Los libros vienen a uno. No es al revés. Los mejores libros que he leído en mi vida vienen silenciosa y anónimamente a tocar mi puerta; a darme aliento, ideas, fuerza y, sobre todo, esperanza.
Hace unos días leí Subversive Sabbath: The Surprising Power of Rest in a Nonstop World [El sábado subersivo: El poder sorprendente de reposar en un mundo que no para], de A. J. Swoboda. El cuarto capítulo es una excelente exposición del cuarto mandamiento de la Ley de Dios, interpretado desde una perspectiva ética. Nunca había visto el sábado de este modo.
El autor, luego de describir cómo todo se detiene después de la puesta del sol del viernes en la ciudad de Jerusalén, comienza explicando este fenómeno social, para luego rematar en la razón última de la existencia del sábado: buscar el rostro de Dios que refulge a través del rostro del prójimo en la comunidad. No quiero adelantar lo que ustedes han de leer en la página 24, pero no es un concepto de palabras solamente; es la expresión más viva del cristianismo: aceptar al otro tal como es, con sus diferencias, defectos y debilidades, y con sus pecados, porque yo también tengo defectos, debilidades y pecados.
El sábado es precisamente esto: un lugar en el tiempo cuando el creyente se reúne con otros creyentes no porque tenga intereses o gustos comunes para compartir, sino porque necesita amar y ser amado.
En un mundo consumista que no para, que no se detiene, que está en frenética y ciega movilidad hacia ningún lado, que vive al ritmo del mercado y del consumo, que solo genera personas individualistas y solitarias, necesitamos el sábado, porque cada sábado nos da esperanza. Y necesitamos la esperanza, porque sin ella nos convertimos en seres egoístas y solitarios.
¿Acaso la Navidad no debería también tener el mismo sentido? El séptimo día de la semana y la Navidad guardan un significado profundo que une ambas celebraciones a lo largo de los milenios: las dos festividades ofrecen la oportunidad de construir relaciones humanas más profundas y sanas, para conocernos y conocer al otro.
Hagamos de esta Navidad un lugar en el tiempo para reunirnos con Dios y reafirmar los lazos familiares.
El autor es director de El Centinela.