Les digo la verdad, el grano de trigo, a menos que sea sembrado en la tierra y muera, queda solo. Sin embargo, su muerte producirá muchos granos nuevos, una abundante cosecha de nuevas vidas (S. Juan 12:24, NTV).
Hace un tiempo, Gustavo, un compañero de estudios de mi hija, murió como resultado de un accidente de tránsito. Solo tenía 17 años. Era un tremendo atleta, músico e hijo de una hermosa familia. Amaba a Jesús y era un joven modelo en su comunidad. Tenía planes de ir a la universidad, de casarse, y de participar en una audición de American Idol. Ese era su plan, pero la tragedia segó su vida antes de que sus sueños se hicieran realidad.
Una de las últimas veces que lo vi fue durante un estudio bíblico. Entonces estudiamos cómo saber cuál es la voluntad de Dios para nuestra vida. Él llegó al estudio en su moto, un poco tarde, pero feliz. Su personalidad y sus comentarios hicieron memorable aquella noche. Gustavo tenía una sonrisa que iluminaba cualquier habitación y una perspectiva muy positiva de la vida.
Yo estaba cenando con mi hija un miércoles de noche cuando uno de los mejores amigos de Gustavo le envió un mensaje de texto a su celular con solo dos palabras: “Gustavo murió”.
Solo dos palabras cambiaron aquella hermosa velada con mi hija. Así es la vida. De la noche a la mañana, o en un instante, tus planes pueden cambiar y parece que el mundo se viene abajo. El médico te informa que te han descubierto un tumor maligno. Llegas a la casa y descubres que tu pareja te es infiel. La policía te notifica que tu hijo está en la cárcel. Cuando nos ocurren cosas malas, podemos deprimirnos, desanimarnos, o hasta querer dejar este mundo atrás con todo su dolor. ¿Pero será esa la mejor solución?
Poco tiempo después del accidente, conmemoramos la vida de Gustavo con una celebración en su iglesia. He asistido a muchos funerales, pero ver llorar a los padres por una muerte tan repentina nunca es fácil. Se puede palpar el dolor de una familia que reconoce que su vida ya nunca será igual.
Quizá tú sientas lo mismo. Quizás estés pasando por momentos de dolor y sufrimiento que te han dejado vulnerable al desánimo. Quiero compartir contigo tres principios que te pueden ayudar a salir más fortalecido de esta experiencia.
* Dios tiene un plan, aunque no lo entiendas. Cuando sufrimos hondamente, una de las tantas preguntas que suben al corazón es: ¿Por qué? Se trata de una pregunta que nos consume, a la que regresamos una y otra vez; muchas veces sin encontrar respuesta.
Hace un tiempo, cuando meditaba en el “porqué” de una situación, Dios me regaló esta frase, que ahora comparto contigo: ¿Quieres respuestas o soluciones?
Las respuestas a nuestras preguntas solo podrán entenderse desde la perspectiva de la eternidad, y entenderemos completamente nuestros “porqués” cuando estemos allí. Mientras llegamos allá, debemos aferrarnos a las promesas de Dios aquí. Dios no está obligado a darnos respuestas. Lo que él sí hizo fue proveer la solución. Él ya venció la muerte. Ya conquistó la tumba. Lo peor que nos pueda pasar en este mundo, ya Dios lo solucionó. Es posible que no comprendas esto ahora, pero si tienes fe, lo entenderás. Y si tienes paciencia y confianza, lo verás.
Nota como lo dice el apóstol Pablo: “He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados (1 Corintios 15:51, 52).
Mi deber no es entender. Mi deber es confiar, aunque no entienda. Nadie puede explicar lógicamente como un muchacho de 17 años puede morir en la flor de su juventud. Sin embargo, eso pasó. Concentrar nuestras energías en los “porqués” no va a traer paz. Las promesas divinas, como la que acabamos de leer, sí lo harán.
* Dios tiene un plan, aun en medio del dolor.
Dios no mató a Gustavo para convertir al cristianismo a otras personas. La muerte es producto del pecado y deberíamos asignar la culpabilidad al que se lo merece: Satanás. Sin embargo, algo bueno puede salir de esta triste experiencia. José lo dijo así: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo” (Génesis 50:20).
Ya he visto varios ejemplos de esta realidad. El impacto de la vida bien vivida de Gustavo se ha sentido cerca y lejos. Varios jóvenes han cambiado. Yo creo que Gustavo va a tener algunas conversaciones con personas que él ni conoció cuando lleguen al cielo. Seguramente alguien le dirá: “Gus, después de tu muerte le permití a Dios que transformara mi vida. Gracias por la manera en que viviste”.
Lo peor que Satanás te pueda causar, Dios lo puede usar para tu bien. Si has permitido que la falta de prosperidad te desanime, te doy un consejo: Levanta la cabeza. No te concentres en lo que está ocurriendo aquí y ahora, y espera la bendición que Dios va a traer a tu vida y a la de muchos otros.
En una nota personal, yo le doy gracias a Dios por todo lo que él me ha dado. También le doy gracias a Dios por todo lo que él no me dio cuando se lo pedí. A veces, las oraciones más importantes para nuestra vida son las que Dios contesta de un modo diferente al que pedimos. Cuando Dios permite algo doloroso en tu vida, recuerda que él tiene un plan, aun en medio del dolor.
* Dios tiene un plan, aunque no estés de acuerdo con él.
Como padre y ser humano, yo rechazo la muerte. Ojalá pudiera volver atrás y cambiar todos los acontecimientos que condujeron a ese fatal accidente. Intelectualmente, entiendo que Dios no produjo su muerte, pero afectiva y humanamente es imposible no afligirse con los padres de Gustavo. Él podría haber sido uno de mis hijos. Podría haber sido el tuyo. Quizá ya lo ha sido. No siempre estoy de acuerdo con lo que me ocurre a mí, pero tengo esperanza en el que habita en mí.
La clave está en confiar, a pesar de la tragedia. Las desgracias ocurren: un cáncer, la pérdida de un empleo, una infidelidad, un divorcio. Muy pocas veces puedo controlar lo que me ocurre a mí, pero sí puedo decidir cómo reacciono y cómo metabolizo lo que me sucede. En vez de correr lejos de Dios, en medio del dolor, corro hacia él. Él es lo suficientemente grande para aguantar mis lágrimas, mi dolor, mi enojo. No tengo por qué sufrir solo. Nada me puede separar de su infinito amor. Este pasaje en especial te puede traer esperanza: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?... Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:35, 37).
¿Acaso hay algo que pueda separarnos del amor de Cristo? ¿Será que él ya no nos ama si tenemos problemas o aflicciones, si somos perseguidos o pasamos hambre, o caemos en la miseria o en peligro o bajo amenaza de muerte? Claro que no, a pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo, quien nos amó.
Yo sé que mi hija y yo veremos nuevamente a Gustavo algún día. Mientras tanto, confiaré en el plan de Dios para mi vida; aunque no lo entienda ni lo apruebe o me duela. Adiós, desánimo. Hola, Jesús.
El autor es pastor, conferenciante y autor de varios libros y artículos. Escribe desde Atlanta, Georgia.