Marta administraba una empresa constructora muy próspera. Sus responsabilidades le demandaban jornadas de diez a doce horas, y a veces debía trabajar los fines de semana. A medida que ese ritmo de trabajo continuaba sin descanso, aunado a sus deberes de madre y esposa, comenzó a sentirse ansiosa; y con el correr de los días el estrés se apoderó de ella. Tenía dificultad para dormir.
Marta se fue agotando física y psicológicamente. Continuó luchando por realizar su trabajo, pero sin poder adaptarse a tantas demandas. Le costaba concentrarse y a menudo habían momentos de descarga de tensiones en su hogar. Entonces manifestaba irritabilidad, enojo y frustración, incluso por asuntos de poca importancia. Ante estos cambios inesperados, su esposo y sus hijos reaccionaron con preocupación e indignación. Las críticas no se hicieron esperar. No sabían qué hacer ni cómo tratarla. Las relaciones familiares ya no eran como antes.
Al fin, por consejo de su médico familiar, Marta tuvo que tomar una licencia laboral. Mientras su esposo trabajaba y sus dos hijos estudiaban, la soledad en su casa, el sentimiento de culpa por no ser suficientemente luchadora en su trabajo, la tristeza, los episodios de llanto y el sentido de desesperanza terminaron por hundirla en la depresión. Frente a esta seria situación, su esposo se sintió incapaz de manejar la depresión de Marta y buscó ayuda profesional.
Las investigaciones muestran que la experiencia de convivir con una persona deprimida es muy difícil, compleja e incluso frustrante, aun por tiempos breves. Sin embargo, es posible alcanzar la adaptación y recibir ayuda de la familia, siempre y cuando haya una comprensión balanceada de lo que es la depresión.
Si uno de los dos primeros síntomas y cuatro o más de entre los otros ocho están presentes casi todos los días y casi todo el día durante el transcurso de dos semanas, puedes estar seguro de que tu ser querido está enfermo de depresión mayor, y que necesita cuidados especiales en tu casa y atención profesional (principalmente de un psiquiatra y un psicólogo).
Aunque conocer estos síntomas te ayudará a formar una mejor actitud y comprensión sobre la depresión, y así a clarificarte si es necesaria la intervención de un especialista, este diagnóstico y el tratamiento lo debe hacer un profesional calificado en salud mental.
Tu comprensión y ayuda
Es fundamental que aceptes que lo que sufre tu familiar es una enfermedad y no falta de voluntad o debilidad para tomar decisiones. La depresión es una enfermedad de la voluntad.
Si eres una persona religiosa, necesitas comprender que esta enfermedad no se debe a que tu familiar es débil en la fe o que sufre un castigo de Dios por ser desobediente. Así como vas a un médico para que trate tu diabetes, necesitas ir a un profesional de la salud mental para que trate la depresión. Pero lo más importante que puedes practicar con la persona deprimida es la empatía. La empatía se expresa por medio de la comprensión, el respeto y la aceptación. Es esencial aprender a escuchar sin interrumpirle y al mismo tiempo servir como recurso para el desahogo. Dile: “Sé que te sientes mal, pero aquí estoy para acompañarte y escucharte”. Dale un abrazo y confírmale que es muy importante para ti.
Como acompañante, comprende que no eres responsable de su recuperación. La responsabilidad es del enfermo y de los especialistas; tú eres un apoyo, un recurso, una ayuda en la vida cotidiana, pero no estás en ese papel para asumir responsabilidades y conductas que la persona enferma debe realizar. Y cuando te sientas agotado date el permiso de estar cansado y descansar sin sentirte culpable. Esto es indispensable para tu propia salud física y mental.
Alienta la participación en prácticas espirituales, si eso es adecuado. Para muchas personas, la fe religiosa, la oración, el canto y la música de adoración son muy importantes para su recuperación. Además, puedes ofrecerle tu compañía para que camine regularmente unos 30 minutos, exponiéndole a la luz solar y al aire limpio.
Los errores más comunes
Mostrarnos agresivos. Nos molesta su conducta, nos impacientamos y lo culpamos por haber decidido estar así; pero la depresión clínica no es una elección.
Obligarlo para que se active. La clave es motivar, no forzar. Y si se niega, hay que respetarlo y esperar otro momento.
Repetir la inadecuada palabra “siempre”. “¡Siempre estás con lo mismo! ¡Cambia!”. Es mucho mejor decirle que su enfermedad es temporal, que hay cura. Generalmente los antidepresivos tardan de dos a cuatro semanas en hacer efecto.
Ignorar o subestimar expresiones de no querer vivir. Si le oyes decir: “No aguanto más, quiero morir”, infórmate en Internet y llama a una línea directa y gratuita de prevención del suicidio. En los Estados Unidos llama al 1-800-273-8255.
Anhelo que estas ideas sean de ayuda para ti, y deseo que Dios los bendiga, para que experimenten juntos el feliz logro de la recuperación.
Aprende acerca de la depresión
Estos son los síntomas que la Asociación Americana de Psiquiatría ha establecido para diagnosticar una depresión mayor.
- Sentimientos de tristeza, ganas de llorar y vacío interior.
- Disminución del placer o del interés en casi todas o todas las actividades habituales (pasatiempos, deportes, relaciones sexuales).
- Aumento o pérdida importante de peso o aumento o disminución del apetito.
- Dormir poco (insomnio) o dormir mucho (hipersomnio).
- Agitación o lentitud psicomotora: no para de hacer cosas o hace todo con lentitud.
- Cansancio o pérdida de energía.
- Sentimientos de inutilidad, culpa (por lo que no es responsable), fijación en fracasos (“yo no hago nada bien”).
- Disminución en la capacidad de tomar decisiones, de pensar o de concentrarse.
- Pensamientos frecuentes y recurrentes sobre la muerte, pensamientos suicidas o intentos de suicidio.
El autor es Licenciado en Psicología y Magister en Consejería. Enseñó Psicología en la Universidad Adventista de las Antillas y en la Universidad de Montemorelos. Actualmente está jubilado.