Sara estaba siempre nerviosa. Ante cualquier deber sentía un nudo en el estómago. Quería tener un desempeño perfecto. Pensaba que nunca estaba suficientemente capacitada para hacer algo. Cada decisión le requería días de preparación, de investigación, de vacilación. Necesitaba planificar, pero eso le costaba mucho, pues cada método que elegía le parecía que no era el mejor.
Para evitar fallar o pasar por este proceso, Sara procuraba eludir cualquier compromiso. Sus decisiones ya no eran motivadas por el deseo de hacer lo que más le convenía sino por librarse de lo que más la presionaba. Hacía menos cosas significativas y más cosas urgentes. Su deseo de controlar perfectamente su entorno la dejaba extenuada.
Sara buscó la paz en las actividades de su iglesia, pero no la encontró. Cada día sus yerros le parecían mayores. Sentía que Dios la vigilaba con mirada severa y le decía: “Sara, todavía no has alcanzado la meta. Para ser digna de mi gran amor aún debes mejorar. Debes esforzarte por ser buena. No eres aún la chica que espero que seas”.
Pobre Sara, vivía en constante ansiedad.
El descanso
Tal vez tu experiencia y la mía sean como la de Sara. Si es así, ¿qué es lo que Sara y tú y yo necesitamos? Necesitamos descanso, saber que Jesús está más interesado en nosotros que en lo que hacemos. Necesitamos creer que Dios nos cuida y que desea que vayamos a él con nuestras cargas. Necesitamos conocer a Jesús como es y no como pensamos que es.
Jesús te dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (S. Mateo 11:28). Pero tú puedes decir: “¡He estado intentando eso desde hace mucho tiempo, sin encontrar el descanso que promete! ¡No sé cómo ir a él!”
Ahora volvamos a Sara. Ella intentaba acercarse a Dios, pero fallaba al pensar que antes de llegar a él debía tener su vida bajo control y sus problemas solucionados. Esa no es la manera de acudir a Dios. Dios no te exige nada para ir a él. Quiere que vayas a él tal como estás, con tus pecados, tus problemas, tus ansiedades e imposibilidades, porque desea darte descanso. Dios te ama y te acepta así como eres y como te encuentras. Si aprendes a permanecer en él, será por haber creído en su amor y aceptación. Entonces crecerás.
Tu ansiedad se debe a que quieres tener el control de todo y te resistes a creer que Dios se ocupará de tus cosas. Pero debes entender que Dios quiere encargarse de ti (ver S. Mateo 6:25-34). Jesús nos dice: “Separados de mí nada podéis hacer” (S. Juan 15:5). ¿Te das cuenta? Jesús sabe que no eres capaz de dirigir tu vida, pero no te desecha; al contrario, te invita a venir a él.
Cómo eliminar la ansiedad
¿Por dónde empezar? Primero debes entender que eres aceptado por Dios solo por lo que Jesús hizo y no por lo que tú haces. Esta es la explicación: Para que una persona sea salva y acepta ante Dios, debe ser perfecta; no debe haber pecado jamás, y debe ser pura. Pero nadie puede vivir en presencia de Dios con yerros y pecados. Ante esta exigencia clamamos: “Pero entonces, ¿quién podrá ser salvo? ¡La salvación es imposible!” Es verdad. La salvación es imposible para nosotros, pero no para Dios.
Lo que debemos entender es que solo ha existido una persona que cumplió con los requisitos para la salvación, una persona humana que nunca pecó. Esa persona fue precisamente el regalo que te hizo Dios. Fue Jesús, “Emanuel” (S. Mateo 1:23), Dios con nosotros.
¡Esta es la maravilla del evangelio! Jesús es el único digno de vivir con Dios. Y por el hecho de ser nuestro regalo divino (ver Romanos 6:23), nos representa en el cielo. A todo el que desee comenzar una relación con él, Dios le acredita su perfección y le otorga la salvación por lo que Jesús hizo en la cruz. Pero eso no es todo. Al aceptar a Jesús, comienza una relación de amistad con él.
Amistad con Dios
Esto significa dejar de creer en Dios como un concepto y recibirlo como una persona con la que puedes compartir todo, aun tus problemas y ansiedades (ver 1 Pedro 5:7). Esto es ingresar en el reino de Dios. En conclusión, eres salvo y perdonado gracias a lo que Jesús hizo y no a lo que tú haces.
Aunque aceptes a Jesús, seguirás cometiendo errores, no serás impecable; pero Dios lo sabe. Sin embargo, tu amistad íntima con él te hará crecer en santidad, porque el Espíritu Santo te inducirá a vivir según la voluntad divina (ver Ezequiel 36:26, 27).
Una vez que vives en relación con Jesús, él te pide que no te mires a ti mismo sino a él, mediante la Escritura (ver Isaías 45:22). Debes estudiarla con fe. Todo lo que Jesús le dice a la gente en los evangelios, debes creer que te lo dice a ti. Todo lo que hace con sus discípulos y seguidores, debes creer que quiere hacerlo contigo. Así como ves que Jesús trata a los que se equivocan, así deberás creer que te trata cuando te equivocas. Y cuando llegues a las escenas de su martirio, piensa que Jesús permitió que lo mataran por amor a ti. él no esperó que lo amaras para amarte. No esperó que fueras perfecto para aceptarte. Y nada de lo que hagas aumentará su amor por ti (ver Romanos 8:38, 39).
Pero hay algo que sacudirá tu orgullo: aunque desde ahora, gracias a Jesús, vivas en santidad, eso no te hará más salvo que lo que fuiste cuando lo aceptaste. Porque tú no te salvas por lo que haces o por lo que Jesús hace en ti. Te salvas solo por lo que Jesús hizo por ti. Cada vez que sobrevenga la ansiedad será porque comenzaste a mirarte a ti mismo y te asustan tus imperfecciones, o porque te centraste en las mejoras que Jesús ha hecho en ti. No olvides esto: permanecer mirando a Jesús.
La ansiedad es el resultado de querer controlar las cosas o las personas que te rodean. Recuerda que no puedes ni podrás jamás controlar nada. Dios te capacitará para cumplir el deber diario (ver S. Mateo 6:33, 34), y él controlará todo. Esa es su tarea. Cuando la ansiedad regrese, vuelve a él y pídele perdón, no por la ansiedad, sino por haber apartado tu vista de él e intentar controlar tu entorno. El perdón te será otorgado por lo que él hizo, no por lo que tú haces.
Sara entendió lo que Jesús hizo y hace por ella. Comprendió que Dios no espera que ya no peque para recibirla, sino que la invita a acudir a él. Entonces descansó. Hoy tú también puedes experimentar ese descanso si le entregas tu vida a Dios junto con tus circunstancias.
El autor es ministro de la Iglesia Adventista del Séptimo Día en la ciudad universitaria de Collegedale, Tennessee.