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El fenómeno de la emigración afecta a millones de personas. Huyendo de la pobreza o del peligro en sus lugares de origen, muchos emigran hacia países ricos. Esto convierte al inmigrante en una persona con condiciones particulares. En muchos casos, el inmigrante desconoce el idioma, deja su familia, y por carecer de estatus legal o de dinero, jamás vuelve a su terruño. Algunos corren con mejor suerte, se regularizan, aprenden el idioma, se casan con ciudadanos del país donde se establecieron, estudian y llegan a ser profesionales y prosperan en alguna empresa. Pero la gran mayoría pierde los nexos familiares y vive con limitaciones.

A la luz de la Biblia, libro de migrantes, analicemos brevemente el fenómeno de la inmigración en busca de consejo para hacer más llevadera nuestra vida de inmigrantes.

La Biblia y el fenómeno de la migración

Ya sea por cautividad, por huir de la persecución, por hambre o por cumplir una misión, muchos personajes de los tiempos bíblicos se establecieron en tierra ajena.

Abraham en Canaán, José e Israel en Egipto, Moisés en Madián, Elías en Fenicia, David en Filistea, Judá en Babilonia (incluyendo a Daniel y sus tres compañeros), José, María y Jesús en Egipto, Pablo en Arabia y luego como misionero por el mundo, y Juan en Patmos, fueron algunos inmigrantes famosos de la Biblia.

Pero la Biblia dice que todos somos migrantes. Desde que nuestros padres pecaron y fueron expulsados de su hogar edénico, estamos “fuera de casa”, y somos en el mundo extranjeros y advenedizos. Dios nos recuerda que somos peregrinos (ver Levítico 25:23); y Pedro lo aclara: “Os ruego como a extranjeros y peregrinos” (1 Pedro 2:11). No somos de este mundo.

El mandato de Dios a Israel era que debía amar al extranjero y ser sensible y considerado con ellos, porque ellos mismos habían sido extranjeros en Egipto (ver Deuteronomio 10:19).

El mayor Inmigrante

Jesús, el Hijo de Dios encarnado, es el mayor y más glorioso ejemplo de inmigrante. él es Dios, pero dejó el cielo en la migración más peligrosa pero más gloriosa, para redimir al pecador. Y porque sufrió nuestros dolores, pagó el precio de nuestra paz y llevó sobre sí nuestros pecados (ver Isaías 53:4-6), nadie puede comprender al inmigrante mejor que él.

Cómo ser un buen inmigrante-extranjero

Estas son algunas recomendaciones para vivir con dignidad la experiencia de ser inmigrantes o extranjeros.

  • Trabaja arduamente. El progreso requiere dedicación y sacrificio.
  • No trabajes tan arduamente. Parece una contradicción, pero se trata de equilibrio. Si haces del trabajo tu dios, dejarás de vivir la vida que Dios tiene para ti. Te tornarás en esclavo, materialista, consumista y utilitario. Descuidarás tu familia, a Dios y tu comunión con él. Tarde o temprano te sentirás tentado a flaquear en tu fidelidad a él. No tendrás tiempo ni energía para el compromiso con la iglesia que te ayuda a mantenerte fiel a Dios.
  • Procura aprender el idioma. Muchos hispanos se bloquean, se conforman con que alguien les traduzca, se vuelven perezosos y no aprenden el idioma. Otros se sienten rechazados por la gente que nació aquí, y viven en estado de nostalgia. Les resulta muy difícil aprender el idioma porque hay una resistencia interior inconsciente. Suelen decir: “Mejor será que reconozca que cuanto antes lo aprenda, mejor me irá”.
  • Paga los impuestos. Tener problemas con el IRS es muy serio. Si tienes oportunidad de “arreglar tus papeles”, no haber “hecho los taxes” te perjudicará mucho.
  • No quebrantes la ley. No es correcto delinquir; además, tu condición de inmigrante te hace vulnerable. Hay racismo y discriminación, y en ese contexto no debes tener problemas con el gobierno.
  • Si no tienes licencia de conducir, porque no tienes estatus legal, evita las infracciones de tránsito. Respeta las señales y no manejes sobre el límite. Estas recomendaciones son buenas para cualquiera, pero son mucho más valiosas para quien no tiene licencia. Cometer esas infracciones suele quedar en una multa, y si no tienes licencia el problema es doble.

No permitas que tu situación de inmigrante, e incluso de indocumentado, afecte tu ánimo y tu estima propia. Tú no vales menos por ser inmigrante, por tener “cara de hispano” (un “nopal en la frente”, como se dice) o por no tener documentos. Tu valor está determinado por cuánto pagó el Cielo por salvarte, y por cuánto te ama Dios. Ninguna de esas cosas está en duda solo porque hoy no te sientas bien.

Recuerda esta preciosa promesa: “Jehová guarda a los extranjeros” (Salmo 146:9). Jesús prometió que iría a preparar mansiones, para volver y llevarnos a vivir al cielo (S. Juan 14:1-3).

Esa promesa le da sentido a la existencia y ayuda a vivir con esperanza. Pablo afirma que “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Tal vez aquí no seas ciudadano, pero procura ser ciudadano del reino de los cielos.

La idea de que puede haber una deportación beneficiosa suena rara, pero a mí me gustaría pensar en el día cuando Cristo nos saque de este mundo de sufrimiento y pecado, para llevarnos a nuestra verdadera tierra de origen, el cielo, un día glorioso, en la “deportación” más maravillosa. ¡Prepárate para esa “deportación”!

El autor es ministro adventista. Escribe desde Milwaukee, Wisconsin.

Esperando la deportaciĆ³n

por Leroy Ramos
  
Tomado de El Centinela®
de Diciembre 2017