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Me gusta mucho la música; siempre tengo música rodando en mi cabeza.

Cuando era pequeño cantaba una canción que se popularizó en aquellos años: El coro decía: “Que canten los niños/ que alcen la voz/ que hagan al mundo escuchar/ que unan sus voces y lleguen al sol/ en ellos está la verdad”.

Quizá tú también has tarareado esa canción cuya letra es muy emotiva, y que presenta un pedido muy sencillo: Que la voz de los más pequeños se deje escuchar. Es imposible silenciar las voces de quienes esparcen alegría; personas pequeñas en estatura pero grandes en amor, perdón, inocencia y mucho más. Por eso, en estas cortas líneas queremos reafirmar lo que en otras ocasiones se dice pero no se escucha: ¡Que canten los niños!

La importancia de los niños en la sociedad

Solemos decir que los niños “representan” algo importante, que son “el futuro” de nuestra sociedad, pero ellos no son solo una representación, sino que son el presente de lo que somos como comunidad. El trato que los adultos les prodigamos habla de lo que somos. Y anuncia nuestro porvenir.

Es necesario que ellos sean, que existan, que sean escuchados, para que podamos verdaderamente atender sus necesidades y generar las condiciones óptimas para que crezcan sanos y seguros.

Los niños son la parte buena del mundo: son portadores de inocencia, paz, bondad, belleza, ternura. Muchos, además, caminan cuesta arriba en la tarea de transformar sus tristes realidades en vidas que beneficien a la comunidad cuando sean adultos.

Todas las sociedades del mundo deberían esforzarse para que cada niño disfrute del amor y las condiciones que satisfagan sus necesidades físicas, emocionales. Los niños imitan a sus mayores. Aprenderán los mejores valores por medio del ejemplo. Además, todo niño tiene el derecho de escuchar que hay un Dios que siempre los ha tenido en alta estima, el mismo que dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (S. Mateo 19:14).

Mientras trabajaba en Puerto Rico recibí una invitación para “pastorear” una iglesia de niños en los Estados Unidos. Me preguntaba cómo podría estar las 24 horas de los siete días de la semana trabajando para los más pequeños. Hoy puedo decir que “pastorear” niños ha sido una de las mayores bendiciones de mi servicio ministerial. ¡Sus tiernos corazones son el laboratorio de Dios! Tuve la oportunidad de sembrar ideas y verdades eternas en sus mentes tiernas, y el privilegio de ver la cosecha para gloria de Dios en los años de su juventud. Fui muy bendecido. Ellos me enseñaron cinco lecciones fundamentales para mi vida:

  • No tomar las cosas tan en serio: Muchas veces, después de terminar mi sermón en la iglesia de los niños, cuando me disponía a saludarlos, vi que un amiguito se tiraba en el piso del templo a mirar al techo y a respirar profundamente. Una vez le pregunté: “Melquisedec, ¿qué haces?” Él solo contestaba: “Pastor, ¡just relax!”. Hasta el día de hoy, cuando estoy muy estresado hago lo mismo, y funciona.
  • Ser honesto con mis sentimientos: Muchas veces nos metemos en grandes problemas por no poder decir lo que sentimos. Un niño siempre logrará de una forma peculiar decir lo que piensa. Ser sinceros nos evita problemas. Cierta vez, un niño me dijo: “Pastor, su inglés es malísimo, pero lo bueno es que se está esforzando”. Eso me ayudó a esforzarme más por pronunciar mejor el inglés.
  • Ser creativo en toda circunstancia: Si tienes problemas con tu imaginación, por favor consulta rápidamente a los mejores especialistas: los niños. Ellos sabrán qué inventar, y en muchas ocasiones advertirás que su creatividad contribuye al bien. Si en muchas circunstancias pensáramos como ellos, lograríamos mejores resultados en nuestra vida cotidiana.
  • Perdonar y no guardar rencor: Más de 80 niños asisten cada sábado a nuestra reunión de adoración a Dios, y a veces tenemos que enfrentar casos de disciplina. Y a la indisciplina la enfrentamos siempre con más disciplina. Los niños tienen que saber que una acción mala tiene consecuencias, y deben comprender que hacer algo malo tiene un costo, y que el mal no vale la pena. Muchas veces, al principio de la aplicación de la disciplina, he visto ojitos tristes y rostros crispados, he oído voces entrecortadas por el llanto, pero al final siempre veo una sonrisa, recibo un gran abrazo y oigo estas palabras: “Pastor Rafa, nos vemos el próximo sábado”. No hay rencor. ¡Cuánto necesitamos los adultos aprender a perdonar y a no guardar rencor!
  • Reconocer el camino al cielo: Cuando me despedí de mis pequeños feligreses entendí en verdad las palabras de Jesús ya citadas: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos”.

Hagamos todo para que los niños canten hoy: ¡el mañana será mejor!


José Rafael Escobar es ministro adventista. Escribe desde Portland, Oregón.

¡Que canten los niños!

por José Rafael Escobar
  
Tomado de El Centinela®
de Noviembre 2014