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Música que libera

Mi amigo Nicole es violonchelista profesional, y durante la semana da clases de violonchelo en un prestigioso conservatorio. El sábado por la mañana asiste a la iglesia adventista, y por la tarde, junto con Gloria, su esposa, dirige un coro. Es un coro peculiar, ya que está formado por 32 presos y presas. Hombres y mujeres que están cumpliendo una condena, pagando su deuda con la sociedad. Seres humanos aislados, encerrados entre cuatro paredes, para los que la semana transcurre en una gris y monótona rutina, hasta el sábado por la tarde, cuando salen de sus celdas para reunirse con Nicole y Gloria en el salón de actos, y cantar.

Cuando cantan, ya no se sienten encerrados. De alguna manera, la música los libera, les devuelve la dignidad y la esperanza. Cuando cantan, se sienten parte de un grupo que crea un espacio y un tiempo para la belleza, en medio de tanto aislamiento y frustración. La música también les hace sentir que algo puede cambiar, que todavía hay felicidad, que es posible volver a creer, que quizá haya un Dios en el cielo y algo bueno para ofrecer a los demás dentro de cada uno de nosotros.

Nicole y Gloria me decían que, como cristianos adventistas, dirigir el coro de la cárcel ha sido la mejor experiencia misionera de su vida. Al final de los ensayos oran con los cantantes, y durante la semana reciben sus cartas, en las que ellos cuentan historias de sus vidas y les piden que vuelvan, que no se olviden de ellos.

Música que sana

La música tiene un gran impacto social en los seres humanos, y también nos influye a nivel fisiológico, psicológico y espiritual. Las cualidades de la música que afectan estados de ánimo, controlan conductas y ayudan al bienestar de las personas están siendo investigadas por personas calificadas llamadas musicoterapeutas.1

La historia de la musicoterapia se remonta a los tiempos de Aristóteles y Platón, pero no se sistematizó como disciplina independiente hasta el siglo XX. Luego de la Primera y Segunda Guerra Mundial, músicos principiantes y profesionales de los Estados Unidos y Europa acudieron a hospitales de todo el país a fin de tocar para los miles de veteranos que sufrían de traumas físicos y emocionales causados por las guerras. Las notables respuestas físicas y emocionales de los pacientes hacia la música hicieron que los doctores y enfermeros pidieran que los hospitales contrataran músicos.2 Se hicieron estudios extensos para demostrar que la música tiene un efecto terapéutico y puede ser usada para beneficiar a este tipo de pacientes. En la actualidad, la musicoterapia estudia los efectos de la música en mujeres embarazadas, niños con autismo, adolescentes con problemas de conducta, pacientes de Alzheimer, de Parkinson, de SIDA, y enfermos terminales.

Los musicoterapeutas aplican diferentes técnicas, dependiendo del paciente y del tipo de música utilizada. Cada individuo es diferente y ha sido afectado por la música de distintas maneras a lo largo de su vida. Lo que puede parecer entretenido, bueno o apropiado para un paciente, puede generar malos recuerdos y asociaciones negativas en otros. Por este motivo, se realiza antes de cualquier aplicación de la musicoterapia un extenso estudio sobre las experiencias musicales del paciente, su historia clínica y sus gustos musicales.

La música se utiliza con diferentes objetivos, como reducir el estrés, calmar el dolor, incrementar la autoestima, favorecer la unidad de acción y la integración en un grupo, estimular la formación de nuevas relaciones sociales, cambiar conductas inapropiadas, estimular la memoria, y también se utiliza como método de contacto con la realidad.3

¿Música que transforma?

Según el pensamiento griego de Aristóteles, Pitágoras y Platón, la música actúa directamente en el carácter de la persona, afectando no solo las emociones, sino formando o deformando, ennobleciendo o depravando el carácter. Aristóteles declaró que “los estilos musicales no cambian sin que los principios del Estado se modifiquen”.4

La Biblia cuenta en 1 Samuel 16 cómo, nueve siglos antes de Cristo, David tocaba el arpa para Saúl, logrando aliviar y calmar el espíritu malo que venía sobre él.5 Sin embargo, en 1 Samuel 18 leemos que mientras David estaba tocando el mismo instrumento, Saúl intentó matarlo con su lanza en dos ocasiones.

Si la música afecta nuestras emociones y modifica nuestro carácter de una manera determinada, ¿por qué Saúl reaccionó de forma diferente ante el mismo instrumento, el mismo instrumentista y el mismo estilo de música? ¿Hasta dónde afecta la música el carácter y el comportamiento del ser humano? ¿Estamos indefensos, a merced de la influencia hipnotizadora de los sonidos musicales?

Si bien la ideología griega de que la música transforma nuestro carácter ha sido ampliamente aceptada y difundida, no coincide con lo que Dios nos dice en su Palabra. “La creencia de que un componente de la música tiene el poder de determinar una condición ética o espiritual —derivando en una conducta o pensamiento bueno o malo— pertenece a una ideología pagana que nos puede conducir a un espíritu idólatra. En la idolatría, el objeto en sí mismo tiene poderes mágicos. En el caso de la música, ese poder estaría atribuido a una melodía, a una escala determinada (e.g. blues, folk), un acorde (acorde de séptima, de novena, de triada), un patrón rítmico (síncopa, ritmo de marcha), o al sonido de un instrumento (guitarra, percusión, saxofón, piano, órgano). La Palabra de Dios nos enseña que el poder transformador no resulta de la contemplación de una obra humana, cualquiera que ésta sea. En cambio, el poder transformador pertenece solamente a la acción divina: es la acción del Espíritu Santo.”6

Alrededor de los años de 1970 hasta los 1990, se difundió en las iglesias cristianas la idea de que la música tenía el poder de actuar sobre nosotros sin dejarnos capacidad de decisión. El fundamento de esta idea tiene su origen en el pensamiento griego, pero también en los estudios científicos que demostraban que la música es percibida por el lóbulo frontal del cerebro antes de llegar a los centros de la razón que toman decisiones. La psicología, la psicoacústica, la musicoterapia y la neurología han arrojado nueva luz sobre la forma en la que nuestro cerebro percibe la música.

Si bien aún desconocemos en gran parte cómo es percibida la música por nuestra mente, hay estudios que son conclusivos en cuanto a lo siguiente:

  1. Escuchamos con “todo el cerebro”. El hemisferio izquierdo analiza, razona, procesa lo que escuchamos de manera lógica, mientras que el hemisferio derecho intuye, fantasea, percibe sonidos, y procesa la información de manera sensible. El hecho de que todo nuestro cerebro sea activado por la música ha llevado a muchos centros de análisis clínicos a realizar encefalogramas mientras el paciente escucha música.
  2. La música afecta todas nuestras funciones vitales. Estimula nuestros sentidos, pensamientos y conducta. Sin embargo, no tiene el poder de transformar nuestro carácter, a menos que hagamos una decisión consciente. La música que decidimos escuchar revela cuáles son nuestros intereses, nuestros gustos, nuestras inquietudes. No tiene poderes hipnóticos por sí misma. Solo puede afectarnos si decidimos conscientemente rendir nuestra voluntad ante su mensaje.
  3. La música es un lenguaje compuesto por diversos mensajes: rítmico, melódico, armónico, tímbrico, estructural, asociativo, simbólico, verbal y visual. El fenómeno musical es complejo y la respuesta al mensaje musical varía de un individuo a otro considerando su edad, cultura, experiencias y asociaciones musicales, intereses, etc.

Música para compartir

En la Palabra de Dios encontramos un pueblo que cruza el desierto cantando la ley de Dios, repitiéndola a son de música para grabarla en el corazón de padres e hijos; un coro que lidera al pueblo de Israel y gana la batalla con una canción; un rey enamorado de su Dios que canta y danza de alegría frente a Dios y a su pueblo; un coro de 4.000 levitas que estudian diez años de música para ministrar en el Santuario. Hallamos en la Biblia además a un Dios que se hace carne y canta con sus amigos; un padre que organiza una fiesta con música y danza para celebrar el regreso de su hijo perdido; un Rey vencedor que regresa triunfante al sonido de trompetas y coros angelicales; y un pueblo que canta una canción que nadie, sino lo que siguen al Cordero, pueden cantar.

Me gustaría que la gente hablara de cada creyente como personas que salimos a los hospitales, a las cárceles, a las calles, cantando de la inmensa alegría de la salvación que llena nuestra vida de propósito y esperanza. Como Pablo y Silas, que cantaron en la cárcel (ver Hechos 16). El lugar era oscuro, pero ellos lo llenaron de luz con sus cantos. La celda olía mal, pero se llenó del perfume de Cristo con sus cantos. Las circunstancias eran peligrosas y deprimentes, pero ellos, a través de la música, desafiaron la realidad que les rodeaba, invocando el nombre que es sobre todo nombre: el gran motivo y el gran tema de sus canciones y de sus vidas.

Únase, querido lector, y cante hoy con el pueblo de Dios.

1ZARATE D, Patricia y DIAZ T, Violeta. Aplicaciones de la musicoterapia en la medicina. Revista médica . Chile, febrero 2001, tomo 129, no. 2, pp. 219-220.
2Ibíd.
3http://www.lamusicoterapia.com/
4ARISTOTELES “La Política” p. 301
51 Samuel 16:14-23.
6Lilliane Doukhan, In Tune With God, p. 53.


La autora es profesora de música en la Universidad de Oakwood, en Huntsville, Alabama.

Dilo con música

por Adriana Perera
  
Tomado de El Centinela®
de Octubre 2012