Todos los días y desde todas partes asciende a los cielos el clamor de millones de personas, pidiéndole a Dios que haga su voluntad en sus vidas. Es que la vida nos plantea interrogantes que nos desafían: ¿qué hacer con la vida sentimental?, ¿cuál trabajo conviene?, y muchos más.
Nunca olvidaré el día en que mis padres me dejaron ante las puertas de la universidad. Había soñado con llegar a ser un ministro de Dios, y mis padres habían soñado conmigo. Con alegría hicimos los preparativos para el viaje al seminario. Y el momento llegó. Pero ahí, ante las puertas del seminario, me vi asediado por muchas preguntas sin respuesta. ¿Será que es la voluntad de Dios que yo llegue a ser un pastor de su iglesia? ¿Es mi sueño también el sueño de Dios? ¿Están mis deseos en conflicto con el verdadero plan de Dios para mí?
Estoy seguro de que en muchas ocasiones te has parado frente al portón de la vida, y también tu mente se ha llenado de interrogantes: ¿Será esta la pareja que Dios ha destinado para mí? ¿Será que Dios quería que yo dejara todo en mi país y me estableciera en esta tierra extraña?
La pregunta sobre la voluntad de Dios nos asalta siempre, y más cuando sobreviene una crisis. ¿Es la voluntad de Dios que yo pase por esta dolorosa enfermedad? ¿Es la voluntad de Dios que mis hijos usen drogas, se unan a una pandilla, estén presos? ¿Estoy haciendo la voluntad de Dios al cambiar de trabajo?
Entonces, a la mente del creyente acude la frase: “Hágase tu voluntad”. El salmista acertó cuando exclamó: “Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios; tu buen espíritu me guíe a tierra de rectitud” (Salmo 143:10).
El ejemplo de Jesús
Jesús vivió para hacer la voluntad de su Padre. Un día, mientras le hablaba a la gente, alguien le dijo que su madre y sus hermanos estaban a la puerta, y el Maestro replicó: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que hacen la voluntad de Dios” (ver S. Marcos 3:32-35). Y en plena crisis, ante la disyuntiva de elegir la cruz o volver al cielo eludiendo el martirio, rogó entre sollozos: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (S. Lucas 22:42).
¿Cuál es la voluntad de Dios?
La Biblia registra estas palabras que aluden a la voluntad de Dios: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmo 40:8). David testifica que la voluntad de Dios le es muy grata, y que ocupa en su vida un lugar de preeminencia. Luego dice que la voluntad de Dios se expresa en su ley, y que esta ley está en lo mejor de sus convicciones y afectos, en medio de su corazón. A quienes aman su voluntad expresada en su ley, Dios les promete vida eterna. El apóstol dice que tales personas “permanecen para siempre” (1 Juan 2:17).
Los Diez Mandamientos son el ideario de Dios y están muy cerca de su corazón. Desde que creó al hombre, Dios le abrió su corazón y le dio mandamientos: procrear, obedecer, trabajar, descansar, administrar el mundo. Los hombres quebrantaron esa ley, y fueron exiliados del Edén. Cuando Dios eligió un pueblo que lo representara en el mundo, luego de bautizarlo en el Mar Rojo, lo llevó a una cumbre en Sinaí, y ahí le abrió su corazón. Le dijo lo que le agrada y lo que aborrece, y lo escribió en dos tablas de piedra. Allí quedó impreso el carácter de Dios; su carácter de amor. Esta ley no tiene fecha de vencimiento ni límites territoriales. Sus palabras aseguran la prosperidad en la tierra, y sus principios rigen la armonía del cielo.
Una ley de amor
En los Diez Mandamientos se enfatiza el gran amor de Dios por el hombre. Cuando a Jesús le preguntaron respecto a su ley, él contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amará a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (S. Mateo 22:37-40).
Conclusión
Jesús te invita hoy a dejar de seguir tus propios e inseguros pasos. Es hora de echar un vistazo a la ley de Dios. Esta ley te indicará lo que Jesús quiere de ti: obediencia; y lo que desea para ti: felicidad.
Sigue las instrucciones que Dios le dio a un caudillo de Israel llamado Josué: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien” (Josué 1:8).
Comienza a vivir conforme a la voluntad de tu Padre divino. Conoce la verdad que te hará libre (ver S. Juan 8:32). Si lo haces, también tu familia será prosperada. No te dejes limitar por el pasado, recibe hoy a Jesús, aplica en tu vida los principios de su ley, y con optimismo enfrenta el futuro.
El autor es ministro de la Iglesia Adventista “Los Peregrinos”. Escribe desde Hialeah, Florida.
|
Los Diez Mandamientos
No tendrás otros dioses aparte de mí.
No te harás escultura alguna o imagen de nada de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de la tierra.
No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto; porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso que castiga en sus hijos, nietos y biznietos la maldad de los padres que me aborrecen; pero con los que me aman y guardan mis mandamientos, soy misericordioso por mil generaciones.
No pronunciarás en vano el nombre del Señor tu Dios, porque el Señor no dejará sin castigo al que tal haga.
Acuérdate del sábado, para consagrarlo al Señor. Durante seis días trabajarás y harás en ellos todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso consagrado al Señor, tu Dios. En ese día no realizarás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el inmigrante que viva en tus ciudades. Porque el Señor hizo en seis días el cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, y el séptimo día descansó. Por eso mismo bendijo el Señor el sábado y lo declaró día sagrado.
Honra a tu padre y a tu madre para que vivas muchos años en la tierra que el Señor tu Dios te da.
No matarás.
No cometerás adulterio.
No robarás.
No darás testimonio falso en perjuicio de tu prójimo.
No codiciarás la casa de tu prójimo, ni su mujer, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada de lo suyo.
(xodo 20:3-17, Versión La Palabra).
|