Ante la presencia de un microbio que ha matado a mucha gente y que ha confinado a muchos más, se impone una reflexión sobre la vulnerabilidad. Tal vez no creíamos que habíamos prevalecido sobre los gérmenes, pero sí que forjábamos la historia. Pero según Frank Snowden, experto en Historia de la Medicina por la Universidad de Yale, en muchos casos son los microbios los que han cambiado la historia. Respecto al poder de los microbios, recordemos que entre 1347 y 1743, la peste mató a unos 100 millones de personas en Europa.
Por otra parte, ciertos pueblos han sido beneficiados o perjudicados por la acción de los virus y microbios. La fiebre amarilla benefició a los Estados Unidos. Snowden explica que en los primeros años del siglo XIX, “la colonia francesa de Haití era una de las más ricas del mundo por sus enormes plantaciones de caña de azúcar. Pero los esclavos se rebelaron. Napoleón, que quería consolidar su presencia en el Nuevo Mundo, envió más de 60,000 soldados para aplastar la revuelta, pero la mayor parte de ellos murieron de fiebre amarilla. Napoleón tuvo que renunciar a sus ambiciones transatlánticas, y por eso vendió Louisiana a Estados Unidos en 1803. Con aquello, Estados Unidos duplicó de golpe su territorio, un paso decisivo en su camino hacia el estatus de superpotencia”.*
Entre los pueblos que han sido perjudicados por los microbios se cuenta la Atenas de Pericles, la ciudad-estado griega que desde entonces no volvió a prevalecer; Esparta ganó la hegemonía, aunque no por mucho tiempo. Snowden explica: “La llamada plaga de Atenas, una enfermedad mortal de la que todavía no se sabe mucho y que hacía que el cuerpo se llenara de pústulas, tuvo un papel destacado en el declive de la antigua Grecia”.
Otro caso fue el de Roma. “Entre los muchos factores que llevaron a la caída del Imperio Romano, se incluye la malaria, que se propagó por el sur de Europa durante el siglo V. Los que sobrevivían seguían sufriendo episodios recurrentes de fiebre alta durante toda su vida, y ya no eran capaces de trabajar con la misma intensidad, lo que contribuyó a agravar la crisis agrícola que ya existía”.
El reinado de los Stuart en Gran Bretaña y el de Napoleón en la invasión de Rusia sufrieron pérdidas decisivas a causa de las pestes. “El reinado de los Stuart acabó por la viruela, y el ejército de Napoleón en Rusia no fue derrotado en el campo de batalla sino por el tifus y la disentería”. En Mesoamérica, el Imperio Azteca fue consumido por la viruela, lo que facilitó la conquista de parte de España.
La ética y las epidemias
Las epidemias levantan discusiones éticas, pues unos gobernantes privilegian la economía mientras que otros promueven cuarentenas. Los que prefieren abrir la economía aducen que la gente necesita trabajar, y que si se aísla para protegerse, tal vez no muera por la enfermedad sino de hambre. Este debate se dio ante la epidemia de cólera en el siglo XIX y principios del siglo XX. “Entre 1851 y 1910 se organizaron conferencias internacionales para discutir cómo detener el cólera, se proponían cuarentenas para las tripulaciones de los barcos y limitaciones a los viajes. También se abordaban las consecuencias económicas de esas medidas; por ejemplo, si una cuarentena de cinco días haría que la explotación del Canal de Suez dejara de ser rentable”.
Otro caso que encendió debates de carácter ético fue la peste que asoló Marsella, Francia. “En 1720 llegó al puerto de Marsella un mercante con un valioso cargamento de telas orientales. Durante la travesía habían fallecido por la peste ocho marineros, un pasajero y el médico de a bordo”. Si la tripulación del barco respetaba la cuarentena en una isla cercana, no expondría a la población a la peste. Pero los comerciantes querían reducir la cuarentena. “La presión de los comerciantes locales hizo que la cuarentena, que normalmente los barcos pasaban en una isla frente a la ciudad, acabara reducida de cuarenta días a diez, y que, además, el cargamento no fuera quemado. Consecuencia: la mitad de los habitantes de Marsella murieron de peste”.
Los que defendían esa cuarentena abreviada [de diez días] se referían a ella como ‘pequeña cuarentena’ para minimizar las implicaciones y restarle importancia. Snowden añade: “[Esto] me recuerda a Donald Trump, que al principio hablaba de la COVID-19 como de un ‘resfriado común’ ”.
Chivos expiatorios
Cuando se suscita un problema, hay dos comportamientos inmaduros: atacar o correr. Los primeros buscan culpables. En los casos de epidemias, este comportamiento es recurrente. En tiempos de las pestes medievales se culpaba a las prostitutas y a los judíos. “En el caso del cólera tampoco fue distinto: en una ilustración de la época se ve a indignados estadounidenses defendiendo su país de emigrantes presuntamente contagiados. Hoy, con el coronavirus, en muchos países se han producido ataques verbales e incluso físicos a gente de aspecto asiático”.
Los que reaccionan huyendo evaden el problema. “Ahora los superricos huyen de la COVID-19 marchándose a lugares apartados, igual que en el famoso Decamerón del poeta italiano Giovanni Boccaccio, en el que diez jóvenes se refugiaron de la peste en una villa fuera de Florencia”.
La última palabra
Louis Pasteur, el pionero en la investigación de las enfermedades infecciosas, consideraba que los microbios tendrían la última palabra en el planeta. Ante este planteamiento, Frank Snowden replicó: “Dependerá de si aprendemos de nuestros errores. Sabemos perfectamente dónde se encuentran los problemas que les preparan el terreno a las pandemias. Podríamos cambiar algunas cosas para impedir futuros brotes o, al menos, reducir su probabilidad. ¿Lo haremos?”
Medidas profilácticas
Los judíos eran atacados en tiempos de pestes porque eran víctimas del prejuicio, y porque muy pocos de ellos morían. Se suponía que como sabían protegerse, eran los que echaban el mal sobre los demás. Lo primero es cierto, lo segundo es falso. Ellos se protegían con los escritos de Moisés. La cuarentena tiene origen bíblico. Cuando un judío enfermaba, lo aislaban inmediatamente. Además, los israelitas practicaban lavamientos de lechos, de utensilios de cocina, y de las manos antes de comer. Se lavaban antes de entrar en el templo, las mujeres practicaban un baño de purificación 40 u 80 días después del parto, y cubrían sus excrementos; no tocaban cuerpos muertos ni la sangre, y no comían carne de animales ahogados o desgarrados por fieras. Con todas estas medidas sanitarias, los israelitas tenían excelentes recursos para evitar enfermedades.
Bien haríamos en imitarlos. Es vergonzoso reconocerlo, pero hace 1440 años, Moisés y los peregrinos del éxodo estaban más adelantados en materia de salud pública que muchas sociedades modernas donde se consume cerdo y mariscos.
Conclusión
No es posible erradicar los microbios, pero podemos fortalecernos para evitar que nos dominen, pues la guerra seguirá hasta que Dios erradique el mal.
* Las citas entre comillas son de una entrevista a Frank Snowden por Veronika Hackenbroch el 27 de abril, 2020, publicada en Der Spiegel.
El autor es redactor de El Centinela.