Hace trece años conocí a un beisbolista que jugaba para los Reales de Kansas City. Nos encontramos en una actividad benéfica para pacientes de un hospital pediátrico. Yo estaba muy emocionado de poder conocer a una estrella del deporte profesional. Fue una experiencia única.
Pero hubo algo en aquel encuentro que me impresionó en gran manera. La actividad benéfica había comenzado a las 11:30 de la mañana y a la una de la tarde mi “nuevo amigo” se estaba despidiendo. Entonces pensé: ¿Por qué se tendrá que ir tan pronto? El programa no ha terminado. Como si hubiese leído mi mente, él se acercó al grupo en el que me encontraba y se disculpó diciendo: “Lamento tener que irme, pero debo entrenar hoy”. Una vez más pensé: Pero. . . la temporada terminó hace dos meses y faltan tres meses más para que comience la próxima. ¿No es durante la temporada cuando se entrena? ¿No se supone que este sea tiempo de descanso? Y otra vez, como si hubiese leído mi mente, él respondió: “Es que si no entreno en este tiempo libre, no estaré listo para la temporada”.
En ese momento comprendí que ser un deportista profesional requiere serlo todo el tiempo. Entendí que los buenos hábitos de un atleta profesional no se practican solo durante el juego, sino que constituyen su estilo de vida. Su condición física óptima, su nutrición balanceada y su dedicación no eran parte de su desempeño en el estadio solamente sino también fuera de él.
Cuando los cristianos hablamos de adoración, tendemos a pensar en el programa que se realiza en la iglesia una vez por semana, o en un cántico de alabanza que entonamos de vez en cuando. Y aunque ir a un servicio religioso y cantarle a Dios es parte de la adoración, adorar es más que un evento, un acto específico o una actividad semanal; adorar es un estilo de vida. Se es adorador en el templo y fuera de él, durante el día de culto y también después.
La palabra de Dios dice: “Amados hermanos, les ruego que entreguen su cuerpo a Dios por todo lo que él ha hecho a favor de ustedes. Que sea un sacrificio vivo y santo, la clase de sacrificio que a él le agrada. Esta es la verdadera forma de adorarlo” (Romanos 12:1, NTV).1
En este pasaje el apóstol Pablo presenta tres ideas centrales que nos ayudarán a comprender mejor el concepto de adorar a Dios como un estilo de vida.
La razón de nuestra adoración
El apóstol exhorta a los creyentes a reconocer que Dios ha hecho todo lo necesario para nuestra salvación. “Todo lo que Dios ha hecho” está bien descrito en la Epístola a los Romanos: su gracia abundante, su misericordia y su perdón, su justicia fiel, su provisión perfecta en la cruz y su eterno amor, son los actos salvíficos de Dios. La entrega de nuestros cuerpos y nuestras vidas a Dios ha de ser una respuesta a estos actos de salvación. No nos entregamos a Cristo porque tenemos algo que ofrecerle, sino porque él ha ofrecido todo por nosotros. Nuestra adoración debe basarse en lo que Dios es y en lo que ha hecho por nosotros.
Lo radical de la adoración
El texto nos exhorta a entregar a Dios nuestro cuerpo como un sacrificio vivo y santo. San Pablo se refiere a una entrega total. Se nos invita a presentar nuestros cuerpos a Dios para que él los utilice para sus propósitos, sus planes y su causa. Entregar nuestro cuerpo como sacrificio vivo es atrevernos a decir: “Señor, te dedico mis ojos para que por la fe siempre te miren a ti; te dedico mis manos para servir con actos de bondad y compasión; te dedico mi boca para hablar de tu amor y proclamar tu grandeza; te dedico mis brazos para ayudar a llevar las cargas de mi prójimo; te dedico mis pies para andar en tus caminos; te dedico mis oídos para escuchar tu palabra; te dedico mi tiempo y mis bienes para que tú los administres; y te dedico mi corazón para que solo tú reines en él.
En 1 Corintios 10:31 el mismo apóstol dice: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Todo lo que hagamos debe ser hecho con el deseo de glorificar a Dios, para que otros puedan conocer de su gran amor y su salvación. Como dice el salmista: “No a nosotros, sino a tu nombre da gloria” (Salmo 115:1). Al hacerlo todo para la gloria de Dios, nos revelamos ante el mundo como adoradores del Dios que vive para siempre.
Adoración con hechos y palabras
El pasaje de Romanos 12 termina diciendo que la verdadera adoración consiste en entregarnos completamente a Dios y hacerlo todo para él. Lo adoramos cuando lo reconocemos cada día como nuestro Salvador, cuando depositamos nuestra fe sobre él, cuando todo lo que hacemos gira en torno a él, cuando todo lo que poseemos se lo dedicamos a él, cuando él es lo primero y loúltimo en nuestra vida, y cuando nuestros hechos pueden testificar al mundo que nos rodea que nada es más importante para nosotros que Cristo Jesús.
Que este sea un día de adoración a Jesús con todo lo que somos y tenemos.
1. Cita bíblica tomada de la Santa Biblia, versión Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010, derechos reservados, utilizado con permiso.
El autor es ministro cristiano. Escribe desde West Palm Beach, Florida.