Los creyentes esperamos la venida de Cristo, porque sabemos que de él es “el reino, y el poder, y la gloria”. Así lo dice la Biblia: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15).
En la mañana del 12 de octubre de 1492, se oyó en el mar Caribe el grito de un marinero:
—¡Tierra a la vista! ¡Tierra a la vista!
Ese grito marcaba un hito en la historia. Después de 69 días de travesía por el Océano Atlántico, Cristóbal Colón descubría un nuevo continente.
Este suceso, escrito por el Almirante de la Mar Océano, es una muestra del sueño del hombre por conquistar una tierra mejor. Colón creyó que había tierra más allá de lo que sus ojos veían. No se acomodó a las circunstancias. Incomprendido, rechazado y aun humillado, persistió insisitiendo, hasta que los reyes católicos de España le financiaron el viaje.
Al hombre siempre lo han desafiado las fronteras. Sueña con un “más allá” mejor. Ese sueño fue implantado por Dios en el corazón de sus hijos desde que Adán y Eva tuvieron que dejar su hogar por haber pecado. Somos peregrinos en busca de una tierra mejor. Dios desea mantener vivo nuestro sueño. Por eso, un día le dijo a Abram: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (Génesis 12:1) ¡Siempre hay una tierra mejor, esperándonos!
Siglos después, el sueño divino se había transformado apenas en una expectativa humana limitada a esta tierra de dolor y muerte. Pero Jesús adoptó la naturaleza humana para recordarnos que su reino no es de este mundo, y que la promesa de una tierra mejor continúa en pie: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (S. Juan 14:3).
El fundamento de esta esperanza
Dice San Pablo: “Queriendo Dios mostrar más abundantemente a los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo, interpuso juramento; para que… tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros. La cual tenemos como segura y firme ancla del alma” (Hebreos 6:17-19). Tú y yo tenemos una esperanza garantizada por el Eterno.
La certidumbre de la segunda venida de Cristo está arraigada en la confiabilidad de la Escritura. En la víspera de su martirio, Jesús dijo a sus discípulos que volvería a su Padre para prepararles lugar con él, y prometió: “Vendré otra vez” (S. Juan 14:3). Tal como fue anunciada la primera venida de Cristo a este mundo en el Antiguo Testamento, así también se predice su segunda venida en toda la Escritura. Aun antes del diluvio, Dios le reveló a Enoc que la segunda venida de Cristo terminaría con el pecado, el dolor y la muerte. El patriarca profetizó: “He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio” (Judas 14, 15).
Mil años antes de Cristo, el salmista se refirió a la segunda venida de Cristo para reunir a su pueblo: “Vendrá nuestro Dios, y no callará; fuego consumirá delante de él, y tempestad poderosa le rodeará. Convocará a los cielos de arriba, y a la tierra, para juzgar a su pueblo” (Salmo 50:3, 4). Los discípulos de Cristo se regocijaban en la promesa de su retorno. Soñaron acerca de su segunda venida. En medio de las dificultades que experimentaron, la seguridad que producía esta promesa nunca dejó de renovar su valor y su fortaleza.
El día se acerca
Este sueño ha inspirado a millones de hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Respecto a los héroes de la fe bíblica, la Escritura dice: “Estos hombres, de los que el mundo no era digno, anduvieron errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra. Y aunque por medio de la fe todos ellos fueron reconocidos y aprobados, no recibieron lo prometido” (Hebreos 11:38, 39; RVC).
Ellos no la recibieron, pero el cumplimiento de la promesa ya se vislumbra. Está más cercano de lo que podemos imaginar. El apóstol Juan lo anunció: “Vi entonces un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir, y... Dios enjugará las lágrimas de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni más llanto, ni lamento ni dolor; porque las primeras cosas habrán dejado de existir” (Apocalipsis 21:1, 4; RVC).
El día se acerca. Las señales del advenimiento de Cristo se cumplen con asombrosa rapidez. En medio de las turbulencias del mar de esta vida, los que viajamos en la barca de la fe, casi podemos gritar con certeza: ¡Tierra a la vista!
¿Estás preparado?
El autor es conferenciante internacional y escribe desde Brasilia, Brasil.