La práctica de dar regalos a los niños en Navidad se inspira en el acto de unos sabios de Oriente que le dieron regalos al Niño Dios. El evangelio dice: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos. . . y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y
mirra” (S. Mateo 2:1-11).
Estos sabios conocían las promesas concernientes al nacimiento del Salvador de la humanidad.
“Los magos del Oriente eran filósofos. . . que estudiaban las manifestaciones de la Providencia en la naturaleza, y eran honrados por su integridad y sabiduría. De este carácter eran los magos que vinieron a Jesús. . . Mientras estos magos estudiaban los cielos tachonados de estrellas, y trataban de escudriñar el oculto misterio de sus brillantes derroteros, contemplaban la gloria del Creador. Buscando un conocimiento más claro, se dirigieron a las Escrituras hebreas. En su propia tierra, se conservaban escritos proféticos que predecían la llegada de un maestro divino. . . En el Antiguo Testamento, el advenimiento del Salvador se revelaba más claramente. . .
“Los magos habían visto una luz misteriosa en los cielos la noche en que la gloria de Dios inundó las colinas de Belén. Al desvanecerse la luz, apareció una estrella luminosa que permaneció en los cielos. No era una estrella fija ni un planeta, y el fenómeno excitó el mayor interés. Esa estrella era un distante grupo de resplandecientes ángeles, pero los sabios lo ignoraban. . . Examinaron los rollos de los antiguos anales. La profecía de Balaam declaraba: ‘Saldrá estrella de Jacob, y levantaráse cetro de Israel’. ¿Podría haber sido enviada esta extraña estrella como precursora del Prometido?. . . En sueños, recibieron la indicación de ir en busca del Príncipe recién nacido”.1
Agradecidos porque Dios les daba el Regalo mejor, su propio Hijo, los sabios siguieron esa estrella enviada por el Cielo hasta la casa donde la sagrada familia se hospedaba en Belén. Y le dieron tres regalos: oro, incienso y mirra.
El oro
El oro se relaciona con la riqueza y el poder. En los tiempos del nacimiento del Redentor, las monedas de más alto valor eran de oro. No existía el papel moneda. El oro traído al establo de Belén fue un regalo tan real como simbólico. Al depositar a los pies del niño Jesús el cofrecito con monedas de oro, los sabios de Oriente reconocían su realeza, pues ese Niño era el Rey de reyes. Ese pequeño tesoro contribuyó a solventar los gastos de la crianza y del viaje a Egipto, adonde la sagrada familia huyó a causa de la persecución del rey Herodes, quien intentó matar al Niño.
El incienso
El incienso es una resina aromática procedente de Oriente, que se quema en ceremonias religiosas. En el Santuario de Dios se quemaba el incienso para acompañar las oraciones. El incienso fue otro regalo simbólico en el pesebre de Belén. Es como si al depositar a los pies del niño Jesús el cofrecito del incienso, los sabios de Oriente hubieran dicho: “Te traemos incienso porque reconocemos en ti al Dios verdadero”.
El incienso era ofrecido a Dios por los sacerdotes. El Niño también sería exaltado como el Sumo Sacerdote de la humanidad, pues poseía la naturaleza divina, por la que representaba a Dios ante los hombres; y la naturaleza humana, por la que representaría a los hombres ante Dios. Por su sacrificio, ganaría el derecho a mediar entre ambas partes. Y cuando llegó ese día, dijo a su Padre en favor de quienes lo mataban: “Padre, perdónalos” (S. Lucas 23:34). El incienso de su intercesión comenzaba a ascender en favor de los pecadores.
La Biblia lo exalta como Pontífice único al decir que “hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5). Y añade acerca de su encarnación y su sacrificio como condición para su sacerdocio: “Debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:17, 18).
El Niño que los sabios reconocieron como Sacerdote, era el Yo Soy que habló a Moisés desde la zarza ardiente. Sería también “el Mediador entre Dios y la humanidad, que pone su mano sobre ambos. . . ‘santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores’, no se avergüenza de llamarnos hermanos”.2
La mirra
La mirra es una sustancia perfumada que los antiguos tenían por un bálsamo precioso. Se guardaba en un recipiente en forma de lágrima, y es de color rojizo. Tales características pueden convertir la mirra en un símbolo del hombre: el color rojo representaría la sangre; la forma de lágrima representaría el dolor. La mirra simbolizaría así la sangre y el dolor del Hombre que se convertiría en bálsamo para el hombre: Cristo.
La mirra fue otro regalo simbólico. Es como si al depositar a los pies del niño la copa de la mirra, los sabios hubiesen dicho: “Te ofrecemos la mirra porque reconocemos en ti al Hijo del Hombre que ha de sufrir y derramar su sangre para salvar a la humanidad doliente”.
El Niño que reposaba en aquel pesebre había venido a morir. Los pecadores estábamos condenados. “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23), pero el Hijo de Dios se convirtió en hombre para sufrir nuestra condenación. Tomó nuestro lugar en la ejecución para que tengamos un lugar en su reino eterno.
Un regalo para usted
En Navidad se dan regalos porque esta fiesta surgió con tres regalos. A todos se nos entregó en la Natividad el mejor obsequio, nuestro Salvador.
“Para asegurarnos los beneficios de su inmutable consejo de paz, Dios dio a su Hijo unigénito para que llegase a ser miembro de la familia humana, y retuviese para siempre su naturaleza humana. Tal es la garantía de que Dios cumplirá su promesa. ‘Un niño nos es nacido, hijo noses dado; y el principado sobre su hombro’. Dios adoptó la naturaleza humana en la persona de su Hijo, y la llevó al más alto cielo. Es ‘el Hijo del hombre’ quien comparte el trono del universo. Es ‘el Hijo del hombre’ cuyo nombre será llamado: ‘Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz’ ”.3
Tal vez esta Navidad nadie llame a su puerta para darle un regalo; quizá nadie le envíe una tarjeta de felicitación; puede ser que nadie le exprese deseo alguno de prosperidad. No se desanime. Hace veinte siglos, Dios le dio el gran Regalo, a Cristo, el Salvador de su alma.
1. Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, pp. 41, 42.
2. Ibíd., p. 17.
3. Ibíd; la cursiva se encuentra en el original, p. 17.
El autor coordina las actividades de las iglesias adventistas en Idaho.