Crecí en una zona del interior de Australia donde, si querías cultivar algo, tenías que estar dispuesto a luchar. El suelo era implacable. El sol quemaba la tierra. La tierra es del rojo intenso de los óxidos descompuestos en el suelo por el calor. Es difícil cultivar algo allí, y si lo intentas, tienes que estar dispuesto a trabajar de verdad.
Las plantas me han enseñado mucho al paso de los años.
La semilla
En San Mateo 13:31 y 32, Jesús contó una parábola del reino de los cielos, al que comparó con una semilla de mostaza muy pequeña, la cual, una vez que ha crecido, se convierte en la mayor de las plantas del jardín, al grado de que los pájaros pueden posarse en sus ramas.
Cuando dejamos que el reino de los cielos entre en nuestros corazones, no sabemos en qué podremos convertirnos. El tamaño de la semilla no predice el tamaño de la planta. Eso me recuerda una anécdota de mi familia.
Teníamos un cactus bajo el grifo del jardín. Le encantaba la tierra roja, y el agua que goteaba del grifo lo mantenía feliz. Sin embargo, era espinudo y sus púas amenazaban con pincharnos cada vez que intentábamos abrir el grifo. Me quejé a papá por ello. Parecía que la vida sería mejor si sacábamos la planta. Solo permanecía ahí, con su medio metro de púas desagradables. ¿Para qué servía? Nunca cambiaba.
Entonces, un día, tras quince años de inactividad, un tallo surgió de la parte superior del cactus. Creció y creció hasta duplicar la estatura de la planta. Una semana después salí al patio y vi que aquel tallo había estallado en flores gloriosas de color púrpura intenso que se extendían hacia el cielo. Era muy hermoso. Resulta que todas esas gotas del grifo estaban haciendo algo bueno después de todo.
Lo mismo ocurre con Jesús. Cuando empezamos a seguirlo, su semilla se siembra en nosotros, pero lo que ocurre con la semilla después depende de si se riega.
San Mateo 13:1-9 registra una parábola de un agricultor que sembraba semillas. Las semillas estaban en peligro constante por haber caído en el duro camino, donde podían ser devoradas por los pájaros, por haber caído en la tierra equivocada, o por ser quemadas por el sol. Pero la semilla que caía en buena tierra se multiplicaba grandemente.
Lo mismo ocurre con nosotros. Si vamos a seguir a Jesús, la semilla que él planta en nosotros necesita ser regada, porque no crecerá sin agua. ¿Cómo ocurre eso? La Biblia compara la Palabra de Dios con el agua. Efesios 5:26, 27 describe a la iglesia siendo purificada por un lavamiento con el agua de la Palabra. Creo que así es como regamos esa semilla de mostaza de la fe, que hará posible que crezcamos espiritualmente.
Crecer juntos
No tenemos que crecer solos. En Efesios 4:15, Pablo dice que crecer es algo que hacemos todos juntos como iglesia. Jesús es la cabeza de esa iglesia, y crecemos juntos cuando todos crecemos para ser como él. No estamos solos, creciendo solos. Los cristianos crecemos mejor juntos.
Todas las plantas crecen mejor en un jardín. Un buen ejemplo es el arbusto australiano quandong. Produce un fruto rojizo brillante, pequeño y redondo, con una pulpa dulce, blanca y perfumada, un gran hueso central y una piel delgada y rugosa. La semilla ocupa la mayor parte del interior. La pulpa pálida solo cubre la gran semilla con una pequeña capa de delicioso sabor.
Durante mi infancia, la cocina era principalmente el dominio de mamá, pero cuando se trataba de cocinar el quandong, papá tomaba el mando. Se arremangaba y se tomaba todo un fin de semana para hacer una tarta tras otra. La fruta guisada, mezclada con azúcar blanca brillante, burbujeaba en su olla y luego se vertía generosamente en la corteza de la tarta. Con un par de cortes hábiles de su cuchillo de pastelería, imprimía una cara sonriente en la tarta. Después, se metía en el horno y se doraba. ¡No hay nada mejor que la tarta de quandong servida con helado!
Cuando crecí y salí de casa, ya no pude hallar fruta de quandong, pues las plantas son muy difíciles de criar. Sus raíces se entremezclan con las raíces de otros árboles para nutrirse y para sobrevivir en el clima inhóspito del desierto de Australia. La planta no puede crecer sola; tiene que crecer junto con otras plantas.
Efesios 4:16 dice: “Todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor”. La semilla que representa a Jesús ha sido sembrada en nosotros, y crece mejor junto a otras personas. Prosperamos cuando, como en el caso del árbol quandong, nos ayudamos mutuamente a crecer. Eso nos hará resistentes a las condiciones difíciles cuando lleguen. Seremos edificados en amor cuando cada uno apoye al otro. Por supuesto, esto significa que produciremos fruto.
Producir fruto
Colosenses 1:10 dice que una vida digna da fruto. Ese fruto se puede ver cuando crecemos en el conocimiento de Dios y en las cosas buenas que hacemos como resultado. El crecimiento en Cristo debe ser evidente y tener un efecto positivo en el mundo.
Mi esposa me abrió los ojos al increíble mundo de las plantas. Un día, mientras cocinaba me quemé el dedo en la plancha caliente. ¡Qué maravilla! Estaba de pie ante el fregadero con el dedo bajo el chorro de agua fría, esperando que mi dedo quemado se sintiera mejor, cuando ella se acercó con una gruesa hoja verde que acababa de arrancar de una planta en el jardín. La despellejó y untó el espeso jugo sobre mi pobre dedo índice.
Esa fue mi introducción al áloe vera (la sábila). ¿Cómo había desconocido esa planta milagrosa toda mi vida? A simple vista, esa planta no parece nada fuera de lo común. Incluso, parece espinosa y difícil de tocar. Pero cuando ves el interior, te das cuenta de que contiene riquezas ocultas que están destinadas a ayudar y curar. Empecé a hablar a todo el mundo sobre el áloe vera por si alguien más se quemaba el dedo y necesitaba esta información vital.
La vida cristiana es similar. Colosenses 1:5 y 6 dice que cuando la semilla de esperanza en Jesús crezca, dará fruto y crecerá hasta llenar todo el mundo. La fe y el amor brotarán de ti porque quieres compartir el buen fruto que has encontrado, que es la gracia de Dios. Jesús es la buena noticia de esa gracia. Vino para que pudiéramos crecer en él y ser fortalecidos y llegar a ser las personas que Dios quiere que seamos.
La buena noticia de la gracia de Dios es como una planta. Germinará desde lo más pequeño en nuestra vida y, mientras nos hace crecer junto a otros, producirá un fruto asombroso de buenas obras que seguirá expandiéndose por el mundo.
Parece una planta que me gustaría tener. ¡Solo tengo que recordar que debo regarla!
Justin Bonew es ministro cristiano. Escribe desde Australia. Este artículo fue publicado en la revista Signs of the Times en agosto de 2021.