:30). Mientras Emanuel caminó entre nosotros, los árboles, las flores y los animales gozaban de su presencia. Cuando vuelva otra vez, Emanuel restaurará no solo a las personas, sino también a la naturaleza. Creará cielos nuevos y tierra nueva, y volverá la armonía entre los hombres y los animales y el resto de la creación. Como dice el profeta: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará” (Isaías 11:6).
El primer discurso público de Emanuel fue para anunciar el principal propósito de su misión de buenas nuevas: libertad para los afligidos, pobres y oprimidos (S. Lucas 4:18; ver también Isaías 61:1). En su segunda venida, Emanuel derribará todo muro de separación, haciendo que todos los hombres y mujeres conformen una sola nación, sin distinciones sociales, raciales, lingüísticas o cualquier otra diferencia que divida a los seres humanos. El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, tiene una imagen hermosa de una “gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero” (Apocalipsis 7:9).
Apreciado lector, la esperanza de la segunda venida y su significado para usted no se basan en una fantasía o ilusión. Los relatos de cuando Emanuel estuvo con nosotros en su primera venida nos regalan una vislumbre de cómo será cuando él vuelva a estar presente por la eternidad. En el día de la victoria final, cuando la segunda venida resulte en la presencia visible de Dios, “no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4). Ese día, las opresiones económicas, raciales y sociales llegarán a su fin. Esa mañana gloriosa también desaparecerá la enemistad entre los animales y los seres humanos. Entonces, el gozo y la paz serán perfectos. Entonces, los sistemas de muerte y dolor serán destruidos para siempre, pues, Emanuel, “el Dios del cielo, levantará un reino que no seŕá jamás destruido” (Daniel 2:44), cumpliendo la promesa y la esperanza cristiana de “cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3:13).
La promesa bíblica
“El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Apocalipsis 22:20.
“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. Apocalipsis 22:12.
“El fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración”. 1 Pedro 4:7.
“Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir”. Apocalipsis 1:8.
“Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo”. Apocalipsis 1:11.
“He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá”. Apocalipsis 1:7.
“El que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Filipenses 1:6.
El autor es profesor asistente de Historia Eclesiástica en el Seminario Teológico Adventista de la Universidad Andrews. Escribe desde Berrien Springs, Michigan.