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La primera promesa de la Navidad fue dada a Adán y Eva en el Jardín del Edén. Dios le dijo a la serpiente: “[La simiente de la mujer] te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcaóar” (Génesis 3:15). Sumida en una profunda tristeza, la pareja escuchó la promesa de un Redentor que les daría la seguridad del perdón de sus pecados y la reconciliación con su Padre celestial.

Adán y Eva anhelaban el cumplimiento de esa promesa. Dieron una gozosa bienvenida a su primogénito, preguntándose: “¿Será este el salvador prometido?” Pero Caín se convirtió en el primer asesino, pues mató a su hermano Abel. Al llegar Set, su tercer hijo, la esperanza se renovó. Quizás él sería el Redentor prometido, pero no fue así.

Pasaron los aóos, y aquellos depositarios de la promesa de la primera Navidad murieron; pero la promesa seguía siendo repetida una y otra vez por los patriarcas y los profetas, manteniendo viva ante el pueblo elegido la esperanza del nacimiento del Salvador, la primera Navidad. El tiempo pasó, y los patriarcas y los profetas murieron. La Navidad no llegaba. Pasaron más de cuatrocientos aóos sin profeta alguno. Ante el silencio de Dios, el pueblo judío se preguntaba si los había olvidado. Fueron conquistados y esparcidos por todo el Imperio Romano, las crueles fuerzas de ocupación patrullaban Israel, y ellos exclamaban como el profeta: “Se van prolongando los días, y desaparecerá toda visión” (Ezequiel 12:22).

Una noche, en los campos de Belén, un grupo de pastores cuidaba sus ovejas, y se preguntaban: “¿Cuándo llegará el Mesías?” Y entonces llegó. Repentinamente, apareció un ángel esplendoroso y les dijo: “He aquí os doy nuevas de gran gozo. . . que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Seóor” (S. Lucas 2:10, 11). Al fin había nacido el Salvador prometido. Para celebrar esta maravilla, un coro de ángeles iluminó la noche y cantó: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres” (S. Lucas 2:14)!

La primera Navidad nos habla de un Dios que trae un mensaje de paz y armonía, de esperanza y buena voluntad, un mensaje prevalente aun en el siglo XXI.

Esta Navidad

En estos tiempos, muchos lucran con las celebraciones navideóas. El comercio quiere ganancias, el gobierno hace acopio del dinero que obtiene de los impuestos ganados en la temporada; la gente quiere alegrarse, y si pudieran celebrar con un Cristo ausente, todos serían “felices”. Es contradictorio, pero muchos desean que Jesús no forme parte de la Navidad.

Pero la verdadera Navidad es “Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (S. Mateo 1:23). Esta Navidad es una carióosa invitación divina a un acercamiento a Jesús. La Navidad de hace dos mil aóos celebró el nacimiento del Salvador, y la Navidad actual tiene el propósito de que Cristo nazca en tu corazón.

La Navidad es “Dios con nosotros” (S. Mateo 1:23), Cristo morando en nuestras vidas, reinando en nuestro corazón. San Pablo expresó su deseo navideóo: “Que Cristo sea formado en vosotros” (Gálatas 4:19). Jesucristo quiere pasar esta Navidad contigo. ¿Se lo permitirás?

Pasamos gran parte de la época navideóa en el acto de buscar. Buscamos los regalos perfectos, los mejores precios, los mejores adornos para nuestras casas. Mucha gente se perdió la primera Navidad porque estaban muy ocupados buscando cosas. Los políticos y los mercaderes se la perdieron. El mesonero se la perdió, y aun los religiosos. Buscaban otras cosas.

Los únicos que disfrutaron la primera Navidad fueron quienes la estaban buscando. En respuesta al anuncio del nacimiento del Salvador, se apresuraron a buscarlo “Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al nióo acostado en el pesebre” (S. Lucas 2:16). Ante esta realidad histórica surge la pregunta: ¿Qué estás buscando en esta Navidad? ¿Qué encontrarás?

San Lucas informa: “Porque no había lugar para ellos en el mesón” (S. Lucas 2:7). El mesón estaba lleno, y no hubo lugar para Jesús. Pero más importante aun ¿cómo estará tú mesón esta Navidad? ¿Habrá lugar para Cristo? Sin Cristo no puede haber Navidad. él anhela ser tu Navidad, tu Salvador. Desea morar contigo, perdonar tus pecados, infundirte paz y abrazarte con ternura.

Cuando el propósito de la Navidad se consumará

La Navidad celebra el nacimiento del Hijo de Dios. Es una festividad iniciática, porque con la llegada del Hijo del Hombre vino la salvación al mundo. En un sentido, cuando Jesús vuelva, se abrirá la etapa final de aquel proceso de salvación que comenzó con la primera Navidad. Con su segundo advenimiento, celebraremos el comienzo de la eternidad plena para todos los que creyeron en su nombre. Me gusta llamarla la tercera Navidad.

El Hijo de Dios vino al mundo con un propósito específico: “Para que el mundo sea salvo por él” (S. Juan 3:17). Vino a morir por cada uno de nosotros, vino para abrir las puertas de la salvación a una humanidad perdida.

Cristo tuvo una reunión con sus discípulos la noche del jueves antes de morir. Conversó con ellos sobre su muerte, su resurrección, su partida al reino de los cielos y sobre su regreso glorioso. Les dijo: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. . . Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (S. Juan 14:2, 3).

Estas palabras alentaron a los discípulos. La bendita esperanza de la segunda venida de Cristo se tornó en la razón de su existencia. Con gozo proclamaban y servían a un Cristo crucificado, resucitado, ascendido y próximo a venir. La iglesia cristiana abrazó la promesa de la vida en un mundo mejor y de la segunda venida de Cristo. Esta esperanza ha alentado, fortalecido y capacitado al mundo cristiano a través de las edades para enfrentar los desafíos que la vida les ha presentado, porque muy bien se ha dicho que los seres humanos pueden soportar cualquier cosa mientras tengan esperanza y la seguridad de un mundo mejor.

Es importante recordar que la primera Navidad fue la llegada de “Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros” (S. Mateo 1:23): Dios acercándose a nosotros, tocando las puertas de nuestros corazones. De igual manera, el propósito último de la Navidad, la reunificación de la familia universal de Dios, nos habla de su deseo de estar con nosotros por la eternidad.

En este mundo infestado de discordia y muerte nos amenazan las pestes, los desastres naturales, la delincuencia y las guerras. Necesitamos a Jesús. él invita: “Venid a mí todos lo que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (S. Mateo 11:28). Nos invita a disfrutar una vida eterna sin pesares, sin enfermedad ni muerte. La promesa dice: “Y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo. . . Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:3, 4). Entonces el propósito de la Navidad se habrá consumado.

El autor es dirigente de las iglesias adventistas de habla hispana en el suroeste de los Estados Unidos.

Tres navidades

por Alberto Ingleton
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2018