Se suele decir que el período que va de la última semana de noviembre a la última de diciembre es un tiempo de gracia. Comienza en el Día de acción de gracias y alcanza su máxima expresión con la Navidad. Son días maravillosos. Hay algo en el aire que nos impulsa a ser más buenos, más optimistas. Pero esta sensación dura poco. Porque si hay algo que resulta extraño a nuestra naturaleza humana es precisamente la gracia. Desconfiamos de cualquier persona que sea “demasiado” buena con nosotros. Y aunque sabemos que la Biblia dice “más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35), nos resulta difícil recibir algo gratuitamente.
¿Por qué los seres humanos creemos que si recibimos algo es porque de algún modo lo tenemos merecido? Los valores de esta sociedad de consumo se impregnan en el alma como el polvo en los pies del caminante. Aparentemente todo se hace con dinero. Todo tiene un precio. Todo demanda sacrificio de nuestra parte. Debemos pagar el precio de todo cuanto querramos. Debemos ganarnos el derecho a merecerlo.
¿Pero qué es precisamente la gracia sino un favor o un don inmerecido? Me he preguntado muchas veces por qué la rechazamos. ¿Qué hay en nuestro corazón cuando rechazamos el amor? ¿Por qué nos acostumbramos a vivir mal? ¿Por qué confundimos el amor con la debilidad?
Este es un asunto vital para el destino de cualquier persona. Lo es para ti y para mí. El destino de un ser humano está en su carácter, y el carácter se determina por resolver la cuestión entre la gracia divina y la libertad humana. Nos resistimos a la gracia porque no sabemos interpretarla. Escasea en nuestro mundo. No hay muchos referentes de la gracia divina entre los que nos rodean. Resistimos la gracia porque la consideramos una debilidad, una afrenta a nuestra propia libertad. Creemos que podemos solos. Pensamos que se trata simplemente de ejercer la libertad con la que nacemos.
No creemos en la gracia divina, aunque profesemos una fe, porque no creemos en el poder real de Dios para nuestras vidas aquí y ahora. La religión se ha convertido así en una cuestión de símbolos y ritos vacíos.
Pero en esta Navidad tenemos la oportunidad de reflexionar en el regalo inmerecido dado por Dios a la humanidad: su Hijo Jesucristo. Es la mejor ocasión para entregarle a él nuestro corazón.
Que Dios te bendiga y también a tu familia en este fin de año, y en el nuevo que se inicia.
El autor es editor de El Centinela.