Siempre recuerdo a Severino Conti, un anciano emigrante italiano que vivía frente a mi casa. De niño, yo pasaba horas en la vereda de la calle escuchando sus aventuras de marino (no sé si las inventaba; aunque esto daba igual). Hablaba cinco idiomas, y me enseñó a presumir desde muy pequeño: “Cuando alguien pase por la vereda, yo te hablaré en inglés y tú solo di all right. Creerán que sabes mucho inglés”. Yo lo admiraba.
Una tarde, hablando de sus años idos (ahora supongo que disfrutaba que un niño lo escuchara porque nadie lo escuchaba en su casa), se le escapó un concepto que luego de muchos años volvió a mi memoria como si el alma necesitara regurgitarlo: “No me arrepiento de nada. El que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable. La gente se arrepiente no tanto por el mal que hizo como por el temor a las consecuencias”.
Creo que Severino tenía razón. Los hebreos se “arrepentían” en el desierto solo cuando veían las serpientes (Números 21:7).
La Palabra de Dios es una espada de dos filos. Un filo es creer y el otro es arrepentirse. El verdadero arrepentimiento es muy escaso. También lo es la fe. No porque Dios no quiera darla en abundancia, sino porque el hombre es “testarudo” con sus pecados. Los ama. La fe genuina viene siempre acompañada de arrepentimiento genuino (ver S. Marcos 1:15).
El arrepentimiento es un don de Dios. No podemos arrepentirnos por el simple ejercicio de la voluntad, aunque sea un acto de la voluntad. Solo nos arrepentimos cuando Dios nos visita, como visitó a David por medio del profeta Natán (2 Samuel 12:1). El arrepentimiento es más que una confesión, y mucho más que lamentar o sentirse culpable. No se demuestra con lágrimas, sino con un cambio radical de la vida. Es estar dispuesto a darle la espalda al pecado. En Números 21:7 el pueblo dijo: “Hemos pecado”, pero no se arrepintieron. A los tales Dios les dice: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos” (Joel 2:13).
Señor, danos hoy el don del arrepentimiento genuino.
El autor es el director de la revista El Centinela.