¿Qué es la Navidad?
La respuesta podría estar en las primeras palabras del Evangelio según San Mateo: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (S. Mateo 1:1; cursiva agregada).
¿Qué relación tiene con la Navidad la declaración “hijo de David, hijo de Abraham”? Mucha. En el primer título hayamos su identidad, y en el segundo su misión. Veamos:
Hijo de David, el rey. A Jesús se lo llama “hijo de David”, que fue el pastor de ovejas que llegó a ser el gran rey de Israel en el siglo XI y X antes de Cristo. Y Mateo presenta a Jesús como descendiente de aquel “pastor rey” que gobernara Israel. Jesús es ese Rey-Pastor davídico (del linaje de David) que vendría a guiar, sustentar y proteger al pueblo de Dios. Vino a cumplir la profecía hecha seis siglos antes por Ezequiel: “Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad” (Ezequiel 34:11, 12).
La descripción de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén resalta su estirpe real (ver S. Mateo 21:1-11). La multitud tendía sus mantos y también ramas de árboles ante el paso del Rey que entraba, en tanto que gritaba: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (vers. 8, 9).
Muchos en la multitud no sabían a quién alababan. Adoraban sin saberlo al Rey del universo. Luego, el apóstol Juan declararía las credenciales divinas de Jesús cuando escribió: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios... Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (S. Juan 1:1, 14). Antes de venir a este mundo, Jesús era adorado por los ángeles. Sus corazones se estremecían de gozo ante la sola mención de su nombre. Su encarnación fue un acto de humillación. Siendo Dios, sintió hambre, frío y soledad, sueño, dolor y tristeza.
Por todo esto, el significado profundo de la Navidad apunta a honrar al Pastor Rey que “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:6, 7).
Hijo de Abraham, cumplidor de la promesa. En San Mateo 1:1 a Jesús también se lo llama “hijo de Abraham”. Él fue el receptor del pacto divino. Dios le prometió a Abraham que “todas las familias de la tierra” serían benditas por medio de su Descendiente (Génesis 12:3). Jesús es el “hijo de Abraham” porque heredó la misma promesa de Dios hecha al patriarca de bendecir a la humanidad mediante su Hijo.
Hay en la Navidad un profundo sentido redentor: Dios entregó a su Hijo para que naciera en este mundo a fin de reunir a “todas las familias de la tierra” con la familia de la Deidad. Esto te incluye a ti y a mí. En Cristo podemos llegar a ser miembros de la familia de Dios.
Para nosotros, hispanos inmigrantes, son muy valiosas las palabras del apóstol Pablo: “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados… y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos… Así que ya nos sois extranjeros… sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:12, 17, 19; cursiva agregada).
Ven a casa
La Navidad es una hermosa oportunidad para reflexionar en el amor de Dios que nos extiende la invitación a ser parte de su reino. Hoy, el reino de la gracia; mañana, el reino de la gloria, la vida eterna (ver S. Juan 3:16).
Como príncipes herederos, esperamos y nos preparamos para recibir al rey que viene, porque con la segunda venida de Cristo “los reinos del mundo [vendrán] a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
Pero mientras esperamos, disfrutamos la presencia de Jesús mediante la obra del Espíritu Santo en nuestros corazones: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (S. Juan 14:26).
Hoy, en Navidad, el Espíritu nos insta a invitar a otros a participar en su reino. Invita en esta Navidad a tu mesa a alguien que esté solo, por la razón que fuere. Invita al que está lejos de sus amigos, de su tierra o de su hogar. Esta invitación extendida a esa persona que está sola es una invitación extendida también a Jesús, porque “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (ver S. Mateo 25:40).
El autor es ministro cristiano y escritor, y escribe desde Nampa, Idaho.