—¡Tu Dios es injusto!
La afirmación de mi amigo tuvo el impacto de una bofetada en el rostro. En una cálida mañana de domingo, en medio de un partido de tenis, descansábamos bajo la pequeña carpa al lado de la cancha tomando una bebida helada,.
Antes de que pudiera replicar, él volvió a hablar:
—¿Te has dado cuenta de que los héroes de tu libro sagrado son más bien villanos?
—¿De qué hablas? —le pregunté, procurando recobrarme del cansancio del juego y del impacto de su afirmación. Él conocía la Biblia.
—Moisés es uno de los grandes de la Biblia, ¿verdad? Él mató a un hombre y nunca rindió cuentas por eso. Abraham, otro personaje admirado por ustedes, mintió acerca de su esposa. ¿No era un hombre de fe?
¿Y qué decir de David? Escribió música y poemas, pero si viviera hoy saldría en la primera plana de los periódicos de nota roja por asesinato y abuso de poder. Ellos son protagonistas en el libro de tu Dios. ¿Me vas a decir que eso es justo?
—No —respondí—. Pero juguemos, porque el sol quema.
Y volvimos a la cancha.
Mientras preparaba la pelotita amarilla para el saque, pensaba: ¿Tendrá razón mi amigo?
Comenzamos a jugar. La afirmación, “Dios es injusto”, me hacía transpirar más que la corrida de un lado al otro de la cancha. Golpeaba la pelotita con la fuerza de la frustración. Corría, golpeaba de derecha, regresaba al centro de la cancha, corría nuevamente, golpeaba de izquierda, iba hacia la red, hacía una volea, corría hacia atrás, saltaba, golpeaba, pero no me podía sacar aquella afirmación de mi mente.
Una y otra vez pensaba: ¡No es posible que él tenga razón!
Al final del partido ya estaba convencido: ¡Él tenía razón! Y yo había perdido el partido, ¡pero no mi fe!
Esto requiere una explicación. Los héroes bíblicos no llenan el actual estereotipo de héroe. Nuestros héroes lo son porque se lo ganaron. Están en lo alto porque hicieron algo fuera de serie. Lucharon, batallaron, protestaron, ganaron. Algunos dieron la vida por un ideal sublime. Y si alguien se atreviera a decir algo negativo de esos héroes, se interpretaría como si se hablara mal de un pariente, de un hermano.
Pero en el caso de los héroes bíblicos, es diferente. David, por ejemplo, fue asesino y adúltero. Moisés mató a un hombre, y no en defensa propia. Abraham mintió. Jonás huyó para no ver la redención de los ninivitas.
Vayamos a las historias que Jesús contó. Si hay un héroe en la historia del hijo pródigo, ese debería ser el hermano que se portaba bien. En la historia del buen samaritano, el héroe debió haber sido el sacerdote. En la historia del rico y Lázaro, el héroe debió haber sido el rico. Sí, debieron haber sido ellos. Pero no lo fueron. Es injusto. Pero bendita injusticia.
Dios desea enseñarnos por medio de esas historias algo que las palabras no pueden explicar. Quiere enseñarnos acerca de la gracia.
Define tú la palabra “gracia”. Inténtalo, y te faltarán palabras. Aun al Diccionario de la Real Academia Española le hacen falta. Enseñar algo así, solo es posible por medio de ejemplos.
“Solamente por gracia”
Esta expresión rebasa la imaginación. Solamente por gracia un adúltero y asesino se torna en el hombre según el corazón de Dios. Solamente por gracia un varón de carácter explosivo se convierte en el hombre más paciente de la historia. Solamente por gracia un cobarde se transforma en el padre de la fe.
La gracia hace que lo incompleto sea completo. La gracia me levanta de lo más bajo, de lo más sucio, por el simple gusto de hacerme mejor. No hay explicación para eso. La gracia es una locura, y los que la aceptan son beneficiados.
Sí, Dios es “injusto”, pero lo es a propósito, para que tú entiendas que la salvación no depende de ti. No depende de lo bueno que puedas ser o de lo santo que intentes ser. No depende de lo orgánico y natural que comas o de cuán puro sea el aire que respiras. Todos somos malos e incapaces de hacer algo que haga decir de nosotros: “Ese es un héroe”.
He conocido muchas personas que, al advertir su situación miserable y mirar hacia la cruz, piensan que nunca serán dignas de la salvación. Piensan que nunca lograrán ser santas. Piensan que sería mejor nunca acercarse al Dios santo. Sentado en mi oficina, esbozo una sonrisa al pensar en ellas. Tienen razón. Nunca serán dignas. Yo tampoco. Es “injusto” que seamos aceptados por un Dios santo y perfecto. ¡Injusto! Para ellos, para usted, para mí, para todos nosotros ha sido provista la más grande “injusticia” del universo: la gracia.
Solamente por gracia el asesino es rey, el ladrón es salvo, el muerto vuelve a la vida. Solamente por gracia usted puede abrir los ojos todos los días y ver el sol radiante que brilla para bien de justos e injustos. Solamente por gracia respiramos, solamente por gracia vivimos. Solamente por gracia somos aceptados, perdonados y salvos por Cristo. ¡Solamente por gracia!
Mi amigo tenía razón: Dios es “injusto”. La gracia es injusta. ¡Bendita injusticia!
El autor es conferenciante internacional. Escribe desde Alvarado, Texas.